La Premonición
Hola a todos los lectores de este blog.

Debido a una serie de mensajes anónimos que he estado recibiendo en favor de saber si continuare las historias aquí publicadas, he decidido hacer esta entrada.

El blog esta en hiatus, lo ha estado desde algún tiempo ya, debido a que me he estado enfocando en otra de mis historias. Eso no significa que no terminaré las historias, sólo que no lo haré por el momento.

Si les interesa leer algo mio, actualizado con frecuencia, les recomiendo que pasen por mi perfil en fictionpress: Lizzy Kim, y lean las historias que tengo allí.

"La Premonición" es la historia en la que he estado enfocada durante los últimos años, por lo que encontraran bastante que leer al respecto.

Lamento mucho no poder ofrecerles nada más que esto. Prometo que inmediatamente termine con ese proyecto (al cual no le falta mucho), continuaré los demás.

Besos, y gracias por leer y comentar.

Atte.: Lizzy Kim.

PD: si encuentran algún error ortográfico en esta entrada, lo siento. Fue realizada desde el celular, por lo que comprenderan, es común que se cometan algunos errores.
Enviado desde mi BlackBerry® de VIVA

La Premonición
Título: Búsqueda
Fandom: La Premonición
Claim: Adrian Nightingale. Luke Brown
Palabras: 869 palabras.
Advertencias: ¿Angst? ¿Suspenso? ¿Gore? Díganme ustedes. :D
Notas: Esta es la ¿primera vez? que escribo algo como esto. Bueno, si ignoramos aquella vez en la que escribí el drabble del suicidio y los cortes… Btw, díganme qué opinan. ¿La idea no quedó muy enredada, verdad? xD



Oscuridad. Un frío arrollador que era capaz de helarle la sangre en las venas. El molesto y persistente tic-tac de un reloj que no lograba ver. El incesante ruido de las gotas cayendo. El susurro del viento. El sonido de la lluvia golpeando fuertemente el cristal y el techo. El ruido de sus pisadas junto con el frufrú que producía su túnica mientras caminaba.

Se estaba volviendo loco.

Hacía horas que había comenzado a escuchar ese ruido, a sentirse inquieto. Hacía horas que había empezado a recorrer ese desconocido lugar en busca de la fuente de su molestia e incomodidad. Había revisado cada pasillo, cada habitación y no había encontrado nada; sólo polvo, suciedad y miles de pruebas del paso del tiempo.

Estaba empezando a desesperarse. Su corazón había iniciado una carrera en su pecho y sus piernas habían aumentado la velocidad de sus pasos, haciéndole correr por los pasillos hacia un destino del cual no tenía la más mínima idea. Una palabra empezó a salir de sus labios, teñida de miedo, preocupación y desesperación, pero no lograba descifrar cuál era. Sólo sabía que le dolía el pecho cada vez que la decía, cada vez que abría una puerta y se daba cuenta de que la habitación estaba vacía.

Sin darse cuenta, había comenzado a gritar, a sentir que el aire tardaba más en llegar a sus pulmones, dejándolo exhausto y sin aliento en medio de su búsqueda. Veía su aliento formar una blanquecina nube frente a él, pero para ese momento no lograba percibir el frío ni nada de lo que acontecía a su alrededor. El dolor que estaba empezando a crecer dentro de su pecho era demasiado fuerte en esos momentos como para que él tuviese oportunidad de prestarle atención a algo más.

Se llevó una mano a la cabeza y aferró rudamente su cabello, mientras miraba a ambos lados del pasillo, como si de esa forma pudiese encontrar lo que buscaba. Emprendió la búsqueda nuevamente con las piernas temblándole debido al esfuerzo y el cansancio.

Corrió sin que le importase que el ruido del reloj hubiese incrementado o que el sonido de las gotas cayendo estuviese taladrándole el cerebro. Corrió sin importarle las veces que chocó contra las paredes o las puertas que se negaban a abrir. Corrió hasta que encontró lo que encontraba.

Había entrado a esa habitación antes, lo sabía, algo dentro de sí se lo decía. Había visto lo que estaba en esos momentos frente a sus ojos. Había tenido exactamente la misma reacción que en esos momentos: ojos abiertos de par en par; la boca abierta en un intento de grito que se había quedado atrapado en su garganta; piernas flojas que no parecían aguantar el peso de su cuerpo, haciéndole caer de rodillas al suelo; manos apretadas en puños, dejando marcas de semi-lunas en sus palmas.

Había sentido exactamente lo mismo que en esos momentos, al descubrir de dónde procedía el sonido de las gotas cayendo.

Las lágrimas corrían libres por sus mejillas y cuando se llevó una mano al rostro para limpiárselas, la descubrió manchada de rojo. Se miró ambas manos, y las vio temblorosas y cubiertas de sangre seca, al igual que las ropas que cubrían su cuerpo. Giró la cabeza y vio su reflejo en el espejo. El grito de terror que antes había tratado de salir de sus labios salió en esos momentos al ver su aspecto; al ver la expresión de su rostro.

La sonrisa de satisfacción que estaba dibujada en sus labios, parecía resaltar más que la sangre que cubría su rostro, más que sus ahora brillantes y rojos ojos. La expresión desencajada, casi maniática de su rostro, contrastaba con el dolor que estaba desgarrándole el pecho. El mar de recuerdos que empezaron a llegar a su cabeza no eran reales sino el producto de su imaginación, quería creer, pero una nueva imagen le demostraba que estaba equivocado.

Él no lo había hecho. ¡Él no lo había hecho! Lo repetía una y otra vez, mientras se aferraba la cabeza con sus manos, en un gesto desesperado, mientras su voz iba subiendo cada vez más hasta que sus palabras dejaron de ser un susurro desesperado y se convirtieron en gritos enloquecidos que le desgarraron la garganta y alertaron a los demás de su paradero.

Y cuando Luke llegó a la habitación y vio con horror como Anne se había desangrado sobre la cama, con el brazo colgando por el borde de la misma, formando un charco de sangre en el suelo debido a la herida que aun goteaba; cuando cayó arrodillado a su lado, con el rostro mojado por las silenciosas lágrimas de dolor que corrían por sus mejillas; cuando se giró para enfrentarse a él y se encontró con su misma mortificada y adolorida expresión de dolor en el rostro del hombre; cuando vio el cuchillo cubierto de sangre reposando al lado de las antes níveas ropas del Príncipe, no tuvo la fuerza suficiente para decirle que sí, que él lo había hecho, porque a pesar de todo, ambos compartían el mismo dolor.

Porque, a pesar de todo, ambos amaban a Anne; aunque cada uno, al final, había demostrado su amor de una manera diferente.
La Premonición
Titulo: Capítulo 5
Fandom: That’s my Life
Claim: Giselle, Damian, Alex y Susan.
Palabras: 4,330 palabras.
Resumen: Giselle había sido “secuestrada” por sus amigos mientras esperaba al chofer que la llevaría a casa. Sus amigos tienen planes y ella sabe que no se salvará por más que se niegue. Y, para su mala suerte, Damian estaba implicado, como siempre.

Capítulo 5


Giselle no podía dejar de mirar a sus acompañantes con una clara expresión de desconcierto en su rostro. Había sido secuestrada en medio del jardín de la escuela y metida en un auto que la estaba llevando sabría Dios a donde. Estaba asustada, como era de esperarse, ya que por lo poco que conocía a Susan y a Alex, sabía que lo que tenían en mente no sería nada bueno para su salud mental.

Cansada del silencio, de las sonrisas tontas y las miradas que se lanzaban entre sí, decidió tomar la palabra y comenzar con el interrogatorio que tenía en mente.

— ¿Por qué están haciendo esto? — preguntó con un tono de voz mezcla de miedo y curiosidad.

Debía admitir que le parecía extraño que después de tanto tiempo alejados de ella, se aparecieran de repente en su vida y se comportasen como si nada hubiese pasado. Aunque, tenía que decirlo, su relación desde el principio no fue muy normal que se diga.

—Porque es divertido. —Le respondió Susan, con una sonrisa bailando en sus labios. La expresión de su rostro era de pura satisfacción, como si el haberla raptado hubiese sido una importante misión a cumplir.

—En realidad, te trajimos porque tenemos planes y tú eres parte de ellos. — Giselle se asustó. Alex pareció darse cuenta de eso porque le sonrió y ese gesto le hizo olvidarse incluso de su nombre por un momento. Maldijo por lo bajo al darse cuenta del poder que tenían sus gestos sobre ella. — Vamos a celebrar que eres oficialmente un miembro de nuestro grupo.

— ¿Piensan celebrar ese hecho un mes después? —los miró con una ceja enarcada. — ¿No les parece eso algo extraño, incluso para ustedes?

—Giselle, querida, nosotros hemos estado ocupados con otros asuntos. No hemos tenido oportunidad ni de asistir a clases. ¿Acaso no te percataste de nuestra ausencia? — cuestionó Susan, con un tono de suficiencia en la voz, mientras alejaba su larga cabellera rubia de su hombro izquierdo con un movimiento de su mano.

En realidad, no lo había hecho. Ella no era del tipo de personas que está pendiente de lo que hacen los demás, ni que se pasaba las tardes hojeando revistas para saber qué hacían sus ídolos. Y como Susan y sus amigos eran ídolos dentro de esa escuela, pues no los tenía dentro de su radar. Además, ellos habían sido los que se habían acercado a ella, por lo que supuso que, si ellos iban a querer algo de ella, iban a hacer el primer movimiento (y no se había equivocado).

— ¿No te habías dado cuenta? —Preguntó la modelo, y su voz sonó algo aguda. Giselle siempre le provocaba ese tipo de reacción.

Giselle negó con la cabeza.

—Para serles sincera, no, no me había dado cuenta. Había estado más pendiente de mis… asuntos— Ambos jóvenes dudaron de que ella tuviese “asuntos” de los cuales estar pendiente. — Además, pensaba que ya se habían cansado de jugar conmigo.

Su voz no reflejaba pena ni decepción, lo que sorprendió a Alex. Le parecía extraño que una chica tan solitaria e ignorada por casi todo el alumnado, no sintiese tristeza al saber que las únicas personas que se habían acercado a ella la habían abandonado.
—Y supongo que Damian no te dijo nada. —agregó Alex. —Ese chico puede ser muy mal educado cuando se lo propone. —Giselle no ponía en duda sus palabras.

—No, no lo hizo. De todas formas no esperaba escuchar nada de él. —Hizo una pausa en la que se dedicó a mirar por la ventana. — ¿Qué estuvieron haciendo?

—Teníamos un desfile de modas y unas sesiones de fotos que atender fuera del país. No pudimos decírtelo porque en realidad todo sucedió muy rápido y no teníamos forma de contactarte. —Susan le dirigió una mirada ligeramente irritada. — No sé si sabías pero no tenemos tu número de teléfono, ni tu correo electrónico. ¡Ni siquiera sabemos dónde vives! ¿Cómo se supone que íbamos a localizarte?

Justo en esos momentos, en los que la chica a su lado se deshacía en miradas desdeñosas hacía ella, Giselle se acordó de algo muy importante. Fijó toda su atención en su mochila y rápidamente buscó su celular. Buscó en la lista de contactos el teléfono del chofer y pulsó el botón de llamar. La conversación con él fue breve, basándose básicamente en decirle que unos amigos la habían pasado a buscar y que si le podía hacer el favor de llevar a una amiga suya llamada Martha hasta su casa. Le dio su descripción y le dijo donde estaba y, después de agradecerle, colgó.

—Veo que no vas a poner resistencia para ir a celebrar con nosotros, ¿eh? — musitó Alex. — ¿Y quién es esa tal Martha?

—Respondiendo tu primera pregunta, no creo tener otra opción, ¿o sí? —Los modelos hicieron un gesto negativo con la cabeza. —Y Martha es una amiga que he hecho hoy. Nos tocó hacer una práctica de literatura juntas.

— Me parece bien que tengas una amiga. Me daba mucha pena verte deambular sola por todos lados. —agregó Susan como si nada. Giselle no pudo evitar fruncir los labios y mirar hacia otro lado. Quiso decirle que no era su culpa no tener amigos, pero se abstuvo. —Háblanos de ella. ¿Es becada? ¿Es bonita? ¿Qué hace? Es muy importante saber con quién te relacionas, Giselle.

—Es becada y…

—Oh, oh, eso es un problema. —Susan movió la cabeza de un lado al otro lentamente mientras chascaba la lengua repetidamente. —Si vas a estar con nosotros, no puedes relacionarte con una becada, Giselle. Es más, ni siquiera nosotros somos la razón principal por la que no deberías hacerlo. Tú eres la hija de un importante empresario, tienes dinero y… —Iba a agregar otra cosa pero dudó. — El punto es que los becados y los no becados no se relacionan.

— ¿Por qué no? —preguntó molesta por el tono de voz empleado por Susan. — ¿Qué tienen los no becados que los becados no tienen? Y no me digas que es el dinero porque te juro que…

La risa de Alex cortó el intercambio de miradas airadas que compartían Susan y Giselle, haciendo que ambas jóvenes desviaran la vista y la fijaran en él.

—Y eso que, a duras penas, puedes decir dos palabras sin gaguear. —volvió a reír. — ¿Qué debería hacer: llamar a Damian para que escuchase su intercambio verbal o llamarlo más tarde y contárselo para hacerle sentir curiosidad?

— ¿De qué demonios estás hablando, Alex? —cuestionó su novia que, al igual que Giselle, no entendía ni una sola palabra de lo que él estaba diciendo.

—Hablo de que una de las principales razones por las que Damian no soporta a Giselle es porque se la pasa gagueando. Pero, en todo el tiempo que tenemos conociéndola, nunca la he escuchado hacerlo.

— ¿Él dijo eso? —preguntaron las chicas al unísono. Alex asintió y prosiguió con su relato.

—También me dijo que no toleraba esa actitud pasiva que ella tenía. “Esa chica sólo sabe pedir disculpas y ser arrastrada por la gente. Es una persona fácil de dominar, totalmente carente de carácter”. —trató de imitar la profunda voz de su amigo y a Giselle le recorrió un escalofrío toda la espalda. — Esas fueron sus palabras exactas. En resumidas cuentas, él habló de una Giselle totalmente diferente de la que yo tengo en frente.

Giselle recordó cada uno de sus encuentros con Damian y, en efecto, era similar a lo que Alex había dicho hacía unos instantes sobre ella. Pero ella no tenía la culpa de eso. Cada vez que veía a Damian o que lo tenía cerca, se comportaba como una persona totalmente diferente a quien era. Gagueaba, temblaba, sentía que debía pedirle disculpas hasta por estar en el mismo lugar que él aunque este hubiese llegado después. Era una reacción extraña, lo sabía de sobra, pero no podía evitarlo.

Tal vez se debiese al porte y el nivel social del joven. Damian se paseaba por el mundo con el garbo propio de un rey, haciendo sentir a las personas que no se le comparaban mucho más inferiores de lo que en realidad eran. Y Giselle, por más dinero que tuviese su padre, por más cambios que le hubiese hecho Susan, seguía siendo la misma chica torpe, marginada por la sociedad y amante de los libros de siempre.

La otra teoría que tenía Giselle era que todo eso no era más que un reflejo de su vida pasada, —esa en la que tenía que servir a todo el mundo y ser amable y estar sonriente aunque se hubiese estado desmoronando— lo que la hacía comportarse de esa manera tan sumisa frente a él. De todas maneras, a ella no le gustaba y a él parecía gustarle menos; y eso, era un problema.

—De todas formas— continuó Alex con su relato. —A mí me gusta que no seas como él cree que eres. Me gusta que defiendas tus intereses e ideales, aunque no lo hagas todo el tiempo.

Si Alex le hubiese dicho que tenía un marciano escondido en su habitación, ella se hubiese sorprendido menos de lo que lo hizo en esos momentos. Nunca pensó que un chico como él hiciese ese tipo de comentarios. Ella pensaba que él era como todos los modelos del mundo: vacio y carente de sentido común; amante de las fiestas y el alcohol; sólo un cuerpo y rostro hermoso, pero un cerebro sin estrenar.

Al parecer, no podía seguir juzgando a la gente sin conocerla bien.

—Gracias. Supongo que eso fue un cumplido, ¿no? — Él asintió, sonriendo ligeramente. Y esa fue la única sonrisa suya que no causó estragos en el cuerpo de Giselle. Suspiró, aliviada.

Después de eso, se hizo el silencio. Giselle se dedicó a mirar por la ventana, deleitándose con la belleza de las casas y mansiones de los alrededores que podía vislumbrar fugazmente a través de las rejas que la protegían de los intrusos.

De pronto, el auto se enfiló hacia una casa enorme, que en el centro de las elaboradísimas puertas de hierro tenía una enorme “R” dorada. Pasaron rápidamente el control de seguridad y se encaminaron por un amplio camino curvo bordeado por rosales. En el centro del enorme jardín delantero había una fuente con una estatua de una mujer voluptuosa cargando una vasija de la cual salía el agua. Tenía una corona y su cuerpo desnudo estaba semi-cubierto con montones de conchas y estrellas de mar, que la rodeaban como en una espiral.

La expresión de su marmóreo rostro era seria, como si estuviese haciendo una labor importantísima y sumamente delicada. A Giselle la estatua le pareció fascinante, pero tuvo que hacerla a un lado rápidamente cuando el auto se detuvo frente a la casa. Sus acompañantes no tardaron en salir pero ella se demoró un poco en el proceso.

La casa era enorme, una construcción cuadrada de estilo neoclásico que en estilo no distaba mucho de la Casa Blanca. Aunque esta era un poco más ecléctica, debido a que tenía detalles de uno y otro estilo artístico para hacerla lucir más original y atractiva a la vista.

Al ver que Giselle tardaba tanto en unirse a ellos, Alex fue hacia ella y la tomó de la mano. Giselle evitó dar un respingo y sólo se limitó a caminar, mirando de vez en cuando sus manos entrelazadas o la espalda del chico que tenía en frente. Si Susan los vio en algún momento mientras hacían el recorrido hasta una de las habitaciones del segundo piso, no dijo nada para demostrarlo.

Su destino era una habitación enorme, pintada de un clarísimo tono rosa y decorada con uno que otro detalle en rosa pastel como las cortinas o las sillas de estilo victoriano que habían cerca de una de las ventanas. La cama estaba colocada en la parte izquierda de la habitación, enorme y con ropa de cama blanca y una mesa de noche a cada lado con sus respectivas lámparas.

Cerca de donde Giselle estaba, había un enorme espejo giratorio de cuerpo entero. La cómoda estaba en la pared derecha, con un enorme neceser lleno de maquillaje y varios frascos de caros perfumes y cremas sobre ella. Y no muy lejos de él había una puerta, que Giselle supuso que sería el armario.

Sus sospechas se vieron confirmadas cuando Susan dejó su mochila en una de las sillas y se encaminó hacia allí dejando a su novio y a su amiga en la habitación. Alex guió a Giselle hacia la cama, aun tomados de la mano. Ella tomó asiento lentamente, mientras que Alex se recostaba a su lado, con un gesto propio de una persona extremadamente cansada. Quizás era cierto y él no lo hacía sólo por preocuparla.

Alex cerró los ojos y se puso la mano derecha en el pecho, al tiempo que exhalaba un gran suspiro. Giselle trató de soltar su mano de la de él aprovechando ese momento de debilidad por parte del joven, pero él se la apretó más fuerte y esbozó una picara sonrisa. Le pidió que le soltase la mano, pero el joven seguía obstinado en mantenerla aferrada entre la suya. Parecía divertirle a sobremanera el tormento de Giselle y la desesperación que la joven tenía por verse libre de su agarre.

Giselle fue dueña de su mano otra vez cuando Susan salió del armario con varios vestidos en los brazos.

—Giselle, ven aquí. Vamos a ver cuál te queda mejor.

Susan no la estaba mirando. Toda su concentración estaba en la ropa que había llevado y que en ese momento colocaba en la cama. Alex se había dado la vuelta, colocándose boca abajo en la cama, con el codo izquierdo apoyado en la cama y su cabeza apoyada de su mano. Miraba fijamente la ropa que su novia había sacado y había iniciado con Susan un debate sobre cuál era más bonito o el más adecuado para la ocasión.

—A mí me gusta el azul—objetó Susan. Alex negó con la cabeza.

—El rojo es mejor. El tono de piel de Giselle, al ser dorado, se verá favorecido por ese color. Además, no es tan provocativo como el azul, lo que hará que nuestra querida chica se sintiese menos incomoda con él que con el otro.

—El azul no, entonces. ¿Por qué no el negro? Es discreto y no es tan corto.

— ¿Discreto? —cuestionó Giselle, metiéndose en la conversación. — ¿Te has fijado en el escote que tiene? Me niego a ponerme ese vestido. Y es más, ¿por qué tengo que ponerme uno, de todas formas?

—Ya te lo dije, cariño, vamos a ir a una fiesta y no puedes aparecerte con ese feo uniforme. —le recordó Alex. Giselle bajó la cabeza y miró su uniforme; ella no lo encontraba tan feo.

El chico se puso de pie, tomó los vestidos y se los pasó a Giselle. Luego la empujó hacia el armario y cerró la puerta, en una clara invitación de que tenía que probárselos y modelárselos. Giselle tragó el nudo que se le había hecho en la garganta y se dispuso a acabar con eso rápido.


***


Eran las ocho de la noche y sus amigos no aparecían por ningún lado. Alex lo había llamado hacía media hora diciéndole que ya estaban de camino hacia el club pero no habían dado señales de vida aún. Ellos, que habían sido los de la idea de la fiesta, eran los que lo hacían esperar a él. Era insólito. Pero al final recordó que a sus amigos les encantaba llegar tarde a todos lados para captar la atención de todo el mundo. Pero cuando llegaran iban a recibir algo más que halagos, eso era seguro. Él se iba a encargar de decirle un par de cosas para bajarlos de la nube en la que se encontraban y ponerlos en su sitio.

Sonrió al imaginar sus caras, al tiempo que se llevaba la bebida a los labios para darle el último sorbo. El encargado del bar parecía estar atento a cada mínimo movimiento suyo ya que no tuvo ni que pedir otra bebida; el sujeto ya la estaba sirviendo antes de que él llegase a abrir la boca. Bien, ese iba a ser un problema. Si se llevaba de ese hombre iba a terminarse con toda la provisión del bar, y eso no había cuerpo que lo resistiese.

Se puso de pie dispuesto a alejarse de la barra y fue justo en ese momento en el que vio a Susan haciendo acto de presencia. La joven llevaba un micro vestido sin tirantes de azul oscuro que se ceñía a cada curva de su cuerpo de una manera casi obscena. Su largo cabello rubio estaba completamente recogido en una coleta de caballo, con el expreso propósito de exponer más piel; a su amiga le encantaba eso. Tenía unos aros plateados tan grandes que estaba seguro de que podían servirle de pulseras, y un largo collar del mismo color. Y, como amante a las alturas que era, se había puesto unos zapatos de tacón alto de color oscuro. Estaba guapísima y, como era de esperarse, captó la atención de cuanto hombre había en el lugar.

Muchos se acercaron a saludarla ya que estaban en terreno conocido y la mayoría de los clientes eran personas con las que se habían relacionado en el pasado. Algunos, incluso, estaban haciéndese fotos con ella; a Susan se le veía feliz al captar tanta atención. Era bastante probable que esas fotos estuviesen en unos pocos minutos en cualquier página social con el título “Mi amiga Susan Reynolds y yo, de fiesta”.

Dejando de lado la sesión de fotos que se desarrollaba unos cuantos metros a su derecha, buscó a Alex con la mirada. No fue difícil encontrarlo debido a su altura y su brillante cabello rubio. El chico, gracias a todos los dioses, se había vestido completamente de negro, con camisa y pantalón de tela, por lo que no causaba tanto alboroto como su novia. Aunque, debido a su apariencia y altura, todos los ojos se posaban en él.

Lo descubrió inclinado hacia una chica, diciéndole algo al oído para que esta pudiese oírlo por encima del ruido de la música. Si Susan hubiese sido otro tipo de mujer, hubiese armado un escándalo hacía rato. Alex se mostraba muy cercano a la chica, como si tuviese toda la confianza del mundo para ponerle una mano en la cintura o para acercarse tanto a ella.

Se fijó en la joven para ver si la conocía de algún lado. Era alta, tanto que le llegaba a Alex a la barbilla, aunque con la ayuda de los zapatos de tacón. Tenía un vestido rojo, que realzaba cada una de las voluptuosas curvas de su cuerpo. A diferencia de Susan que era muy delgada y estaba llena de curvas suaves, como todas las modelos, esta chica tenía las caderas más anchas y redondeadas y un trasero mucho más tentador. Debía admitir que la elección de ese vestido fue perfecta, porque no sólo acentuaba la femenina forma de su cuerpo sino que también resaltaba el color dorado de su piel.

Su cabello estaba recogido en un moño desordenado del que se escapaban rizos que caían como una cascada y rozaban la delicada piel de su cuello. No podía culpar a su amigo de querer mantenerse pegado a esa chica; desde su perspectiva, era realmente atractiva.

Alex alzó la cabeza y lo vio. Agitó la mano a modo de saludo y se inclinó nuevamente hacia la chica para susurrarle algo. Luego la tomó de la mano y se encaminaron juntos hacia él. Damian se fijó en que la chica había bajado la cabeza y estaba mordiéndose su carnoso labio inferior pintado de rojo carmesí. Parecía nerviosa, incluso llegó a trastabillar un par de veces en su caminata hacia él.

Damian se dedicó a mirarla un poco más. El vestido no tenía tirantes pero a diferencia del de su amiga, este tenía el escote en forma de corazón, lo que resaltaba la abundancia de busto de la joven. Bien, ese era un punto más a su favor. Los aretes y el collar eran sencillos y pequeños, de color dorado. Se fijó en su cintura, que era pequeñita y perfecta para que un hombre posara sus manos ahí. También se fijó en sus piernas y podía asegurar que se volvería loco si seguía descubriendo cosas en esa joven que le gustasen.

La joven tenía las piernas más hermosas que hubiese visto en toda su vida, del tipo que toda mujer quiere exhibir y todo hombre quiere tener rodeando su cuerpo; y esta joven sabía que ese era uno de sus mayores atractivos, porque había decidido exhibirlas esa noche al ponerse ese micro vestido rojo; “el bendito vestido”, como empezaría a llamarlo Damian.

—Hola, Damian. —Lo saludó Alex cuando estuvo cerca, después de lo que a Damian le parecieron horas. — ¿Hace rato que llegaste?

—Sí, pero no importa. He estado… ocupado.

Alex rió.

—Si lo hubiésemos sabido, hubiésemos llegado mucho más tarde; a mí me encanta verte cuando estas enojado y echando espuma por la boca. Aunque quizás a mi compañera le aterrase un poco verte en plan “Godzilla”. No, espera, ella ya te ha visto así.

—Alex, cierra el pico.

Damian volvió a preguntarse sobre la identidad de aquella joven que estaba tan concentrada en ocultarle su rostro. Estaba seguro de que las únicas personas que lo habían visto realmente enojado habían sido Angel, Susan y Alex, por lo que dudaba que esta chica lo hubiese visto de esa forma. Además, una figura como esa, unas piernas como esas, él jamás las hubiese olvidado. De eso estaba seguro.

— ¡Hey, no me hables así! ¿Qué pensará Giselle de mí después, que soy un chico que se deja mangonear por su amigo?

Damian podía jurar que había escuchado el jadeo de la chica.

— ¿Qué? —fue lo único que preguntó. — ¿Me estás diciendo que esa chica es la chica-momia?

Alex rió con ganas. Damian sintió ganas de golpearlo fuertemente en la cabeza.

—Por supuesto, ¿quién creías que era? Además, te dije por teléfono que íbamos a venir con Giselle, ¿o no?

—No, no lo hiciste. —Musitó entre dientes, haciendo que Alex volviese a reír.

—Joder, niño, tendrás que enseñarme a hablar así. Te juro que eres la única persona a la que he visto poder hablar entre dientes de forma tan clara y amenazadora. —Damian gruño, y ese fue el indicativo perfecto para que su amigo dejase las burlas. —Giselle, querida, ¿podrías ir y avisarle a Susan que encontramos a nuestro príncipe encantado? ¿Y podrías hacerme el favor de traerla contigo? No quiero que se pase toda la noche haciéndose fotos con esos idiotas.

Giselle asintió y se dio la vuelta sin siquiera mirar a sus acompañantes. Damian tuvo que hacer grandes esfuerzos por no mirarla, y por no estrangular a su sonriente amigo.

—Di la verdad, Damian, ¿verdad que la niña se ve muy bien? No puedes negar que tiene un cuerpazo y que ese vestido es realmente favorecedor. —exhaló un suspiro de placer. —Realmente tengo buen ojo…

Damian le dirigió una mirada desdeñosa.

— ¿Por qué ella está aquí?

—Porque estamos celebrando su ingreso al grupo.

— ¿Un mes después? —Alex rió nuevamente. Se estaba divirtiendo muchísimo a costa de su amigo

— ¡Dios, son idénticos! Giselle me hizo esa misma pregunta cuando se lo dije.

—A mi no me importa lo que ella haya dicho. Me interesa saber por qué no me dijiste nada de esto.

— ¿No te lo dije? —Alex fingió inocencia. —Creía haberlo hecho. Lo siento, amigo mío. Pasa que cuando te estás encargando de arreglar a mujeres atractivas, se te olvidan algunas cosas.

La idea de Alex manoseando a Giselle, viéndola desnuda, le produjo un retortijón en el estomago. Alex, al parecer, lo notó, porque su sonrisa se hizo más ancha. Había conseguido la reacción que esperaba al haber pronunciado esa palabra.

—Esto es de locos. Me voy de aquí.

—Vamos, Damian, no seas aguafiestas. Y no seas mentiroso; sé que aunque quieras negarlo, la imagen de Giselle esta noche te ha vuelto loco. A mí también, tengo que admitirlo. Quien hubiese imaginado que debajo del uniforme se escondiesen tantas cosas. — alargó la palabra “tantas”, para darle más significado a sus palabras. De todas formas, Damian entendió a qué se referiría su amigo. Había estado pensando en ellas desde que la había visto.

Damian le dio un sorbo a su bebida y puso mala cara al darse cuenta de que el hielo la había arruinado. Puso el vaso en la mesa más cercana.

—Es cierto, la chica se ve muy bien. Lástima que no sea bonita.

—Para mí lo es. Lo que pasa es que tú la estas comparando con Susan y todas esas mujeres hermosas con las que trabajas.

Damian se encogió de hombros.

—Lo que tú digas. Pero aun así, por más cuerpazo que se gaste, sigue siendo la chica-momia de siempre. Si ella no hubiese contado con la ayuda de Susan, ¿crees que se vería así?

—En eso tienes razón, por lo menos en una parte. Te recuerdo que Susan sólo le puso ropa y la maquilló; esa figura ella ya la tenía. — le guiñó un ojo.

Alex se dio la vuelta y se dirigió hacia donde dos jovencitas, una más tímida y retraída que la otra, captaban la atención de un grupo de hombres. Giselle hacía vanos intentos por convencer a Susan de que fuese con ella. Damian casi sintió pena por ella, si no se hubiese sentido tan molesto por haber sido taimado tan vilmente por ella.

Le molestaba el hecho de que la única mujer que le había parecido atractiva en mucho tiempo, fuese la única que él no podía tolerar. Mucho más el hecho de que Alex, que no era ni corto ni perezoso, se había colocado en medio de las dos jóvenes y las había estrechado hacia su cuerpo de una forma demasiado intima.

No pudo suportarlo y se encaminó hacia ellos.
La Premonición
Titulo: Detrás de la puerta…
Fandom: La Premonición
Claim: Anne Foster
Palabras: 739 palabras
Advertencias: one-shot con un final muy malo. Quedan advertidos lol.
Notas: este drabble está basado, basicamente, en la imagen, en lo que esta me hizo sentir y “ver”. Y aunque la imagen es mucho mas clara y nitida de lo que fue en mi cabeza, es la misma puerta (aunque mi descripción de la misma sea tan vaga y pobre lol).



Una vez más estaba corriendo. Una vez más se estaba escondiendo de esa detestable persona que la perseguía y que sólo quería destruirla. Pero esta vez, a diferencia de la anterior, estaba en un lugar completamente desconocido; estaba en otro mundo.

Sus pies descalzos chocaban contra el frío suelo, sin producir sonido alguno que rompiese con la tranquilidad de la noche. Su corto cabello al igual que su vestido blanco, ondeaban libres en el viento, dándole la apariencia de un fantasma, prácticamente rompiendo con la oscuridad del lugar. Ella no podía ver u oír nada, nada salvo el sonido de su agitada respiración, pero podía sentir en su piel, destruyendo, calándose hasta sus huesos, el terror, la sed de sangre, la muerte.

La muerte la estaba persiguiendo, avanzando a pasos agigantados, y ella no podía hacer nada para evitar que la atrapase.

De pronto, como salida de la nada, una casa apareció en su campo de visión. Estaba hecha de piedra, sin ninguna decoración que destacase en ella. Al frente sólo tenía un par de puertas de madera, destruidas por el tiempo, y que estaban escasamente sostenidas a sus goznes. Con las últimas fuerzas que le quedaban, lo más rápido que pudo, se acercó al extraño lugar y, golpeando fuertemente con el hombro, abrió la puerta.

Dentro del lugar estaba oscuro como la boca de un lobo por lo que dudó que fuese una buena idea adentrarse allí. Pero al escuchar los pasos de su captor, que parecían resonar en el penetrante silencio del bosque, optó por arriesgarse y esconderse ahí dentro. De seguro ese lugar era más seguro que afuera.

Las puertas se cerraron en el mismo instante en el que ella les dio la espalda, como en una película de terror. Ahogó un grito de terror tapándose la boca con las manos, por temor de que su captor la escuchase, y se encaminó hacia una de las paredes para protegerse en la sombras. Inmediatamente puso una mano en la pared, toda la estancia se iluminó con una extraña luz que parecía salir de todos lados.

Contrario a lo que pensaba, no estaba en una casa: estaba en lo que parecía ser la entrada de la misma. A su alrededor habían montones de árboles, que por el paso del tiempo habían crecido libres, ocupando lugares que no les pertenecían. El pasto, tan alto que le acariciaba los tobillos al caminar, estaba extrañamente cálido, como si hubiese sido calentado por el sol.

La casa estaba al fondo, alta y hermosa, como si los años no hubiesen pasado y todo a su alrededor no estuviese arruinado por el despiadado paso de los años. La casa parecía refulgir, parecía ser el sol en medio de todo ese universo, y ella se sintió raramente atraída por ese lugar. Extasiada, atraída, se acercó hacia la casa. Quería tocarla, quería saber si era tan cálida como se veía. Quería saber si era real.

Cuando estaba a pocos centímetros de tocarla, la luz que había estado iluminando todo se apagó, haciendo que todo volviese a su desolado aspecto. La casa estaba en ruinas, apenas unos cuantos muros en pie. El suelo, duro y frío, no tenía ni la sombra del pasto que ella había estado pisando segundos antes. Y los altos y frondosos árboles y plantas, no mostraban el brío y resplandor de antes; ahora, apenas, eran meros esqueletos, restos de lo que fueron alguna vez.

Y en ese momento, vinieron la desolación y la tristeza a visitar a la joven, a rodearla, a torturarla y desgarrarla con sus huesudas manos. No había esperanza en ese lugar. No había nada hermoso, brillante y cálido que pudiese descongelar el frío corazón de ese mundo. No había forma de que el Hellaven fuese un lugar tan maravilloso como el que ella había visto segundos antes; como la Tierra. Y si el Hellaven no tenia esperanza, ¿por qué una insignificante terrana iba a tener esperanza de salvarse? ¿Por qué ella iba a tener tanta suerte?

Pero, pese a su razonamiento, las desgastadas puertas de madera no se abrieron en toda la noche. Y el monstruo que la perseguía no salió de algún rincón de la casa, como en aquellas películas de terror que ella tanto odiaba. A pesar de todo, a pesar del lugar en el que se encontraba, estaba segura, sintiendo arder por primera vez en mucho tiempo, la pequeña llama de la esperanza en su corazón.
La Premonición
Datos importantes sobre la historia La Premonición.

Debido al hecho de que la historia incluye magia, universos alternos y personas exageradamente hermosas, algunas personas están planteándose la historia de forma errónea. Por esa razón, he decidido escribir esto, para aclarar algunas dudas. Si al final siguen sintiéndose curiosos por algo, no duden en preguntar.


Primero, ¿son los hellavenianos humanos?

Sí, lo son. El hecho de que tengan poderes no les quita su humanidad. Por tal motivo, el erróneo concepto de que ellos no pueden sentir afecto por otra persona es falso.

¿Son todos los hellavenianos crueles y despiadados?

No. En ese aspecto son igual a los terranos. De todas formas, no hay nadie completamente bueno o completamente malo en el mundo, por lo que siempre puedes llevarte una sorpresa respecto a las acciones de las personas. Aunque se podría decir que las únicas personas que realmente se ajustan a esas palabras son los Recolectores y los miembros de la Guardia.

¿Si el Hellaven es tan tranquilo, para qué existen los Guardias?

Para proteger el secreto sobre las muertes. Los hellavenianos comunes y corrientes no saben que existen Recolectores, Encargados de la Limpieza o Selectores, mucho menos que los primeros van a la Tierra a cazar terranos. Además, cada mundo necesita de personas que se aseguren de que las cosas funcionan bien. Y aunque el Hellaven sea relativamente tranquilo, siempre aparecen personas a las que les gusta romper una que otra regla.

¿De dónde viene el nombre del mundo?

Hay una historia detrás de ese nombre (dos, si contamos la mía a la hora de idearlo xD) pero sólo me remitiré al concepto básico: Hellaven proviene de la combinación de las palabras Hell y Heaven (Infierno y Cielo). Y, como verán, se apega bastante a lo que es el mundo.

Los hellavenianos podrían decir que viven en el infierno, debido a que su mundo pende de una cadena muy fina y frágil. Y podrían decir también que viven en el cielo, debido a que ellos, gracias a su magia, tienen muchísimas facilidades. Aunque, como ya dije, hay una historia para ese nombre.

¿Por qué tienen que ser tan atractivos los hellavenianos?

Esa es una de las cualidades que diferencian a los habitantes de un mundo y de otro. Según la historia, los terranos también gozaban de ese privilegio ya que los dioses habían creado a los habitantes de sus mundos a imagen y semejanza de ellos (hermosos y físicamente perfectos). Pero, debido a un suceso el cual sólo unos pocos saben, los dioses decidieron retirarle ese don a los terranos como castigo por sus faltas. Lo mismo sucede con la magia y otros aspectos que marcan la diferencia entre ambos mundos.

¿Hay más de un reino?

Sí. En total hay cuatro reinos denominados del primero al cuarto y todos ellos están regidos por un reino superior, denominado de la misma manera. Al principio de esta cadena de mando están los dioses. El reino en el que está Anna es el segundo, liderado por Aaron, Diane, Adrian y Ariadnna Nightingale, siendo Rey, Reyna, Príncipe y Princesa respectivamente.

¿Puede un terrano que aparezca en el Hellaven aprender a usar la magia?

Los terranos no hacen magia, por lo que estar en el Hellaven no cambia este hecho. Y el hecho de que Anne haya tenido una premonición, no indica que ella sea una excepción a la regla. Ni Anne, ni ningún terrano, es capaz de mostrar el más mínimo indicio de magia ni en el Hellaven ni en la Tierra.


Con estas simples preguntas quiero dejar claro que los hellavenianos no son tan diferentes de los terranos como algunos piensan. El hecho de que vayan a la Tierra y maten terranos (y de que lo disfruten) está relacionado con la venganza. Los hellavenianos no tienen otro medio para vengarse de ellos por lo que disfrutan cumpliendo sus misiones.

Otra cosa que quiero aclarar es que físicamente hablando (haciendo a un lado la belleza) los habitantes de cada mundo no tienen diferencias entre sí (excepto la temperatura de su piel, y esto se debe al hecho de que los hellavenianos viven en un mundo frio, en donde nunca ha salido el sol). Por lo que no encontraran (a menos que haya sido un hechizo) a alguien con tres ojos o dos cabezas. Mucho menos a personas que lancen rayos por los ojos o que tengan serpientes por cabello.

Como ya dije, físicamente hablando, ellos son iguales; o por lo menos muy parecidos. Si tuviesen diferencias muy marcadas, Anne no hubiese podido sobrevivir dos segundos en ese mundo. Y lo más importante de la trama es que Anne sobreviva en el Hellaven y pase desapercibida. Aunque la similitud entre los habitantes de cada mundo no tiene nada que ver con la supervivencia de Anne sino con la historia antigua de ambos mundos, con la creación.
La Premonición
Título: Capítulo 4
Fandom: That's my life
Palabras: 3,356 palabras




Damian sabía que Susan no se iba a quedar tranquila después de haber escuchado su negativa. La conocía demasiado bien como para saber que recién se pusiese de pie con intención de salir del comedor, ella iba a hacer lo mismo, dispuesta a sermonearlo hasta el cansancio. O hasta que él accediera a sus caprichos (lo cual ocurría la mayor parte del tiempo y sólo porque él odiaba escucharla).

Susan lo alcanzó cuando cruzaba el patio. Lo había agarrado del brazo en un vano intento por detenerlo, pero al ver que no lo conseguía, decidió adelantarse y enfrentarlo. Arqueó los brazos, apoyando sus manos en sus caderas, y le dirigió una mirada desafiante.

—Tú vas a escuchar lo que tengo que decir. — Le dijo como si eso fuese una orden que él tenía que acatar sí o sí. Él la evadió y siguió con su camino; no quería llegar tarde a su siguiente clase. A Susan, el hecho de tener que ir a su aula no parecía importarle mucho.

—La verdad es que no entiendo por qué tanto interés en que esa chica se quede con nosotros. Mucho menos si no va a estar por mucho tiempo. —Susan iba a su lado, tratando de mantener su paso.

—Eso no lo sabes. Ella puede estar con nosotros mucho, mucho tiempo. Nada le impide hacerlo.

—Yo se lo impido.

—Tú no eres el dueño del grupo. —musito con desdén, con su suave voz teñida con el más puro veneno.

—No, no lo soy. Pero se da el caso de que estas aquí, rogándome para que te de mi permiso para que la chica-momia se quede en el grupo. Eso me hace pensar que lo que dices es muy diferente de lo que sientes y piensas. ¿No lo crees tú así?

—Yo sólo quiero que la aceptes y te resignes a la idea de que ella va a estar en el grupo. —Ella ignoró su comentario… haciendo grandes esfuerzos. En los momentos en los que Damian era tan terco, ella tenía que esforzarse por no estrangularlo. —Tú la trajiste a nosotros, así que tendrás que soportar su presencia.

— ¡Sólo hice un estúpido acto de caridad para ver si de esa forma lograba quitármela de encima!

Se detuvo en medio del pasillo que llevaba a las escaleras y enfrentó a su amiga casi a los gritos. Por suerte ya habían pasado el primer bloque de aulas, por lo que no tenían que temer que ningún profesor los regañase por hacer tanto escándalo.

Y esa situación iba a ser realmente vergonzosa. Él, que siempre había mantenido la calma y había tratado de pasar desapercibido (cosa que nunca lograba dado su estatus social) no podía concebir la idea de hacer un escándalo en medio de un pasillo por una chica de la cual ni siquiera estaba interesado.

— ¿Y cuándo fue la última vez que hiciste algo como eso? —le reprochó, cruzándose de brazos. — Tú nunca habías hecho algo como esto. Tú nunca te habías mostrado interesado en “hacer caridad”, como dices; mucho menos si tenía que ver con alguna chica.

Damian la miró fija y seriamente, como si de esa forma pudiese adivinar sus pensamientos. Susan no se dejó amedrentar por este gesto; al contrario, lo miró de la misma forma, quizás con un poco ms de descaro. Damian, después de unos minutos de exhaustivo examen, dijo:

—Esto no tiene nada que ver conmigo, ¿verdad? Estas armando todo este escándalo por…

—De acuerdo, lo admito, esto no tiene nada que ver contigo. —Lo interrumpió, dándose por vencida. Se pasó una mano por su largo pelo rubio, acomodándose una parte sobre el hombro izquierdo. — Quiero que la chica esté en el grupo.

— ¿Por…?

—Porque me agrada.

Él dudó de sus palabras. A Susan era muy extraño que alguien le gustase, mucho menos al poco tiempo de conocerla. Por esta razón su grupo había permanecido cerrado a nuevos miembros, ya que la chica se ponía realmente pesada cuando alguien tenía el atrevimiento de hacer la sugerencia.

—Susan, no mientas. ¿Por qué quieres que la chica-momia esté en el grupo?

—Porque quiero que sea mi amiga. —Su tono de voz fue triste, anhelante, pero después lo recompuso ya que a ella no le gustaba mostrarse débil o vulnerable delante de los demás. — Además, ya estoy cansada de estar rodeada de chicos, los cuales nunca me comprenden. Ustedes son unos cabeza de chorlito que no se detienen a pensar ni un solo segundo en lo que me pasa.

— ¿Y crees que una desconocida va a hacerlo mejor que nosotros, que llevamos casi toda la vida conociéndote? — Lo dijo en un tono cargado de burla y dudas, a pesar de que las palabras de Susan le habían llegado.

Susan nunca había tenido una amiga; ella siempre había estado rodeada de Angel, Alex y él; o de las niñeras, pero ellas no contaban como amigas ya que siempre buscaban la manera de tener el más mínimo contacto con Susan (porque la chica era diabólica, como ellas decían. Mientras más lejos de ella, mucho mejor).

Y aunque su amiga había dicho que no le importaba, que hubiese dado a todas las amigas del mundo sólo por conservarlos a su lado, él sabía que no siempre pensaba de esa forma. Había cosas que no podía hacer con ellos, charlas que no podía tener; quizás ella esperaba hacer todas esas cosas con Giselle la cual, por alguna extrañísima razón, le había agradado lo suficiente como para quererla en el grupo.

Él adoraba a Susan tanto como quería a su propia hermana, por lo que negarle lo que le había pedido ahora le resultaba muy difícil.

—Espero que lo haga. —Respondió al fin, emprendiendo la marcha junto con él. —Además, no es tan difícil; es mujer igual que yo. —le sonrió

—Y tú eres una completa descerebrada; más bien, lo poco que queda de tu cerebro se ha visto atacado por el decolorante para el pelo. Así que supongo que a la chica nueva no le va a resultar tan difícil comprenderte.

Ella corrió para alcanzarlo y golpearlo fuertemente en la espalda por su comentario. Damian se quejó, entre risas, mientras trataba de quitársela de encima.

—Pedazo de idiota. No vuelvas a decir que me decoloro el pelo; alguien podría escucharte y pensar que es cierto.

—Es cierto, Sue. No trates de negar lo evidente.

—No voy a discutir contigo por esto; pero sí por lo de Giselle. —Pronunció su nombre con mucho énfasis, demostrándole de esa forma que no estaba de acuerdo con él cuando llamaba a su nueva amiga “Chica-momia”. Luego se alejó de él y se acomodó el uniforme el cual, en el trajín de la pelea, se había desacomodado un poco. — ¿Vas a aceptarla sí o no?

Él sopesó su respuesta durante unos segundos, a pesar de que ya había tomado una decisión.

—Sí, voy a aceptarla…— Susan se abalanzó hacia él pero este la detuvo— Pero sólo por un tiempo.

Susan se lanzó hacia sus brazos nuevamente y le dio un fuerte abrazo, rodeando su cuello con sus brazos. En medio del entusiasmo, le dio varios besos por toda la cara, sin importarte que alguien pudiese salir de las aulas y verlos en semejante situación. Ella tenía un novio después de todo; no podía estar haciendo ese tipo de cosas en público (aunque todos sabían que ellos dos eran muy cercanos). Además, estaban en medio de un pasillo, donde algún profesor, o incluso la directora podía verlos.

—Gracias, gracias, gracias. Eres un sol.

—Ya, ya, suéltame. — Con algo de esfuerzo se quitó a la chica de encima. —Tengo que ir a mi clase.

—Nunca he entendido tu interés por llegar a tiempo a las clases. Es mucho más divertido cuando llegas tarde, interrumpes al profesor y captas la mirada de todo el mundo. —Los ojos de la muchacha brillaron de la emoción. Damian discrepaba con ella pero prefirió no decir nada. Ya iba bastante retrasado y sabía que si hacia un comentario, por pequeño que fuese, no iba poder callar a Susan después.

Después de dirigirle un rápido “nos vemos en el almuerzo”, salió disparado hacia el aula 38, deseando que su profesor no hubiese llegado todavía.



***


Para sorpresa de Giselle, nada extraño sucedió en las semanas siguientes. Susan la había abordado un día a la salida de la escuela y le había dicho que Damian la aceptaba en el grupo; después de eso, nada más pasó. Ni una llamada, ni una invitación a sentarse con ellos en el comedor, nada. Era como si no existiese para ellos, o para el resto de la escuela.

Porque, a pesar de que no tenía la misma apariencia desaliñada que exhibió al principio, los demás estudiantes de la escuela se mantenían alejados de ella. La trataban como si ella fuese alguien peligroso, alguien que está a punto de ser atrapado y torturado hasta la muerte. De acuerdo, estaba exagerando un poco.

De todas formas, ella no buscaba ser aceptada o tratada como una celebridad. Ella sólo quería pasar de curso y graduarse, nada más.

Giselle, en esos momentos, estaba en la clase de Lengua y Literatura. Su profesora, una señora bajita, con tendencia a ponerse las gafas en la punta de la nariz y a caminar dando pequeños saltitos, estaba escribiendo en la pizarra, con su perfecta y redondeada caligrafía palmer, una serie de palabras para que ellos las clasificaran de acuerdo a su silaba tónica. Eran cincuenta palabras complicadas, la mayoría sin tilde visible, lo que hacía a más de uno soltar un suspiro exasperado. A nadie le gustaba hacer ese tipo de tareas, mucho menos cuando había que entregarlas al final de la clase.

Para consuelo de muchos, la profesora les había dado la opción de hacer parejas. Giselle, como había trabajado y estado sola desde que había llegado a esa escuela, empezó a clasificar su lista de palabras sin mirar a nadie. Su lápiz se deslizaba lentamente sobre el papel, trazando letras redondeadas y ligeramente inclinadas hacia la derecha. Tenía una bonita caligrafía, lograda a base de pasarse muchas tardes haciendo caligrafía palmer en su habitación.

Sobreesdrújula. Aguda. Aguda. Grave. Esdrújula.

—Disculpa.

Escuchó que alguien decía, pero le hizo caso. Pensando que era con otra persona que hablaban, siguió clasificando las palabras sin que esto la molestase. Pero cuando sintió unos ligeros toquecitos en el hombro, supo que la persona que se había acercado hablaba con ella.

Levantó la cabeza y buscó a quien le hablaba. Era una chica, bajita y de largo y lacio cabello oscuro. Llevaba un cuaderno en los brazos, el cual aferraba fuertemente apretado a su pecho y un lápiz en una mano. Tenía una clara expresión de vergüenza en el rostro, como si hubiese deseado estar en cualquier otro lugar menos ahí.

— ¿Si? —Preguntó Giselle. — ¿Deseas algo?

—Eh…La profesora me dijo que me sentara aquí y que… y que hiciese el trabajo contigo.

—Oh.

Fue lo único que pudo decir. Sabía que la chica no se había acercado a ella por voluntad propia pero siempre quedaba la pequeñísima posibilidad de que hubiese sido así. Le dirigió una mirada a la profesora y vio que ella le estaba sonriendo, como si hubiese hecho su gran obra del día.

La chica a su lado no preguntó si se podía sentar y ocupó la silla que había a su lado. En el acto abrió su cuaderno y se inclinó ligeramente hacia el lado de Giselle para ver lo que esta había escrito. Al parecer, toda la vergüenza que había sentido hacia unos instantes había desaparecido al ver que Giselle no la había mandado hacia otro país de una patada.

—Yo había empezado a hacer esto antes de que la profesora me cambiara de lugar... Oh, que linda letra. —la elogió con una sonrisa, al ver las palabras que Giselle estaba escribiendo. No había falsedad en su tono de voz, aunque Giselle pudo notar un ligero matiz de envidia. —Yo siempre he querido escribir de esa forma, pero nunca he podido. La “r” minúscula, la “g” y la “j” mayúscula me salen horribles.

Esa era la conversación más extraña que hubiese tenido en toda su vida pero de todas formas le respondió a la chica con una sonrisa:

—Al principio me pasaba igual. Pero después de practicar mucho me salieron mejor.

—Yo no tengo tanta paciencia. Prefiero seguir escribiendo como una niña de primaria a pasarme largos ratos practicando una tonta letra—se cruzó de brazos y se recostó del espaldar de su silla como si de esa forma pudiese darle más peso a sus palabras. Luego, de la nada, estiró la mano hacia Giselle. —Por cierto, mi nombre es Martha Hood. Gusto en conocerte.

Giselle estrechó su mano y le dedicó una sonrisa. La chica, a pesar de su extraña y acelerada personalidad, parecía una buena persona. Además, se había acercado a ella y había tratado de entablar una conversación en vez de esperar que fuese Giselle la que tomase la palabra.

—Para mí también es un gusto, Martha. Mi nombre es Gi…

—No tienes que decirme tu nombre. —La interrumpió abruptamente. —Todos aquí sabemos quién eres: la hija de Anthony Wright, Giselle Wright. Y, por si fuera poco, la amiga de los chicos populares. Eres muy famosa, a pesar de todo.

Giselle escuchó como la profesora, con su vocecita alegre, pedía silencio; y de paso, como amenazaba a unos cuantos con quitarles puntos por estar haciendo bromas en vez de estar trabajando.

—Deberíamos estar haciendo esto—señaló su cuaderno con su lápiz. —No nos conviene hacer enojar a la profesora.

La chica asintió y como si alguien hubiese desactivado la acción “hablar sin parar” y hubiese activado esa opción que hacía que su cerebro funcionase correctamente, se puso a hacer su tarea. Cada vez que tenía dudas sobre una palabra, le hacía preguntas a Giselle y ambas se veían enfrascadas en una serie de debates sobre la clasificación de las palabras. Sus conversaciones comenzaban con frases como “¿es Nigromancia aguda o grave?” o “¿Por qué gráficamente es sobreesdrújula?”. A pesar de todo, hacer la tarea con ella no fue aburrido ni tedioso. Incluso podía decir que había sido divertido.

Al finalizar la clase, Giselle y Martha habían sido las únicas que habían terminado. Los demás se la habían pasado hablando sobre cosas sin importancia o escuchando las bromas de Louis y John, los bromistas del curso.

—Entonces qué, ¿conoces a Damian y su grupo desde antes de entrar a la escuela? —le preguntó Martha mientras se dirigían hacia la salida.

La chica, desde que le habían entregado su hoja con las palabras clasificadas a la profesora, se había dedicado a atacar a Giselle con una serie de interminables preguntas referentes a su vida y sus conocidos. Giselle no se hubiese sorprendido si la joven le hubiese preguntado el color preferido de su tatarabuela.

Pero, por suerte, la conversación no había girado en torno a ella. Martha le había hablado sobre su familia, sobre cómo había terminado en esa escuela, incluso le había dicho cuáles eran sus canciones y películas favoritas. En esa extraña conversación que tenían, Martha era la que mas había hablado, ya sea sobre ella misma o para preguntarle cosas a Giselle.

—No, los conocí el día que entré a clases. Me topé con Damian por casualidad esa mañana.

—Oh, ¡que suerte la tuya! Yo llevo años soñando con encontrármelo en medio de un solitario pasillo. —sus ojos brillaron a causa de la emoción. Giselle no quería saber que era lo que estaba pasando por la cabeza de su nueva amiga. —Damian es el tipo de chico que te asegura que vas a pasar un rato bastante agradable con él.

—Yo creo que él es escalofriante y que tiene serios problemas mentales. Es un chico de temer, realmente.

—Pero es muy atractivo, ¿o vas a negarlo? —suspiró. — Todos en ese grupo son tan guapos, en especial Angel.

— ¿Lo has visto? —preguntó Giselle con curiosidad. Ya llevaba un mes en esa escuela y nunca había visto al cuarto integrante del grupo, ese que hacía que los ojos de Susan brillaran de felicidad cuando hablaba de él. Ese que casi le provocaba a Martha un derrame nasal con sólo pensar en él.

— ¡Por supuesto! Y te aseguro que ha sido la cosa más hermosa y perfecta que he visto en toda mi vida. Angel es el tipo de hombre que te deja sin palabras y sin respiración. Él es, simplemente, hermoso. Incluso más hermoso que Susan, y eso es mucho decir.

— ¿No crees que estas exagerando? Ningún hombre puede ser como lo estas describiendo. —Giselle estaba segura de que Martha hablaba basándose en su propio concepto de belleza. Además, estaba claro el hecho de que Angel le gustaba; era obvio que lo iba a comparar con un dios griego. —Además, si es más hermoso que Susan, que es realmente hermosa, ¿no crees que sería un poquito… raro?

Martha ignoró este último comentario, pero le dedicó una breve mirada mordaz a Giselle, demostrándole que no le gustaban ese tipo de comentarios, mucho menos si tenían que ver con su amado Angel.

—No, no exagero. Angel es perfecto. Per-fec-to—acentuó cada silaba, como si de esa forma pudiese conseguir que Giselle entendiese lo que ella decía. —Vas a verlo cuando regrese de su viaje. Te aseguro que te quedaras sin palabras cuando lo hagas. Todos lo hacen. Incluso los hombres…

Giselle le sonrió. Martha era realmente divertida. Nunca se hubiese imaginado que esa pequeña criatura de apariencia tranquila y tímida que se acercó a su mesa hacia unas cuantas horas, fuese la chica que en esos momentos le estaba hablando sobre hombres hermosos, haciendo exagerados gestos con los brazos. Esa que se perdía cada pocos minutos en sus pensamientos (que de seguro eran bastante pervertidos), mientras esbozaba una picara sonrisa en los labios.

Martha era única y especial, y por eso se había acercado a Giselle. Ella estaba segura de que si hubiese sido como la mayoría de los estudiantes de su clase, se hubiese negado rotundamente a la orden de la profesora y no se hubiese sentado junto a ella.

—Bueno, cuando lo vea te diré mi opinión. —Miró su reloj. El chofer estaba a pocos minutos de llegar— Cambiando de tema, ¿alguien viene a buscarte?

—Ya quisiera yo. Mi hermano me dijo que hoy no iba a poder venir a buscarme porque tenía “algo que hacer”. —Rodó los ojos.

—Si quieres puedo pedir que te lleven hasta tu casa.

—Oh, ¿en serio? —esbozó una enorme sonrisa, que le iluminó el rostro. —Si haces eso vas a ganarte el cielo. Dios sabe que no tengo ganas de irme a mi casa por mis propios medios.

—Bien, entonces sólo tenemos que esperar a que llegue el…

No pudo terminar de hablar. Alguien la había levantado del suelo y se la había colocado en el hombro con una facilidad que la dejó sin palabras por un instante. Vio como Martha abría la boca formando una perfecta “o” que más que ser un gesto de horror parecía de diversión y sorpresa. Incluso pudo escucharla reír.

Giselle comenzó a revolverse para que quien fuese el que la tuviese agarrada la soltase. Cuando la metieron en la parte trasera de un auto, se asustó. Se preparó para gritar pero una mano femenina y delicada se posó sobre su boca, callándola. Después, un chico atractivo y que familiar apareció en su campo de visión. Quien la había silenciado, al ver que la chica no pensaba ponerse a gritar, dejó de taparle la boca.

— ¿Alex? —preguntó Giselle a la persona que tenía en frente. Luego se giró para ver a la persona que tenía al lado. — ¿Susan?

Ambos chicos le sonrieron, una sonrisa perfecta para la promoción de una pasta dental. Alex golpeó con los nudillos de la mano derecha un cristal que había tras él y el auto empezó a moverse a los pocos minutos.

Bien, si el hecho de haber sido medio secuestrada en medio de la escuela no le gustaba, estar encerrada en ese auto dirigiéndose a quien sabe dónde, menos le gustaba. Que Dios la ayudase.
La Premonición
Titulo: Capítulo 3
Fandom: That's My Life (Original)
Palabras: 4,965 palabras
Notas: Participa en el NaNoWriMo.


Capitulo 3


Después de todo un día de compras y cambios de imagen, Giselle estaba muerta. Nunca se le había ocurrido que cambiar de apariencia y salir con una chica popular y atractiva fuese tan agotador.

Susan era del tipo de persona que le gustaba exigir mucho para conseguir lo mejor de todo. No se sentía conforme con nada. Todo le parecía poca cosa a la hora de lograr sus fines; y, en este caso, su meta era hacer de Giselle toda una belleza (cosa que le tomó más tiempo del que pensaba).

Giselle no tenía el más mínimo conocimiento sobre la moda y los estilos. Ella era una chica que con ropa y zapatos deportivos se sentía bien. Nunca iba a ninguna actividad importante con su padre por el simple hecho de que no tenía la apariencia necesaria para hacerlo. Y como Anthony no era de los que le exigían a su hija que hiciese cosas de las que no se sentiría en la capacidad de hacer, todo estaba bien.

Pero ahora, con eso de que Damian le había pedido a Susan que le hiciese un cambio sin siquiera preguntárselo, tenía que calarse todas esas cosas que en los años que tenia no había hecho.

Lo primero que Susan quiso que hicieran fue comprar el uniforme. Nada de faldas extremadamente largas o camisetas anchas, cosa que disgustó un poco a Giselle ya que no estaba acostumbrada a usar ropa tan ajustada. Lo segundo que hicieron fue ir a la peluquería para tratar de hacer algo con el cabello de Giselle.

La chica tenía una larga maraña de cabello negro que a la estilista particular de Susan le encantó modificar. La mujer, una experta en cortes de pelo y color, decidió sólo recortar las puntas y no alaciarle el pelo. Decía que una cascada de tirabuzones le sentaría mejor a su rostro que el cabello lacio. Además, como Giselle tenía grandes ojos marrones le daría aun más la apariencia de muñeca. Susan estaba encantada con esto por lo que no puso objeción alguna. Además, ella confiaba en esa mujer más que en nadie en el mundo así que para ella lo que la estilista dijese era sagrado.

Cuando salieron de ese lugar, varias horas después, hicieron una parada en el spa. Susan decía que estaba muerta de cansancio y que lo mejor para recuperar las energías era recibir los mimos de las masajistas. Al principio, Giselle se mostró algo reticente a estar con poca ropa delante de otra persona, pero cuando la masajista empezó con su trabajo, se olvidó de todo y se dejó llevar. Por un momento, sólo fue una chica que se dejó consentir por primera vez en la vida.

Su última parada fue el centro comercial. Ahí Susan, sin que le importase en lo más mínimo el dinero, seleccionó ropa, zapatos y accesorios como para tres personas. Giselle, que sabía que no iba a ponerse toda esa ropa, mucho menos siendo del estilo que era, no sabía cómo decirle a Susan que se controlase. Trató de mil y una maneras pero no logró que su compañera dejase de sacar ropas del perchero.

La parte más difícil de todo eso fue, por supuesto, probársela y que a Susan le agradase lo que veía.

Cuando Giselle llegó por fin a su casa, cargada de bolsas que las empleadas le ayudaron a llevar a su habitación, era ya la hora de la cena. Su padre, el cual bajaba las escaleras dispuesto a ir al comedor, no reconoció a la chica que tenía al frente. Tardó unos instantes en caer en la cuenta de que esa arreglada chica, que se acomodaba cada dos minutos el dobladillo de su falda, era su hija, la chica que nunca se había detenido frente a un espejo para peinarse o verificar que nada estaba fuera de lugar en su atuendo.

—Giselle, ¿qué te hiciste?—preguntó, aun presa del asombro.

Su hija profirió una exhalación cargada de todo el cansancio y la incomodidad que sentía.

—Yo no me he hecho nada; me hicieron esto—levantó los brazos a ambos lados, invitándolo a que la mirase. Anthony esbozó una sonrisa.

— ¿A quién debo agradecerle el gesto?

— ¡Papá! — se quejó, indignada. Ella esperaba que su padre entendiese su posición y le dijese que volviese a ser la misma de antes. Pero, al parecer, Anthony estaba encantado con lo que veía. Era un padre muy raro.

— ¿Qué? ¿Qué dije? —Giselle frunció los labios— Lo siento, linda, pero estas guapísima. Era de esperarse que me sintiese agradecido al ver como estas. Además, yo siempre quise verte así. — se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros. — Siempre supe que eras muy bonita; he aquí la prueba de ello.

—No me siento cómoda de esta forma. Esta no soy yo. — Anthony la miró en silencio durante unos instantes, mientras se dirigían al comedor.

—Es verdad, esta no eres tú. Pero es así porque tú no has querido serlo. Yo siempre he dicho que la culpable de que los demás no vean lo bonita que eres, eres tú misma. Siempre estas escondiéndote detrás de tu apariencia. Es como si no quisieses que los demás te vean. Siempre me he preguntado la razón. —Giselle levantó la cabeza y lo miró— Pero ahora, gracias a alguien, vas a descubrir que no es tan malo andar con la frente en alto, sintiéndote orgullosa de lo que eres y de lo que tienes.

Giselle no dijo nada, sólo se limitó a mirar al frente. Quería decirle sus razones a su padre pero no se sentía capaz. Además, ni ella misma las sabía con exactitud. Para ella siempre había sido más fácil andar escabulléndose, ocultándose de los demás. Había pensado que de esa forma era más fácil. Y de alguna extraña manera le había resultado el plan. Ahora no sabía qué hacer; no sabía que esperar. Mucho menos en lo referente a su “esclavizador”.

Le daba escalofríos con sólo pensarlo.


***


Damian aún se preguntaba por qué razón había dicho que esa chica era su esclava. Al principio había querido decirlo como si fuese una broma, pero no le salió de esa forma (casi nunca lo que quería decirle a Susan salía como él quería). Sus palabras salieron demasiado seguras y veraces, era de esperarse que ambas chicas tuviesen la reacción que tuvieron.

Pero, de todas formas, no se preocupaba mucho por las consecuencias. Había sido una frase dicha al azar, para salir del paso; no tenía por qué darle más importancia de la que se merecía. Como tampoco tenía porque sentirse ansioso por saber como había quedado la chica-momia después de todo un día con Susan.

Debía admitirlo, su gesto de ponerla en las manos de Susan había sido una buenísima acción. Esa chica realmente necesitaba que alguien se encargase de ella; y quien mejor que Susan. La chica era modelo, era hermosa y sabía tanto de moda y belleza que incluso llegaba a asustarlo (muchas veces llegó a pensar que Susan no estudiaba y que sólo se dedicaba a aprenderse de memoria los artículos que aparecían en las revistas).

Su acosadora no podía estar en mejores manos.

Cuando el timbre que anunciaba el inicio de las clases sonó, Damian se puso de pie y se dirigió hacia su aula con toda la calma del mundo. Muchos lo saludaban, otras lanzaban grititos emocionados al verlo pasar, pero él los ignoró a todos, como siempre. Él no estaba allí para hacer de celebridad; él era un estudiante mas, uno muy famoso y atractivo, pero un estudiante al fin y al cabo.

Cuando llegó a su clase, Giselle, para su sorpresa, no estaba allí. No es que él supiese mucho sobre la chica pero teniendo en cuenta su actitud del día anterior, podía jurar que ella era del tipo de estudiante que llegaba puntual a todas sus clases y que nunca dejaba de hacer la tarea. Esa escuela estaba llena de chicos de ese tipo.

Se encaminó hacia su asiento como si esto no le importase y se acomodó cual rey del mundo en su pupitre, en espera de la profesora. Esa mañana les tocaba inglés y como él dominaba perfectamente ese idioma, solía no prestarle mucha atención a la materia. Siempre y cuando, claro está, tuviese un libreto que estudiar o una tarea pendiente por hacer.

El curso se fue llenando de estudiantes, incluso la profesora llegó y verificó la asistencia, pero Giselle no hacía acto de presencia. Eso le hizo llegar a la conclusión de que Susan, por más que lo intentó, no logró convertir a ese patito feo en un bello cisne. Era una lástima, realmente. Habiendo llegado a esa conclusión, se olvidó por completo de la chica y se concentró en lo que la profesora estaba tratando de decir.

Al poco rato, la puerta del aula se abrió y una jovencita con expresión de no saber donde se encontraba ni qué hacer, entró. Se acercó tímidamente hacia la mesa de la profesora, intercambió unas cuantas palabras con ella y cuando recibió el asentimiento de la mujer, se sentó en el único lugar libre que había a esa hora: la mesa que estaba más cerca de la puerta, y por ende, más alejada de los chicos populares.

Él se quedó mirándola durante unos breves instantes, tratando de identificarla, pero después volvió su vista hacia la profesora, la cual parecía haber controlado a los estudiantes.

Esas dos horas de clases fueron realmente estresantes. Las chicas tontas, las seguidoras de Michelle principalmente, se pasaron la mayor parte del tiempo fingiendo no saber pronunciar ninguna de las palabras del texto que la profesora les había mandado a analizar, sólo para que él les hablase. Les había resultado el truco hasta que la profesora las descubrió y las cambió de lugar. Damian le agradeció internamente.

Después de eso, todos salieron para tomar su receso. Damian fue abordado en la puerta por una Susan extremadamente feliz, acompañada de su siempre alegre novio el cual parecía algo distraído. Rogó que esa vez, la felicidad de la chica no tuviese nada que ver con él.

— ¿Por qué estás tan contenta, Susan?—le preguntó cuando estuvo frente a ella.

—Yo siempre estoy contenta después de terminar un proyecto. Y esta vez, este proyecto fue uno de los mejores que he tenido—se abalanzó hacia él y lo abrazó—Gracias, Damian.

El susodicho le dirigió una mirada a Alex, el cual estaba muy interesando mirando hacia el aula de la que él había salido. Había algo, o alguien, ahí adentro que había captado su atención.

—Tú, flaco, ¿quieres decirme qué le pasa a tu mujer?—al no recibir respuesta de su amigo, optó por quitarse a la chica de encima y preguntarle. —Susan, quieres explicarte, por favor.

—Hablo de tu amiga, la que me llevaste ayer. Es una chica muy rara pero igual fue divertido cambiarla. Nos divertimos mucho juntas.

Él ignoró por completo el comentario de la chica y la emoción que transmitía su voz. Nada que tuviese que ver con la chica nueva le interesaba. A menos que le aseguraran que ella ya no iba a perseguirlo más.

—Me alegro por ti. Ahora vámonos; no pretendo pasarme todo mi receso parado frente a mi aula.

—No podemos irnos todavía, Damian. —Ella movió de un lado al otro su índice derecho como señal de negación. Él le dirigió una mirada interrogante, deseoso de que se explicase mejor—Estamos esperando a alguien.

— ¿A quién? ¿A Michelle?—preguntó con sorna, sabiendo de ante mano la reacción que tendría su amiga al escuchar ese nombre.

—Por supuesto que no, pedazo de idiota. ¿Quién iba a querer esperar a esa bruja?—dijo por lo bajo—Estamos esperando a Giselle. Alex no pudo verla después de su cambio.

—Si hablas de la chica-momia, ella no vino a clases hoy así que…

—Eso es mentira. Yo la vi cuando llegó. —Se movió un poco hacia la derecha para ver lo que pasaba en el aula. Alex ya no estaba a su lado; hacía rato que había entrado al lugar, desesperado por saber cómo estaba la chica. —Oh, mira, ahí está. Hola, Giselle.

Damian se giró al ver a Susan moviendo la mano enérgicamente en señal de saludo. Al hacerlo, se llevó una enorme sorpresa al descubrir que la chica que había entrado tarde al aula era la chica-momia. Estaba muy cambiada. Podría incluso decirse que era otra persona.

Su cabello ya no estaba enmarañado ni con apariencia de estar sucio, sino repleto de oscuros tirabuzones que danzaban al compás de sus pasos. Estaba usando el uniforme, algo más corto de lo normal (obviamente idea de Susan, que pensaba que mientras más piel se exhiba mejor) en vez de esa fea y vieja ropa deportiva que le había visto el día anterior. Y lo mejor de todo era que no tenía el rostro cubierto, sino que le mostraba al mundo esos rasgos de niña de los que era dueña. No era una gran belleza, pero de que estaba mucho más bonita que el día anterior lo estaba. Tendría que felicitar a Susan mas tarde.

— ¿Ves? Sí vino a la escuela. —dejó de mirar a su amigo para prestarle toda su atención a Giselle. La miró de arriba abajo, tratando de encontrarle algún error a su atuendo. — ¿Por qué no te pusiste maquillaje? Ayer compramos un montón.

—Es que… es que… no sé ponérmelo.

A Susan casi le dio un ataque. Casi.

—Debí suponerlo. Siendo como eres me hubiese extrañado que hubieses tenido aunque sea un lápiz labial.

La tomó por el brazo y la arrastró hacia su aula, la cual estaba justo al lado de esa, al final del pasillo. Alex y Damian sólo se limitaron a mirarlas, este ultimo riendo por lo bajo al ver como Giselle caminaba.

— ¿Quedó bonita, verdad?

Damian le dirigió una mirada a su amigo y lo descubrió sonriendo tontamente. Algo se le había ocurrido y de seguro no sería de su agrado.

— ¿Te parece? Yo no veo una gran diferencia.

—No seas mentiroso, Damian. Vi tu expresión cuando la viste.

—Eso fue porque nunca me hubiese imaginado que esa chica era la misma de ayer, esa que parecía haber salido de un albergue.

— ¿Ves? Me estás dando la razón.

Damian no le respondió. Alex tenía la costumbre de discutir por cosas tontas, mucho más cuando no tenía la razón. Además, no le encontraba sentido a esa plática. La chica-momia no era tan importante como para que el perdiese el valioso tiempo de su receso discutiendo con Alex.

—No se tu, flaco, pero yo voy a ir a la cafetería. Nos vemos.

Sin más, desfiló hacia su destino, como siempre, atrayendo miradas y recibiendo saludos y exclamaciones a su paso.


***


— ¿Hace cuánto que estas saliendo con Damian? — le preguntó Susan con toda la calma del mundo, mientras le aplicaba un poco de sombra.

Giselle se sobresaltó y empezó a mover las manos con frenesí, al tiempo que movía la cabeza de un lado al otro. Susan la golpeó en el brazo y le dijo entre dientes un “no-te-muevas” bastante amenazador.

—No, no. Yo no estoy saliendo con él. No sé por qué él te pidió que hicieras esto por mí. E-es más, no lo había visto antes de ayer. Él es un desconocido para mí.

Susan dejó lo que estaba haciendo y la miró fijamente, con sus ojos azules cargados de confusión.

— ¿Qué no lo habías visto antes? —preguntó con incredulidad. — ¡Pero si todos saben quien es él! Damian es una de las personas más famosas de esta escuela. No puede ser posible que no sepas quien es…

— ¿Sí? ¿Y-y qué hace? — tenía miedo de la reacción que pudiese tener Susan gracias a sus palabras. Pero la joven no la golpeó con el estuche de sombras que tenía en la mano (posiblemente porque no quería destruirlo) así que se relajó un poco.

—Es actor— respondió con una sonrisa, orgullosa, volviendo a su trabajo de maquillar a Giselle. —Uno condenadamente bueno, debo decir. También es modelo. Angel, Alex, Damian y yo hemos hecho sesiones de fotos juntos, para diferentes marcas importantes del país. Me sorprende que no hayas visto ninguno de los afiches en el centro comercial. ¡Están por todos lados! Ahora, abre los ojos. — le ordenó mientras tomaba un lápiz de ojos de la cosmetiquera.

—Eso no lo sabía. Yo pensaba que él era un estudiante común y corriente. Algo loco, pero común y corriente al fin.
—Damian no tiene nada de común, mucho menos de corriente. — Susan parecía ofendida. — ¿Es que acaso eres ciega? ¿Acaso lo has visto bien?

Giselle rememoró cada uno de sus encuentros, analizando cada detalle que recordaba sobre Damian. Su largo cabello oscuro recogido en una media coleta de forma despreocupada; su porte y arrogancia al caminar y hablar; la forma en la que miraba a todo el mundo como si él estuviese en la cúspide del mundo. Ella nunca había conocido a alguien como él, tan seguro de su mismo y del efecto que ejercía sobre los demás. Había sido una tonta al pensar que él formaba parte del montón, como ella.

—Sí, lo he visto, pero…

—No importa—la interrumpió. Metió la mano en la cosmetiquera y sacó un labial rosado claro. —Lo que a mi me interesa saber es por qué Damian me pidió que te cambiara. No creo que haya sido porque yo estaba aburrida y necesitaba ocuparme de algo; él no es tan caritativo…

— ¿Y si es cierto lo que dijo? — Susan detuvo su diatriba y la miró.

— ¿Lo que dijo sobre qué?

—Sobre ser su… —no podía creer lo mucho que le costaba decir esa palabra— su esclava. — Susan rió, como si Giselle le hubiese contado el mejor chiste de todo el mundo.

— ¡Oh, por favor! ¿No estarás pensando que él hablaba en serio, verdad?

—Habló muy serio cuando me acusó de ser su “acosadora personal”.

La sonrisa que adornaba el rostro de Susan desapareció y una mueca de incredulidad tomó su lugar.

— ¿Eso hizo? — Giselle asintió— ¿Y tú lo estabas acosando?

— ¡Por supuesto que no! ¿Para qué iba a hacer algo como eso?

—No lo sé. Las fans son tan raras y hacen cada cosa…— Tomó el lápiz labial y se lo aplicó a Giselle en los labios con sumo cuidado y con un gesto serio en el rostro. Al parecer, no le había agradado mucho la idea de que Damian estuviese hablando en serio (o de que Giselle lo hubiese estado “acosando”).

—Yo no soy su fan. ¡Ni siquiera sabía que era famoso! — alegó en su defensa, cuando Susan terminó.

—Ahora ya lo sabes. Y, aunque no lo hayas buscado (en caso de que en verdad no hayas buscado todo esto), te has convertido en la esclava de Damian. —se puso de pie y le tendií la mano a Giselle para ayudarla a hacer lo mismo. — Y, de paso, te has convertido en mi juguete.

Se dirigió hacia la salida del aula, y al ver que Giselle no la seguía, se detuvo en el umbrar de la puerta. Estaba a contraluz, haciendo que su cabello se viese mas oscuro de lo que era en realidad. Giselle no podía evitar sentir una punzada de envidia cada vez que la veía. Susan era tan hermosa, que no necesitaba nada para hacer resaltar este hecho.

Ella era todo lo que Giselle había querido ser hacía tiempo, cuando había visto aquel ángel aparecer en su clase, haciéndola sentir extremadamente inferior.

— ¿Vienes, Giselle? —la voz de Susan fue amable, casi dulce.

Giselle asintió y caminó hacia ella, haciendo caso omiso de las palabras antes dichas por Susan. Era mejor ignorarlas, pensar que eran una especie de broma, a pensar que Susan y Damian realmente habían encontrado en ella a alguien con quien jugar. Alguien a quien podían manipular como si fuese una marioneta.

Aunque, si se ponía a pensar, no estaba muy lejos de ser una.


***

Susan condujo a Giselle rumbo a la cafetería-comedor, mientras le contaba cosas sobre Damian y su infancia. Como si ella quería saberlo.

Le había dicho que Damian era hijo de dos famosos actores extranjeros, que dejaron su carrera para dedicarse a su familia cuando habían estado esperando a su primer hijo; una niña hermosa llamada Nicole. No obstante, no salieron completamente del medio artístico y fundaron una de las más famosas productoras de televisión y cine del país. Damian nació tres años más tarde, y fue noticia desde ese momento.

Nicole, contrario a su hermano, no se dedicaba a estar delante de las cámaras sino detrás de estas. Su sueño siempre había sido estudiar Dirección y Producción de Cine y Televisión y encargarse de la enorme empresa familiar. Aunque le faltaba un año para terminar la carrera, ya ocupaba un alto puesto dentro de la empresa.

Damian, por el contrario, siempre mostró más interés por los estudios y en jugar con sus amigos. Por su mente nunca pasó la idea de convertirse en actor, a pesar de que desde pequeño había salido en varios comerciales. Pero todo cambió cuando participó en una obra escolar en la cual él tenía el papel principal; tenía siete años en ese entonces.

La emoción no cabía en su pequeño cuerpo cuando subió al escenario y representó su papel. No titubeó ni erró en ningún momento, representando su papel de forma formidable, mostrándole al público que él había nacido para eso. A pesar de lo joven que era, esa noche, el tuvo la fuerte convicción de que eso era lo que él iba a hacer toda la vida.

Sus padres no se habían negado, mucho menos sorprendido, cuando su hijo les dijo que quería ser actor, como ellos. Al parecer habían estado esperando esta petición desde hacía tiempo. Desde entonces, Damian no había parado. Había hecho cine, televisión y teatro, siendo esta su gran pasión. Él prefería estar sobre las tablas, escuchar el sonido de los vítores y los aplausos del público a las indicaciones del director entre toma y toma.

Cuando Susan terminó su relato, ambas estaban sentadas en una mesa en la cafetería. Estaban al fondo, en la mesa más amplia del lugar, siendo observadas por decenas de personas. El grupo conformado por Susan, Alex, Damian y Angel nunca había tenido un miembro más. Sólo habían sido ellos cuatro, desde que entraron al colegio. Pero en esos momentos, una chica nueva era aceptada en su mesa ganándose, obviamente, el desprecio de muchas personas.

Giselle se había dado cuenta de que todos las miraban y que estaban pendientes de hasta el mas mínimo movimiento suyo, pero pensó que se debía al hecho de que estaba con Susan, la cual era una celebridad. Cuando había salido con su padre había sido así. Todos miraban a Anthony, y nadie le prestaba atención a la desgarbada y fea chica que estaba a su lado.

—Todos nos están mirando. —musitó Susan, acercándose su bebida dietética a los labios. — Realmente les ha sorprendido verte aquí.

— ¿Qué?

Susan no llegó a responderle. Dos personas entraron a la cafetería, desviando momentáneamente todas las miradas de ellas dos. A Susan le hubiese molestado este hecho, si las dos personas no hubiesen sido su novio y su mejor amigo.

Giselle giró en su asiento y fijó la vista en los dos chicos que se acercaban a ellas calmadamente. Se fijó en la forma de caminar de Alex, seductora, masculina. Era como si su vida fuese una pasarela. Realmente se le notaba que era modelo. No había un movimiento suyo que no fuese perfecto para ser capturado por una cámara.

Damian, en cambio, tenía un caminar menos llamativo. Sus pasos eran lentos, pero seguros. Era como si tuviese constancia de que cada paso suyo salvase una vida. Generalmente llevaba las manos dentro de los bolsillos de los pantalones, dándole una apariencia quemeimportista. Su cabello, largo y oscuro, estaba recogido en una media coleta como el día anterior, con algunos mechones saliéndose de su agarre. Su uniforme estaba completo e impoluto, contrario a Alex que se había quitado la camisa y llevaba sólo una camiseta oscura.

Ambos eran atractivos y perfectos, dos jóvenes que estaban seguros de que él mundo no sería el mismo si ellos no estuviesen ahí. De seguro Damian tenía esa expresión tatuada en alguna parte de su cuerpo, pensó Giselle.

Cuando ambos jóvenes estuvieron cerca, Giselle se dio la vuelta rápidamente. No quería que Damian la descubriera mirándolo. Es más, no quería estar ni a dos metros cerca de él, pero Susan la había agarrado de la mano, impidiéndole huir, cuando había notado sus intenciones.

Los chicos se acomodaron en la mesa junto a ellas; Alex al lado de su novia (a la cual saludo con un beso en los labios, como si no se hubiesen visto en mucho tiempo) y Damian al lado de Giselle, totalmente ajeno a ella. Era como si la chica no estuviese ahí. Pero Giselle pronto se dio cuenta de que ese quemeimportismo era sólo una fachada.

— ¿Qué hace ella aquí? — cuestionó, lanzándole una profunda mirada a Susan, la cual estaba concentrada quitándole los restos de lápiz labial a su novio.

—Hola, Damian, ¿cómo estás? Yo estoy excelentemente bien, gracias por preguntar.

—No te hagas la graciosa conmigo, Susan, que no te queda. — se recostó del espaldar de la silla y cruzó un brazo por detrás de este. — Te pregunté, ¿Qué hace esta chica aquí?

—Lo mismo que tu, querido, ¿o es que acaso eres ciego y no lo ves? — Puso una dramática expresión de pena en el rostro, al tiempo que se llevaba una mano al pecho— ¿No me digas que volviste a perder tus lentes de contacto?

Damian frunció los labios en un gesto que denotaba que no le había hecho gracia el comentario.

—Yo no…

—Eso fue en venganza por llamarme “rubia oxigenada”. —le dijo Susan, con una malvada expresión en su rostro. — Y no quieras dártelas en importante ahora que Giselle está aquí. — Le dirigió una mirada a la chica, antes de seguir atormentando a su amigo. — Damian tiene la mala costumbre de “perder” sus lentes de contacto. Realmente me pregunto cómo es que lo hace. O por qué lo hace. Digo, él los necesita, no es como si fuesen un lujo o algo…

— ¡Susan!

— ¿Qué? Ni que estuviese diciendo uno de los secretos del mundo. O como si fueses a perder fans por el simple hecho de que estas se enteren de que usas anteojos y de que estas mas ciego que mi abuela.

—Me importa un comino lo de las fans… o lo de la ceguera de tu abuela. Lo que no quiero es que hables de mí delante de esta chica.

— ¿Hablas de Giselle? — Preguntó Alex. — Pero si fuiste tú el que la trajo a nosotros. Además, si ella va a estar en el grupo, tiene todo el derecho del mundo de saber cosas sobre nosotros. ¿No piensas eso, Giselle?

Alex la miraba de una forma que hacía que sus piernas temblasen. ¿Cómo una persona podía lograr ese efecto en los demás?

Ella sólo asintió como respuesta; un movimiento lento y casi imperceptible.

— ¿Y quién dijo que ella va a estar en el grupo?

—Esta discusión no tiene sentido, Damian. Alex y yo queremos que Giselle esté en el grupo, por lo menos durante un tiempo. — Hasta que se cansen de mi, pensó Giselle. —Así que son dos votos a favor. Y estoy segura de que Angel no va a poner oposición alguna cuando sepa que la trajiste al grupo en primer lugar, alegando que era tu esclava.

Susan parecía disfrutar horrores cada vez que decía esa frase. A Giselle un escalofrío le recorría la espalda cada vez que veía su rostro. Susan podía ser muy hermosa, exageradamente hermosa, pero cuando se trataba de “expresiones malévolas”, ella era realmente de temer.

Damian no le respondió. Se limitó a confrontar su feroz mirada con la expresión, mezcla de maldad y diversión, del rostro de Susan. Alex se había desentendido de ellos y estaba haciéndole señas a alguien. A los pocos minutos, un chico con un enorme helado en una mano y otro más pequeño en la otra apareció. Puso el más grande frente a Alex y el otro frente a Giselle y después se fue, tan silencioso como había llegado. Alex le había guiñado un ojo y la había instado a que se comiese el helado antes de que se derritiese.

Para entonces, Damian y Susan habían empezado a discutir en voz baja, impidiéndole a sí a Giselle saber que estaban diciendo. Estaban muy juntos, Susan gesticulando de forma exagerada, moviendo sus manos dramáticamente. Giselle se hubiese reído si no hubiese sido por ella que estaban discutiendo.

— ¡Eso no es justo, Damian! — la voz de Susan estaba cargada de inconformidad. — ¿Por qué tienes que ser tan malo conmigo? ¿Por qué no puedes dejar que me divierta un rato?

—Ya tuviste tu momento de diversión, ahora me toca a mí cosechar los frutos.

—Pero nada. No me interesa. Y no voy a cambiar de idea por más que me ruegues.
— ¡Damian! — se quejó, indignada.

La campana que indicaba el final del receso sonó, interrumpiendo las quejas de Susan. Damian se puso de pie y se dirigió a la salida de la cafetería, no sin antes lanzarle una mirada desdeñosa a Giselle.

Al parecer, Damian le había sacado a Susan de la cabeza la tonta idea de incluirla en el club. Y debería sentirse bien, ya que eso significaba que Damian no tenía real interés en convertirla en su esclava, como había dicho. Pero, por alguna extraña razón, ella pensaba que no todo había terminado.

Y al ver la expresión en el rostro de Susan, sabía que esta no se iba a quedar tan tranquila después de la negativa de su amigo.
La Premonición
Titulo: Capítulo 2
Fandom: That's my life- Original
Palabras: 4,956 palabras.
Notas: Me ha costado escribir esto. Mucho. No he tenido tiempo y no encontraba las palabras para transcribir lo que veia en mi cabeza al documento. Pero hice el intento y esto fue lo que salió. Espero sus comentarios, ya sean buenos o malos. Soy critico, joder, soy bastante flexible con esas cosas xD. Besotes, gente hermosa.



La Premonición
Titulo: Untitled
Fandom: Skip Beat!
Claim: Kyoko Mogami
Palabras: 311
Notas: sí, está raro, no tienen ni que decirlo. Pero es lo único que puedo sacarle a mi frustrado y cansado cerebro. Btw, traté de imprimirle un poco de toda esa emoción y rabia que Kyoko siente. Ademas de, por supuesto, el desenfado con el que está redactado el manga. Creo que no lo logré, pero, por lo menos, lo intenté xD.


La Premonición
Hola a todos los que entran a este blog.

El motivo de esta entrada (así de formal como suena) es agradecerle a todo el que lee lo que aquí publico. Gracias de verdad. Tambien quiero agradecerle a las personas que votan/califican, aunque no haya recibido muchos votos/calificaciones hasta el momento xD. (Cuando digo esto me refiero a las opciones que aparecen debajo de cada entrada preguntando qué te pareció la entarda).

Pero el motivo real de todo esto es pedirles a todos los que leen y votan que por favor COMENTEN. Para los escritores es muy importante saber por qué ustedes consideran que un escrito es bueno o por qué es mas o menos. Digo, por lo menos a mi me interesa.

No les pido que comenten todas las entradas ni mucho menos. Sé que las personas que entran a este blog no leen mas de una entrada, y si lo hacen a penas si comentan una. Apenas. Yo lo unico que quiero es que comenten la (o las, si es que se da el extraño caso) entrada(s) que leyeron. No creo que eso les cueste o les tome mucho tiempo. Pero si les cuesta, no me hagan caso y pasen de largo esta petición.

Bien, con esto me despido.

Saludos.