La Premonición
Título: Capítulo 4
Fandom: That's my life
Palabras: 3,356 palabras




Damian sabía que Susan no se iba a quedar tranquila después de haber escuchado su negativa. La conocía demasiado bien como para saber que recién se pusiese de pie con intención de salir del comedor, ella iba a hacer lo mismo, dispuesta a sermonearlo hasta el cansancio. O hasta que él accediera a sus caprichos (lo cual ocurría la mayor parte del tiempo y sólo porque él odiaba escucharla).

Susan lo alcanzó cuando cruzaba el patio. Lo había agarrado del brazo en un vano intento por detenerlo, pero al ver que no lo conseguía, decidió adelantarse y enfrentarlo. Arqueó los brazos, apoyando sus manos en sus caderas, y le dirigió una mirada desafiante.

—Tú vas a escuchar lo que tengo que decir. — Le dijo como si eso fuese una orden que él tenía que acatar sí o sí. Él la evadió y siguió con su camino; no quería llegar tarde a su siguiente clase. A Susan, el hecho de tener que ir a su aula no parecía importarle mucho.

—La verdad es que no entiendo por qué tanto interés en que esa chica se quede con nosotros. Mucho menos si no va a estar por mucho tiempo. —Susan iba a su lado, tratando de mantener su paso.

—Eso no lo sabes. Ella puede estar con nosotros mucho, mucho tiempo. Nada le impide hacerlo.

—Yo se lo impido.

—Tú no eres el dueño del grupo. —musito con desdén, con su suave voz teñida con el más puro veneno.

—No, no lo soy. Pero se da el caso de que estas aquí, rogándome para que te de mi permiso para que la chica-momia se quede en el grupo. Eso me hace pensar que lo que dices es muy diferente de lo que sientes y piensas. ¿No lo crees tú así?

—Yo sólo quiero que la aceptes y te resignes a la idea de que ella va a estar en el grupo. —Ella ignoró su comentario… haciendo grandes esfuerzos. En los momentos en los que Damian era tan terco, ella tenía que esforzarse por no estrangularlo. —Tú la trajiste a nosotros, así que tendrás que soportar su presencia.

— ¡Sólo hice un estúpido acto de caridad para ver si de esa forma lograba quitármela de encima!

Se detuvo en medio del pasillo que llevaba a las escaleras y enfrentó a su amiga casi a los gritos. Por suerte ya habían pasado el primer bloque de aulas, por lo que no tenían que temer que ningún profesor los regañase por hacer tanto escándalo.

Y esa situación iba a ser realmente vergonzosa. Él, que siempre había mantenido la calma y había tratado de pasar desapercibido (cosa que nunca lograba dado su estatus social) no podía concebir la idea de hacer un escándalo en medio de un pasillo por una chica de la cual ni siquiera estaba interesado.

— ¿Y cuándo fue la última vez que hiciste algo como eso? —le reprochó, cruzándose de brazos. — Tú nunca habías hecho algo como esto. Tú nunca te habías mostrado interesado en “hacer caridad”, como dices; mucho menos si tenía que ver con alguna chica.

Damian la miró fija y seriamente, como si de esa forma pudiese adivinar sus pensamientos. Susan no se dejó amedrentar por este gesto; al contrario, lo miró de la misma forma, quizás con un poco ms de descaro. Damian, después de unos minutos de exhaustivo examen, dijo:

—Esto no tiene nada que ver conmigo, ¿verdad? Estas armando todo este escándalo por…

—De acuerdo, lo admito, esto no tiene nada que ver contigo. —Lo interrumpió, dándose por vencida. Se pasó una mano por su largo pelo rubio, acomodándose una parte sobre el hombro izquierdo. — Quiero que la chica esté en el grupo.

— ¿Por…?

—Porque me agrada.

Él dudó de sus palabras. A Susan era muy extraño que alguien le gustase, mucho menos al poco tiempo de conocerla. Por esta razón su grupo había permanecido cerrado a nuevos miembros, ya que la chica se ponía realmente pesada cuando alguien tenía el atrevimiento de hacer la sugerencia.

—Susan, no mientas. ¿Por qué quieres que la chica-momia esté en el grupo?

—Porque quiero que sea mi amiga. —Su tono de voz fue triste, anhelante, pero después lo recompuso ya que a ella no le gustaba mostrarse débil o vulnerable delante de los demás. — Además, ya estoy cansada de estar rodeada de chicos, los cuales nunca me comprenden. Ustedes son unos cabeza de chorlito que no se detienen a pensar ni un solo segundo en lo que me pasa.

— ¿Y crees que una desconocida va a hacerlo mejor que nosotros, que llevamos casi toda la vida conociéndote? — Lo dijo en un tono cargado de burla y dudas, a pesar de que las palabras de Susan le habían llegado.

Susan nunca había tenido una amiga; ella siempre había estado rodeada de Angel, Alex y él; o de las niñeras, pero ellas no contaban como amigas ya que siempre buscaban la manera de tener el más mínimo contacto con Susan (porque la chica era diabólica, como ellas decían. Mientras más lejos de ella, mucho mejor).

Y aunque su amiga había dicho que no le importaba, que hubiese dado a todas las amigas del mundo sólo por conservarlos a su lado, él sabía que no siempre pensaba de esa forma. Había cosas que no podía hacer con ellos, charlas que no podía tener; quizás ella esperaba hacer todas esas cosas con Giselle la cual, por alguna extrañísima razón, le había agradado lo suficiente como para quererla en el grupo.

Él adoraba a Susan tanto como quería a su propia hermana, por lo que negarle lo que le había pedido ahora le resultaba muy difícil.

—Espero que lo haga. —Respondió al fin, emprendiendo la marcha junto con él. —Además, no es tan difícil; es mujer igual que yo. —le sonrió

—Y tú eres una completa descerebrada; más bien, lo poco que queda de tu cerebro se ha visto atacado por el decolorante para el pelo. Así que supongo que a la chica nueva no le va a resultar tan difícil comprenderte.

Ella corrió para alcanzarlo y golpearlo fuertemente en la espalda por su comentario. Damian se quejó, entre risas, mientras trataba de quitársela de encima.

—Pedazo de idiota. No vuelvas a decir que me decoloro el pelo; alguien podría escucharte y pensar que es cierto.

—Es cierto, Sue. No trates de negar lo evidente.

—No voy a discutir contigo por esto; pero sí por lo de Giselle. —Pronunció su nombre con mucho énfasis, demostrándole de esa forma que no estaba de acuerdo con él cuando llamaba a su nueva amiga “Chica-momia”. Luego se alejó de él y se acomodó el uniforme el cual, en el trajín de la pelea, se había desacomodado un poco. — ¿Vas a aceptarla sí o no?

Él sopesó su respuesta durante unos segundos, a pesar de que ya había tomado una decisión.

—Sí, voy a aceptarla…— Susan se abalanzó hacia él pero este la detuvo— Pero sólo por un tiempo.

Susan se lanzó hacia sus brazos nuevamente y le dio un fuerte abrazo, rodeando su cuello con sus brazos. En medio del entusiasmo, le dio varios besos por toda la cara, sin importarte que alguien pudiese salir de las aulas y verlos en semejante situación. Ella tenía un novio después de todo; no podía estar haciendo ese tipo de cosas en público (aunque todos sabían que ellos dos eran muy cercanos). Además, estaban en medio de un pasillo, donde algún profesor, o incluso la directora podía verlos.

—Gracias, gracias, gracias. Eres un sol.

—Ya, ya, suéltame. — Con algo de esfuerzo se quitó a la chica de encima. —Tengo que ir a mi clase.

—Nunca he entendido tu interés por llegar a tiempo a las clases. Es mucho más divertido cuando llegas tarde, interrumpes al profesor y captas la mirada de todo el mundo. —Los ojos de la muchacha brillaron de la emoción. Damian discrepaba con ella pero prefirió no decir nada. Ya iba bastante retrasado y sabía que si hacia un comentario, por pequeño que fuese, no iba poder callar a Susan después.

Después de dirigirle un rápido “nos vemos en el almuerzo”, salió disparado hacia el aula 38, deseando que su profesor no hubiese llegado todavía.



***


Para sorpresa de Giselle, nada extraño sucedió en las semanas siguientes. Susan la había abordado un día a la salida de la escuela y le había dicho que Damian la aceptaba en el grupo; después de eso, nada más pasó. Ni una llamada, ni una invitación a sentarse con ellos en el comedor, nada. Era como si no existiese para ellos, o para el resto de la escuela.

Porque, a pesar de que no tenía la misma apariencia desaliñada que exhibió al principio, los demás estudiantes de la escuela se mantenían alejados de ella. La trataban como si ella fuese alguien peligroso, alguien que está a punto de ser atrapado y torturado hasta la muerte. De acuerdo, estaba exagerando un poco.

De todas formas, ella no buscaba ser aceptada o tratada como una celebridad. Ella sólo quería pasar de curso y graduarse, nada más.

Giselle, en esos momentos, estaba en la clase de Lengua y Literatura. Su profesora, una señora bajita, con tendencia a ponerse las gafas en la punta de la nariz y a caminar dando pequeños saltitos, estaba escribiendo en la pizarra, con su perfecta y redondeada caligrafía palmer, una serie de palabras para que ellos las clasificaran de acuerdo a su silaba tónica. Eran cincuenta palabras complicadas, la mayoría sin tilde visible, lo que hacía a más de uno soltar un suspiro exasperado. A nadie le gustaba hacer ese tipo de tareas, mucho menos cuando había que entregarlas al final de la clase.

Para consuelo de muchos, la profesora les había dado la opción de hacer parejas. Giselle, como había trabajado y estado sola desde que había llegado a esa escuela, empezó a clasificar su lista de palabras sin mirar a nadie. Su lápiz se deslizaba lentamente sobre el papel, trazando letras redondeadas y ligeramente inclinadas hacia la derecha. Tenía una bonita caligrafía, lograda a base de pasarse muchas tardes haciendo caligrafía palmer en su habitación.

Sobreesdrújula. Aguda. Aguda. Grave. Esdrújula.

—Disculpa.

Escuchó que alguien decía, pero le hizo caso. Pensando que era con otra persona que hablaban, siguió clasificando las palabras sin que esto la molestase. Pero cuando sintió unos ligeros toquecitos en el hombro, supo que la persona que se había acercado hablaba con ella.

Levantó la cabeza y buscó a quien le hablaba. Era una chica, bajita y de largo y lacio cabello oscuro. Llevaba un cuaderno en los brazos, el cual aferraba fuertemente apretado a su pecho y un lápiz en una mano. Tenía una clara expresión de vergüenza en el rostro, como si hubiese deseado estar en cualquier otro lugar menos ahí.

— ¿Si? —Preguntó Giselle. — ¿Deseas algo?

—Eh…La profesora me dijo que me sentara aquí y que… y que hiciese el trabajo contigo.

—Oh.

Fue lo único que pudo decir. Sabía que la chica no se había acercado a ella por voluntad propia pero siempre quedaba la pequeñísima posibilidad de que hubiese sido así. Le dirigió una mirada a la profesora y vio que ella le estaba sonriendo, como si hubiese hecho su gran obra del día.

La chica a su lado no preguntó si se podía sentar y ocupó la silla que había a su lado. En el acto abrió su cuaderno y se inclinó ligeramente hacia el lado de Giselle para ver lo que esta había escrito. Al parecer, toda la vergüenza que había sentido hacia unos instantes había desaparecido al ver que Giselle no la había mandado hacia otro país de una patada.

—Yo había empezado a hacer esto antes de que la profesora me cambiara de lugar... Oh, que linda letra. —la elogió con una sonrisa, al ver las palabras que Giselle estaba escribiendo. No había falsedad en su tono de voz, aunque Giselle pudo notar un ligero matiz de envidia. —Yo siempre he querido escribir de esa forma, pero nunca he podido. La “r” minúscula, la “g” y la “j” mayúscula me salen horribles.

Esa era la conversación más extraña que hubiese tenido en toda su vida pero de todas formas le respondió a la chica con una sonrisa:

—Al principio me pasaba igual. Pero después de practicar mucho me salieron mejor.

—Yo no tengo tanta paciencia. Prefiero seguir escribiendo como una niña de primaria a pasarme largos ratos practicando una tonta letra—se cruzó de brazos y se recostó del espaldar de su silla como si de esa forma pudiese darle más peso a sus palabras. Luego, de la nada, estiró la mano hacia Giselle. —Por cierto, mi nombre es Martha Hood. Gusto en conocerte.

Giselle estrechó su mano y le dedicó una sonrisa. La chica, a pesar de su extraña y acelerada personalidad, parecía una buena persona. Además, se había acercado a ella y había tratado de entablar una conversación en vez de esperar que fuese Giselle la que tomase la palabra.

—Para mí también es un gusto, Martha. Mi nombre es Gi…

—No tienes que decirme tu nombre. —La interrumpió abruptamente. —Todos aquí sabemos quién eres: la hija de Anthony Wright, Giselle Wright. Y, por si fuera poco, la amiga de los chicos populares. Eres muy famosa, a pesar de todo.

Giselle escuchó como la profesora, con su vocecita alegre, pedía silencio; y de paso, como amenazaba a unos cuantos con quitarles puntos por estar haciendo bromas en vez de estar trabajando.

—Deberíamos estar haciendo esto—señaló su cuaderno con su lápiz. —No nos conviene hacer enojar a la profesora.

La chica asintió y como si alguien hubiese desactivado la acción “hablar sin parar” y hubiese activado esa opción que hacía que su cerebro funcionase correctamente, se puso a hacer su tarea. Cada vez que tenía dudas sobre una palabra, le hacía preguntas a Giselle y ambas se veían enfrascadas en una serie de debates sobre la clasificación de las palabras. Sus conversaciones comenzaban con frases como “¿es Nigromancia aguda o grave?” o “¿Por qué gráficamente es sobreesdrújula?”. A pesar de todo, hacer la tarea con ella no fue aburrido ni tedioso. Incluso podía decir que había sido divertido.

Al finalizar la clase, Giselle y Martha habían sido las únicas que habían terminado. Los demás se la habían pasado hablando sobre cosas sin importancia o escuchando las bromas de Louis y John, los bromistas del curso.

—Entonces qué, ¿conoces a Damian y su grupo desde antes de entrar a la escuela? —le preguntó Martha mientras se dirigían hacia la salida.

La chica, desde que le habían entregado su hoja con las palabras clasificadas a la profesora, se había dedicado a atacar a Giselle con una serie de interminables preguntas referentes a su vida y sus conocidos. Giselle no se hubiese sorprendido si la joven le hubiese preguntado el color preferido de su tatarabuela.

Pero, por suerte, la conversación no había girado en torno a ella. Martha le había hablado sobre su familia, sobre cómo había terminado en esa escuela, incluso le había dicho cuáles eran sus canciones y películas favoritas. En esa extraña conversación que tenían, Martha era la que mas había hablado, ya sea sobre ella misma o para preguntarle cosas a Giselle.

—No, los conocí el día que entré a clases. Me topé con Damian por casualidad esa mañana.

—Oh, ¡que suerte la tuya! Yo llevo años soñando con encontrármelo en medio de un solitario pasillo. —sus ojos brillaron a causa de la emoción. Giselle no quería saber que era lo que estaba pasando por la cabeza de su nueva amiga. —Damian es el tipo de chico que te asegura que vas a pasar un rato bastante agradable con él.

—Yo creo que él es escalofriante y que tiene serios problemas mentales. Es un chico de temer, realmente.

—Pero es muy atractivo, ¿o vas a negarlo? —suspiró. — Todos en ese grupo son tan guapos, en especial Angel.

— ¿Lo has visto? —preguntó Giselle con curiosidad. Ya llevaba un mes en esa escuela y nunca había visto al cuarto integrante del grupo, ese que hacía que los ojos de Susan brillaran de felicidad cuando hablaba de él. Ese que casi le provocaba a Martha un derrame nasal con sólo pensar en él.

— ¡Por supuesto! Y te aseguro que ha sido la cosa más hermosa y perfecta que he visto en toda mi vida. Angel es el tipo de hombre que te deja sin palabras y sin respiración. Él es, simplemente, hermoso. Incluso más hermoso que Susan, y eso es mucho decir.

— ¿No crees que estas exagerando? Ningún hombre puede ser como lo estas describiendo. —Giselle estaba segura de que Martha hablaba basándose en su propio concepto de belleza. Además, estaba claro el hecho de que Angel le gustaba; era obvio que lo iba a comparar con un dios griego. —Además, si es más hermoso que Susan, que es realmente hermosa, ¿no crees que sería un poquito… raro?

Martha ignoró este último comentario, pero le dedicó una breve mirada mordaz a Giselle, demostrándole que no le gustaban ese tipo de comentarios, mucho menos si tenían que ver con su amado Angel.

—No, no exagero. Angel es perfecto. Per-fec-to—acentuó cada silaba, como si de esa forma pudiese conseguir que Giselle entendiese lo que ella decía. —Vas a verlo cuando regrese de su viaje. Te aseguro que te quedaras sin palabras cuando lo hagas. Todos lo hacen. Incluso los hombres…

Giselle le sonrió. Martha era realmente divertida. Nunca se hubiese imaginado que esa pequeña criatura de apariencia tranquila y tímida que se acercó a su mesa hacia unas cuantas horas, fuese la chica que en esos momentos le estaba hablando sobre hombres hermosos, haciendo exagerados gestos con los brazos. Esa que se perdía cada pocos minutos en sus pensamientos (que de seguro eran bastante pervertidos), mientras esbozaba una picara sonrisa en los labios.

Martha era única y especial, y por eso se había acercado a Giselle. Ella estaba segura de que si hubiese sido como la mayoría de los estudiantes de su clase, se hubiese negado rotundamente a la orden de la profesora y no se hubiese sentado junto a ella.

—Bueno, cuando lo vea te diré mi opinión. —Miró su reloj. El chofer estaba a pocos minutos de llegar— Cambiando de tema, ¿alguien viene a buscarte?

—Ya quisiera yo. Mi hermano me dijo que hoy no iba a poder venir a buscarme porque tenía “algo que hacer”. —Rodó los ojos.

—Si quieres puedo pedir que te lleven hasta tu casa.

—Oh, ¿en serio? —esbozó una enorme sonrisa, que le iluminó el rostro. —Si haces eso vas a ganarte el cielo. Dios sabe que no tengo ganas de irme a mi casa por mis propios medios.

—Bien, entonces sólo tenemos que esperar a que llegue el…

No pudo terminar de hablar. Alguien la había levantado del suelo y se la había colocado en el hombro con una facilidad que la dejó sin palabras por un instante. Vio como Martha abría la boca formando una perfecta “o” que más que ser un gesto de horror parecía de diversión y sorpresa. Incluso pudo escucharla reír.

Giselle comenzó a revolverse para que quien fuese el que la tuviese agarrada la soltase. Cuando la metieron en la parte trasera de un auto, se asustó. Se preparó para gritar pero una mano femenina y delicada se posó sobre su boca, callándola. Después, un chico atractivo y que familiar apareció en su campo de visión. Quien la había silenciado, al ver que la chica no pensaba ponerse a gritar, dejó de taparle la boca.

— ¿Alex? —preguntó Giselle a la persona que tenía en frente. Luego se giró para ver a la persona que tenía al lado. — ¿Susan?

Ambos chicos le sonrieron, una sonrisa perfecta para la promoción de una pasta dental. Alex golpeó con los nudillos de la mano derecha un cristal que había tras él y el auto empezó a moverse a los pocos minutos.

Bien, si el hecho de haber sido medio secuestrada en medio de la escuela no le gustaba, estar encerrada en ese auto dirigiéndose a quien sabe dónde, menos le gustaba. Que Dios la ayudase.
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