Fandom: Entre el amor y el odio
Claim: JessicaxAriel
Título: ¿Infierno? Eso es lo de menos
Advertencias: Incesto
Palabras: 2708 palabras
Tenía todo el derecho del mundo a sentirse frustrada, y todo, como siempre, por culpa de su madre. Jocelyn estaba empeñada en no dejarla ni un minuto a solas, como si sospechase que planeaba hacer algo malo; ella lo único que quería era estar con Ariel.
Desde aquella vez en la que estuvieron solos en la habitación del chico, no habían vuelto a estar ni juntos ni a solas. Mucho menos cerca. Ni siquiera se habían visto. Y ella se moría de ganas de estar con él, de que él la estrechase entre sus fuertes brazos y no la soltase nunca.
Pero no podía hacerlo porque gracias a Jocelyn, los asuntos referentes a la boda se habían multiplicado. Ahora la boda no sería en Villa Mar sino en La Esperanza; la cantidad de invitados ahora era el triple y el color de las flores que decorarían la casa y la iglesia sería otro. Sin mencionar las flores del ramo y el diseño de su tocado.
También cabía mencionar que Jocelyn se había encargado de que Ariel se ocupase de una parte de la organización de la boda (todo lo que tuviese que ver con la selección de las bebidas) y de que Edmond, su esposo, le pusiese más trabajo al joven dentro de la empresa. El punto era que ni Ariel ni Jessica tuviesen tiempo libre. Que no viesen a nadie más que a sus padres y a Lucas, en el caso de la chica.
Toda esa situación la estaban hartando a sobre manera, y cuando ella llegaba a ese extremo, todo podía pasar. Nada bueno, de seguro.
—Terminamos por hoy, Jessica— le anunció su madre mientras ponía la pequeña libreta de apuntes y la pluma sobre la mesita de té— Tengo una cena de caridad en la Casa de la Cultura hoy en la noche y debo ir a arreglarme. Así que tu puedes aprovechar este tiempo libre que te doy y salir a dar un paseo con tu prometido, al que tienes muy descuidado.
—Si, madre— le respondió con retintín.
Ella no pensaba ir a visitar a Lucas, mucho menos invitarlo a su casa porque aún estaba enojada con él. Y estaba segura de que el enojo le iba a durar mucho tiempo porque su prometido era un insensible cabeza dura y ella no estaba de ánimos ni tenía paciencia para soportarlo. Mucho menos para tratar de hacerlo entrar en razón.
— ¿Lo mandas a llamar tú, o lo mando a llamar yo?— le preguntó esta vez antes de ponerse de pie, dispuesta a salir del salón.
Con esa pregunta Jessica pudo percibir el afán que tenía su madre porque las cosas entre Lucas y ella se solucionaran. Y no era precisamente porque se sentía mal porque su hija sufría ni mucho menos. A Jocelyn nada de lo que tuviese que ver con Jessica le preocupaba. Ella solo utilizaba a Jessica como un medio de conseguir un yerno adinerado. “Vieja interesada”, pensó con rabia.
—No se preocupe. Yo lo mandaré a llamar cuando ustedes se vayan.
A Jocelyn la idea de que su hija se quedase en casa sola con su prometido no pareció molestarla mucho. Al contrario, se mostraba contenta de que Jessica estuviese tan dispuesta a colaborar con sus planes.
La mujer sonrió con malicia y Jessica solo rodó los ojos. Como odiaba a su madre.
—Voy a estar en el jardín, tomando el té. Si me necesita, ya sabe donde encontrarme— le dedicó, muy a su pesar, una reverencia, y salió con pasos rápidos del salón.
En realidad lo del té había sido una excusa para alejarse de su madre, la cual cada día estaba más hipócrita y molesta (por no decir insoportable). Además, no quería que la mujer la viese y se diese cuenta de que algo le pasaba. Porque Jocelyn podía ser cualquier cosa, pero no poco perceptiva.
En la hora y media que Jocelyn se tardó en arreglarse y salir de la casa, Jessica tomó el té con Margaret en el jardín como lo había anunciado, y cuando esta se fue a hacerle una visita a Lucas, se dirigió hacia su habitación. Ya para ese entonces la casa estaba relativamente vacía. Los empleados eran gente que aprovechaban los momentos como esos para reunirse en la plaza del pueblo o para descansar un rato en sus habitaciones, por lo que no irían a molestarla a su habitación a menos que fuese una emergencia o algo realmente importante.
Y ella rogaba que eso último no pasara porque no tenía ganas de estar con nadie. No albergaba esperanzas de ver a Ariel porque sabia que él llegaba tarde a casa así que lo único que le quedaba era irse a la cama temprano.
Subió las escaleras del hall con pasos lentos, pesarosos, levantándose un poco la larga falda del vestido para no tropezar con él. Siguió caminando con extrema lentitud y desgana hacia su habitación y cuando cruzó frente a la de su hermano (la primera en ese pasillo) se detuvo frente a la puerta porque le pareció escuchar ruidos.
Estuvo unos instantes allí parada, esperando, pero al no ocurrir nada se encogió de hombros pensando que había sido su imaginación. Anhelaba tanto verlo que creía que su cerebro le estaba jugando una mala pasada. Dio unos cuantos pasos más y al llegar al frente de su habitación, la puerta de la de su hermano se abrió de golpe, saliendo por esta un aparentemente enojado Ariel.
—Ariel, ¿qué haces aquí?
Preguntó Jessica con el corazón desaforadamente en el pecho debido al susto que acababa de llevarse, y al hecho de que por fin, después de tanto desearlo, volvía a verlo; Toda ella tembló de emoción y anticipación. Esta vez, Ariel, no se le iba a escapar.
—Lo mismo te pregunto a ti, pequeña. ¿No se supone que estabas con tu prometido?
Y ahí estaba otra vez ese tono de voz que le indicaba a Jessica que su hermano se moría de celos cada vez que la imaginaba con Lucas.
—Eso fue lo que le dije a nuestra madre… ya sabes, para dejarla tranquila.
Le dijo con una sonrisita picara bailando en sus labios mientras se acercaba lenta y sinuosamente a él. Ariel trató de retroceder pero ella fue más rápida y lo agarró por el brazo.
— ¿Por qué huyes, hermano? ¿Acaso me tienes miedo?—le preguntó con fingida inocencia.
— ¿Miedo? ¿Miedo a que?—ella volvió a sonreír y el corazón de Ariel dio un vuelco.
—Miedo a lo que podría hacerte. O mejor dicho, miedo a lo que podría convencerte que hiciéramos— y dicho esto, se acercó a él, lo tomó por el cuello con un movimiento rápido lo acercó a ella para besarlo en los labios.
Decir que no habían deseado eso desde hacia mucho, mucho tiempo, era mentir. Nadie sobre la faz de la tierra había deseado hacer algo malo con tanta intensidad como ellos dos. Y quizás lo hacían porque sabían que era algo prohibido, algo que no podían tener, pero aun siendo concientes de que posiblemente sus almas terminarían en el infierno por sucumbir a sus deseos, no dejaban de hacerlo. No dejaban de besarse siguiendo un ritmo que solo ellos dos conocían; no separaban sus cuerpos ni dejaban sus manos quietas, las cuales solo querían tocar toda esa piel que anhelaba tanto ser tocada y acariciada con la desbordante pasión que ellos sentían.
Ariel, indudablemente, no pensaba que eso iba a volver a pasar. Pensaba que lo que había ocurrido la noche en la que su hermana había regresado a la casa de sus padres había sido un sueño, algo que nunca mas iba a volver a repetirse porque era demasiado malo y a la vez demasiado bueno para ser cierto.
Pero ahí estaban ellos, besándose como si su vida dependiese de ello, en medio del pasillo de la casa de sus padres. Totalmente expuestos a las curiosas miradas de los sigilosos empleados.
Él se separó un poco para decirle algo a Jessica pero esta volvió a acercarse para besarlo. Fue así en cada uno de los intentos que hizo por lo que solo pudo decirle “pasillo-problemas-padres”. Jessica se separó de él cuando logró decir la última palabra y con una traviesa sonrisa en los labios, buscó el picaporte de la puerta que estaba justo detrás de Ariel con la mano derecha, mientras que con la izquierda jugaba con el largo y alborotado cabello castaño de su hermano y sus labios volvían a apoderarse de los de Ariel. Tenía todo el control sobre él y sobre la situación, y Ariel no parecía sentirse incomodo con eso.
Después de unos instantes que a ambos se le antojaron eternos, ella logró abrir la puerta y empujó a Ariel hacia adentro cuando lo hizo. Luego la cerró con seguro y lanzó la llave hacia una de las mesitas de noche. Ese gesto le indicó a Ariel que lo menos que ella quería era salir de esa habitación; que quería pasarse el resto de su vida pegada a él, amándolo hasta que esa intensa pasión que la consumía se acabase. Lo supo, porque eso era exactamente lo que él sentía. Pero eso no significaba que iba a consentirlo.
—Jessica, esto no…
— ¿Esto qué?—preguntó mientras se quitaba uno a uno los broches del corsé, con una agilidad y rapidez que sorprendió al joven— ¿No pensaras dejar lo que empezamos aquella vez inconcluso, verdad?
—Eso sería lo mejor— le respondió mientras retrocedía, sin tomar en cuenta que a pocos pasos de distancia estaba su cama— Tú y yo no podemos hacer esto. Eso está mal. No es… sano ni normal. Tú y yo somos hermanos, Jessica.
—Eso lo se y lo tengo muy claro, y créeme cuando te digo que es lo que menos me importa. Yo te quiero a ti, no a los lazos sanguíneos que nos unen.
Y cuando termino de decir esto, lanzó a un lado el molesto corsé que había estado robándole el aire desde temprano y se quedó solo con un bonito y sencillo vestido azul; el color favorito de Ariel.
— ¿Te das cuenta de que todo esto es una locura y de que tu y yo somos dos locos de atar?
—Si, me di cuenta. Y, ¿sabes que?—cuestionó mientras volvía a acercarse a Ariel. Cuando estuvo cerca de él, lo empujó hacia la cama, se levantó la molesta falda del vestido y se sentó a horcajadas sobre un sorprendido Ariel que ni en sus mejores sueños se imaginaba a su hermana tan desinhibida y experimentada con los hombres— No me importa— le dijo ella al fin antes de volver a acercarse a él para besarlo.
Ariel le correspondió el beso pero aún así no dejaba de sentirse culpable ni de pensar que lo que hacían estaba mal. Pero como él ya sabía, aunque esa parte de él que era como una lucecita centelleante le dijera que no debía hacer eso, que se iba a arrepentir el resto de su vida, no dejaba de hacerlo. Y aunque lo hiciera, eso tampoco iba a cambiar mucho las cosas. De todas formas, se iría al infierno.
Dios, como deseaba a su hermana. Como deseaba recorrer cada rincón de su cuerpo; hacerla gritar su nombre una y otra vez; deseaba besarla hasta que le doliera seguir haciéndolo. Deseaba hacerle tantas cosas que no estaban permitidas para ellos.
—Ariel, por favor.
Le susurró su hermana muy cerca de sus labios con un tono de voz muy sensual y convincente al ver que Ariel dudaba un poco entre continuar o detenerse. Ariel, al escucharla, sintió como toda su determinación se venia abajo. Jessica, con solo tres palabras, había derribado sus defensas, dejando solo a un hombre ardiendo en deseos por ella.
Esta vez fue él quien la besó mientras que sus manos se concentraban en bajar el cierre invisible —el cual estaba a un costado y era un poco difícil de quitar— del vestido. Cuando logró bajarlo, descendió dando besos por todo su cuello, mordiendo suavemente de vez en cuando, al tiempo que una de sus manos se colaba por debajo de la larga falda del vestido, acariciando sus muslos.
Jessica, a pesar de no ser la primera vez que estaba con un hombre, estaba nerviosa y no sabía que hacer con sus manos, las cuales estaban enredadas en el cabello de Ariel. Le temblaban, y no de miedo sino de expectación y placer. ¿Cómo podía sentir miedo cuando había soñado con eso tantas veces antes? ¿Cómo podía sentir miedo cuando era su propio hermano, la única persona en el mundo que no le había hecho daño, el que la estaba besando en esos momentos? El que se deshacía de ese molesto vestido y lo lanzaba hacia el sofá con una expresión en el rostro mezcla de triunfo y jubilo.
Ella no podía temerle porque a lo que se ama no se le tiene miedo, y ella a Ariel lo amaba con cada partícula de su ser. Ella no se imaginaba su vida sin ese guapo chico que había crecido a su lado, cuidándola, y que ahora se colocaba sobre ella en la cama solo con le pantalón negro que vestía mientras que ella estaba ya en ropa interior.
Jessica no le tenía miedo a irse al infierno, porque su vida ya era un infierno. Por eso quería estar con Ariel aunque eso no fuese adecuado. Si de todas formas se iba a pasar la eternidad entre las llamas, ¿Por qué abstenerse de hacer lo que quería?
Ella descendió con sus manos por el torso desnudo de Ariel hasta que llegó a la cinturilla del pantalón. Ariel dio un respingo cuando sintió los dedos de Jessica rozándole la piel, y bajándole lentamente el cierre del pantalón para despojarlo de esa prenda que tanto le molestaba y estorbaba, mientras besaba y mordisqueaba su cuello. Ariel se termino de quitar el pantalón y cuando descubrió cuales eran las intenciones de Jessica, tomó sus manos y las aprisionó por encima de su cabeza con una sonrisita de suficiencia. Luego se acercó mas, cuidando de no apoyar todo el peso de su cuerpo sobre ella y la besó.
Ya para ese momento no habían dudas, ni miedos, solo unas inmensas ganas de poseerse el uno al otro. De conocer cada centímetro de piel expuesta. De besar cada rincón de sus cuerpos. Y lo hicieron, una y otra vez, hasta que ya no les quedaban fuerzas.
No les importó si los habían escuchado, si sus padres sospecharon que habían dormido en la misma habitación (nunca juntos. Ni Edmond ni Jocelyn serían capaces de pensar semejante cosa), si Margaret había ido a la habitación de Jessica y había descubierto que no estaba ahí. No les importaba nada porque estaban con la única persona que les importaba en el mundo. No necesitaban nada más.
A la mañana siguiente, cuando ambos bajaron a desayunar (cada uno por su lado, para no levantar sospechas) actuaron como si no se hubiesen visto la noche anterior. Se abrazaron y se dieron besos en la mejilla ante la alegre mirada de un Edmond que se sentía feliz porque sus hijos se querían tanto.
A todo el que los vio, derrochando amor en el salón o en la plazoleta del jardín, les pareció la cosa más tierna del mundo los gestos de cariño que se proferían; dos hermanos que se quisiesen tanto no era algo que se viese a menudo en esa época, mucho menos que estos se mostrasen tan unidos y compenetrados.
A todos les pareció algo normal su actitud ya que desde pequeños ellos eran así el uno con el otro, pero Margaret no estaba muy contenta con esa situación. Ella conocía tanto a Jessica que se había dado cuenta de que algo había pasado entre ellos dos para que al final, se mostrasen de esa forma. Y ese algo que tenía en mente, no le gustó en lo más mínimo.
Pero ella, por suerte para Jessica, no iba a decir ni hacer nada. Si ellos eran felices, ella no tenía inconvenientes. Lo único que le preocupaba era qué iba a pasar con ellos cuando llegase el día de la boda entre Jessica y Lucas. Realmente, no tenia ganas de que ese día llegase.
Claim: JessicaxAriel
Título: ¿Infierno? Eso es lo de menos
Advertencias: Incesto
Palabras: 2708 palabras
Tenía todo el derecho del mundo a sentirse frustrada, y todo, como siempre, por culpa de su madre. Jocelyn estaba empeñada en no dejarla ni un minuto a solas, como si sospechase que planeaba hacer algo malo; ella lo único que quería era estar con Ariel.
Desde aquella vez en la que estuvieron solos en la habitación del chico, no habían vuelto a estar ni juntos ni a solas. Mucho menos cerca. Ni siquiera se habían visto. Y ella se moría de ganas de estar con él, de que él la estrechase entre sus fuertes brazos y no la soltase nunca.
Pero no podía hacerlo porque gracias a Jocelyn, los asuntos referentes a la boda se habían multiplicado. Ahora la boda no sería en Villa Mar sino en La Esperanza; la cantidad de invitados ahora era el triple y el color de las flores que decorarían la casa y la iglesia sería otro. Sin mencionar las flores del ramo y el diseño de su tocado.
También cabía mencionar que Jocelyn se había encargado de que Ariel se ocupase de una parte de la organización de la boda (todo lo que tuviese que ver con la selección de las bebidas) y de que Edmond, su esposo, le pusiese más trabajo al joven dentro de la empresa. El punto era que ni Ariel ni Jessica tuviesen tiempo libre. Que no viesen a nadie más que a sus padres y a Lucas, en el caso de la chica.
Toda esa situación la estaban hartando a sobre manera, y cuando ella llegaba a ese extremo, todo podía pasar. Nada bueno, de seguro.
—Terminamos por hoy, Jessica— le anunció su madre mientras ponía la pequeña libreta de apuntes y la pluma sobre la mesita de té— Tengo una cena de caridad en la Casa de la Cultura hoy en la noche y debo ir a arreglarme. Así que tu puedes aprovechar este tiempo libre que te doy y salir a dar un paseo con tu prometido, al que tienes muy descuidado.
—Si, madre— le respondió con retintín.
Ella no pensaba ir a visitar a Lucas, mucho menos invitarlo a su casa porque aún estaba enojada con él. Y estaba segura de que el enojo le iba a durar mucho tiempo porque su prometido era un insensible cabeza dura y ella no estaba de ánimos ni tenía paciencia para soportarlo. Mucho menos para tratar de hacerlo entrar en razón.
— ¿Lo mandas a llamar tú, o lo mando a llamar yo?— le preguntó esta vez antes de ponerse de pie, dispuesta a salir del salón.
Con esa pregunta Jessica pudo percibir el afán que tenía su madre porque las cosas entre Lucas y ella se solucionaran. Y no era precisamente porque se sentía mal porque su hija sufría ni mucho menos. A Jocelyn nada de lo que tuviese que ver con Jessica le preocupaba. Ella solo utilizaba a Jessica como un medio de conseguir un yerno adinerado. “Vieja interesada”, pensó con rabia.
—No se preocupe. Yo lo mandaré a llamar cuando ustedes se vayan.
A Jocelyn la idea de que su hija se quedase en casa sola con su prometido no pareció molestarla mucho. Al contrario, se mostraba contenta de que Jessica estuviese tan dispuesta a colaborar con sus planes.
La mujer sonrió con malicia y Jessica solo rodó los ojos. Como odiaba a su madre.
—Voy a estar en el jardín, tomando el té. Si me necesita, ya sabe donde encontrarme— le dedicó, muy a su pesar, una reverencia, y salió con pasos rápidos del salón.
En realidad lo del té había sido una excusa para alejarse de su madre, la cual cada día estaba más hipócrita y molesta (por no decir insoportable). Además, no quería que la mujer la viese y se diese cuenta de que algo le pasaba. Porque Jocelyn podía ser cualquier cosa, pero no poco perceptiva.
En la hora y media que Jocelyn se tardó en arreglarse y salir de la casa, Jessica tomó el té con Margaret en el jardín como lo había anunciado, y cuando esta se fue a hacerle una visita a Lucas, se dirigió hacia su habitación. Ya para ese entonces la casa estaba relativamente vacía. Los empleados eran gente que aprovechaban los momentos como esos para reunirse en la plaza del pueblo o para descansar un rato en sus habitaciones, por lo que no irían a molestarla a su habitación a menos que fuese una emergencia o algo realmente importante.
Y ella rogaba que eso último no pasara porque no tenía ganas de estar con nadie. No albergaba esperanzas de ver a Ariel porque sabia que él llegaba tarde a casa así que lo único que le quedaba era irse a la cama temprano.
Subió las escaleras del hall con pasos lentos, pesarosos, levantándose un poco la larga falda del vestido para no tropezar con él. Siguió caminando con extrema lentitud y desgana hacia su habitación y cuando cruzó frente a la de su hermano (la primera en ese pasillo) se detuvo frente a la puerta porque le pareció escuchar ruidos.
Estuvo unos instantes allí parada, esperando, pero al no ocurrir nada se encogió de hombros pensando que había sido su imaginación. Anhelaba tanto verlo que creía que su cerebro le estaba jugando una mala pasada. Dio unos cuantos pasos más y al llegar al frente de su habitación, la puerta de la de su hermano se abrió de golpe, saliendo por esta un aparentemente enojado Ariel.
—Ariel, ¿qué haces aquí?
Preguntó Jessica con el corazón desaforadamente en el pecho debido al susto que acababa de llevarse, y al hecho de que por fin, después de tanto desearlo, volvía a verlo; Toda ella tembló de emoción y anticipación. Esta vez, Ariel, no se le iba a escapar.
—Lo mismo te pregunto a ti, pequeña. ¿No se supone que estabas con tu prometido?
Y ahí estaba otra vez ese tono de voz que le indicaba a Jessica que su hermano se moría de celos cada vez que la imaginaba con Lucas.
—Eso fue lo que le dije a nuestra madre… ya sabes, para dejarla tranquila.
Le dijo con una sonrisita picara bailando en sus labios mientras se acercaba lenta y sinuosamente a él. Ariel trató de retroceder pero ella fue más rápida y lo agarró por el brazo.
— ¿Por qué huyes, hermano? ¿Acaso me tienes miedo?—le preguntó con fingida inocencia.
— ¿Miedo? ¿Miedo a que?—ella volvió a sonreír y el corazón de Ariel dio un vuelco.
—Miedo a lo que podría hacerte. O mejor dicho, miedo a lo que podría convencerte que hiciéramos— y dicho esto, se acercó a él, lo tomó por el cuello con un movimiento rápido lo acercó a ella para besarlo en los labios.
Decir que no habían deseado eso desde hacia mucho, mucho tiempo, era mentir. Nadie sobre la faz de la tierra había deseado hacer algo malo con tanta intensidad como ellos dos. Y quizás lo hacían porque sabían que era algo prohibido, algo que no podían tener, pero aun siendo concientes de que posiblemente sus almas terminarían en el infierno por sucumbir a sus deseos, no dejaban de hacerlo. No dejaban de besarse siguiendo un ritmo que solo ellos dos conocían; no separaban sus cuerpos ni dejaban sus manos quietas, las cuales solo querían tocar toda esa piel que anhelaba tanto ser tocada y acariciada con la desbordante pasión que ellos sentían.
Ariel, indudablemente, no pensaba que eso iba a volver a pasar. Pensaba que lo que había ocurrido la noche en la que su hermana había regresado a la casa de sus padres había sido un sueño, algo que nunca mas iba a volver a repetirse porque era demasiado malo y a la vez demasiado bueno para ser cierto.
Pero ahí estaban ellos, besándose como si su vida dependiese de ello, en medio del pasillo de la casa de sus padres. Totalmente expuestos a las curiosas miradas de los sigilosos empleados.
Él se separó un poco para decirle algo a Jessica pero esta volvió a acercarse para besarlo. Fue así en cada uno de los intentos que hizo por lo que solo pudo decirle “pasillo-problemas-padres”. Jessica se separó de él cuando logró decir la última palabra y con una traviesa sonrisa en los labios, buscó el picaporte de la puerta que estaba justo detrás de Ariel con la mano derecha, mientras que con la izquierda jugaba con el largo y alborotado cabello castaño de su hermano y sus labios volvían a apoderarse de los de Ariel. Tenía todo el control sobre él y sobre la situación, y Ariel no parecía sentirse incomodo con eso.
Después de unos instantes que a ambos se le antojaron eternos, ella logró abrir la puerta y empujó a Ariel hacia adentro cuando lo hizo. Luego la cerró con seguro y lanzó la llave hacia una de las mesitas de noche. Ese gesto le indicó a Ariel que lo menos que ella quería era salir de esa habitación; que quería pasarse el resto de su vida pegada a él, amándolo hasta que esa intensa pasión que la consumía se acabase. Lo supo, porque eso era exactamente lo que él sentía. Pero eso no significaba que iba a consentirlo.
—Jessica, esto no…
— ¿Esto qué?—preguntó mientras se quitaba uno a uno los broches del corsé, con una agilidad y rapidez que sorprendió al joven— ¿No pensaras dejar lo que empezamos aquella vez inconcluso, verdad?
—Eso sería lo mejor— le respondió mientras retrocedía, sin tomar en cuenta que a pocos pasos de distancia estaba su cama— Tú y yo no podemos hacer esto. Eso está mal. No es… sano ni normal. Tú y yo somos hermanos, Jessica.
—Eso lo se y lo tengo muy claro, y créeme cuando te digo que es lo que menos me importa. Yo te quiero a ti, no a los lazos sanguíneos que nos unen.
Y cuando termino de decir esto, lanzó a un lado el molesto corsé que había estado robándole el aire desde temprano y se quedó solo con un bonito y sencillo vestido azul; el color favorito de Ariel.
— ¿Te das cuenta de que todo esto es una locura y de que tu y yo somos dos locos de atar?
—Si, me di cuenta. Y, ¿sabes que?—cuestionó mientras volvía a acercarse a Ariel. Cuando estuvo cerca de él, lo empujó hacia la cama, se levantó la molesta falda del vestido y se sentó a horcajadas sobre un sorprendido Ariel que ni en sus mejores sueños se imaginaba a su hermana tan desinhibida y experimentada con los hombres— No me importa— le dijo ella al fin antes de volver a acercarse a él para besarlo.
Ariel le correspondió el beso pero aún así no dejaba de sentirse culpable ni de pensar que lo que hacían estaba mal. Pero como él ya sabía, aunque esa parte de él que era como una lucecita centelleante le dijera que no debía hacer eso, que se iba a arrepentir el resto de su vida, no dejaba de hacerlo. Y aunque lo hiciera, eso tampoco iba a cambiar mucho las cosas. De todas formas, se iría al infierno.
Dios, como deseaba a su hermana. Como deseaba recorrer cada rincón de su cuerpo; hacerla gritar su nombre una y otra vez; deseaba besarla hasta que le doliera seguir haciéndolo. Deseaba hacerle tantas cosas que no estaban permitidas para ellos.
—Ariel, por favor.
Le susurró su hermana muy cerca de sus labios con un tono de voz muy sensual y convincente al ver que Ariel dudaba un poco entre continuar o detenerse. Ariel, al escucharla, sintió como toda su determinación se venia abajo. Jessica, con solo tres palabras, había derribado sus defensas, dejando solo a un hombre ardiendo en deseos por ella.
Esta vez fue él quien la besó mientras que sus manos se concentraban en bajar el cierre invisible —el cual estaba a un costado y era un poco difícil de quitar— del vestido. Cuando logró bajarlo, descendió dando besos por todo su cuello, mordiendo suavemente de vez en cuando, al tiempo que una de sus manos se colaba por debajo de la larga falda del vestido, acariciando sus muslos.
Jessica, a pesar de no ser la primera vez que estaba con un hombre, estaba nerviosa y no sabía que hacer con sus manos, las cuales estaban enredadas en el cabello de Ariel. Le temblaban, y no de miedo sino de expectación y placer. ¿Cómo podía sentir miedo cuando había soñado con eso tantas veces antes? ¿Cómo podía sentir miedo cuando era su propio hermano, la única persona en el mundo que no le había hecho daño, el que la estaba besando en esos momentos? El que se deshacía de ese molesto vestido y lo lanzaba hacia el sofá con una expresión en el rostro mezcla de triunfo y jubilo.
Ella no podía temerle porque a lo que se ama no se le tiene miedo, y ella a Ariel lo amaba con cada partícula de su ser. Ella no se imaginaba su vida sin ese guapo chico que había crecido a su lado, cuidándola, y que ahora se colocaba sobre ella en la cama solo con le pantalón negro que vestía mientras que ella estaba ya en ropa interior.
Jessica no le tenía miedo a irse al infierno, porque su vida ya era un infierno. Por eso quería estar con Ariel aunque eso no fuese adecuado. Si de todas formas se iba a pasar la eternidad entre las llamas, ¿Por qué abstenerse de hacer lo que quería?
Ella descendió con sus manos por el torso desnudo de Ariel hasta que llegó a la cinturilla del pantalón. Ariel dio un respingo cuando sintió los dedos de Jessica rozándole la piel, y bajándole lentamente el cierre del pantalón para despojarlo de esa prenda que tanto le molestaba y estorbaba, mientras besaba y mordisqueaba su cuello. Ariel se termino de quitar el pantalón y cuando descubrió cuales eran las intenciones de Jessica, tomó sus manos y las aprisionó por encima de su cabeza con una sonrisita de suficiencia. Luego se acercó mas, cuidando de no apoyar todo el peso de su cuerpo sobre ella y la besó.
Ya para ese momento no habían dudas, ni miedos, solo unas inmensas ganas de poseerse el uno al otro. De conocer cada centímetro de piel expuesta. De besar cada rincón de sus cuerpos. Y lo hicieron, una y otra vez, hasta que ya no les quedaban fuerzas.
No les importó si los habían escuchado, si sus padres sospecharon que habían dormido en la misma habitación (nunca juntos. Ni Edmond ni Jocelyn serían capaces de pensar semejante cosa), si Margaret había ido a la habitación de Jessica y había descubierto que no estaba ahí. No les importaba nada porque estaban con la única persona que les importaba en el mundo. No necesitaban nada más.
A la mañana siguiente, cuando ambos bajaron a desayunar (cada uno por su lado, para no levantar sospechas) actuaron como si no se hubiesen visto la noche anterior. Se abrazaron y se dieron besos en la mejilla ante la alegre mirada de un Edmond que se sentía feliz porque sus hijos se querían tanto.
A todo el que los vio, derrochando amor en el salón o en la plazoleta del jardín, les pareció la cosa más tierna del mundo los gestos de cariño que se proferían; dos hermanos que se quisiesen tanto no era algo que se viese a menudo en esa época, mucho menos que estos se mostrasen tan unidos y compenetrados.
A todos les pareció algo normal su actitud ya que desde pequeños ellos eran así el uno con el otro, pero Margaret no estaba muy contenta con esa situación. Ella conocía tanto a Jessica que se había dado cuenta de que algo había pasado entre ellos dos para que al final, se mostrasen de esa forma. Y ese algo que tenía en mente, no le gustó en lo más mínimo.
Pero ella, por suerte para Jessica, no iba a decir ni hacer nada. Si ellos eran felices, ella no tenía inconvenientes. Lo único que le preocupaba era qué iba a pasar con ellos cuando llegase el día de la boda entre Jessica y Lucas. Realmente, no tenia ganas de que ese día llegase.
La verdad es que el original al parecer ya tenía su historia.
No sabes lo que amo el incesto, en todas sus formas. Es insano, pero a mí me gusta.
Me ha gustado ese intento por hacerlo parecer de la antiguedad. Es extraño, pero podrías especificarme como de cuándo es...para saber ^^
De todos modos se me ha ocurrido que es como de los años 1900 por ahí. Si quieres que sea de antes yo te puedo ayudar...me encanta la edad media como lugar...de hecho tengo una pareja de esos años (Ethan&Marianne y esas cosas de "química básica").
Adoré el lemmon ^^
Besos Beth.
Oh, Morri, si pudieses ayudarme con las fechas te ganarias un trozo del cielo xD. Aunque no lo creas, tengo algunos inconvenientes con ese... asuntito. Pero, shhh, no se lo digas a nadie.
Sobre el incesto, ¡lo adoro! Adoro leer/escribir incesto. Y aunque sea algo malo, a mi me gusta *se encoje de hombros*
Y si, este original ya tiene su historia (Entre el Amor y el Odio)pero el incesto está muy lejos de ser una de las advertencias de la misma.
¿Lemmon? O///O No me hagas hablar de eso. ¡Soy pésima! Tengo que aprender a escribirlo xD
Besotes, guapa, y gracias por comentar.