La Premonición
Titulo: Capítulo 2
Fandom: That's my life- Original
Palabras: 4,956 palabras.
Notas: Me ha costado escribir esto. Mucho. No he tenido tiempo y no encontraba las palabras para transcribir lo que veia en mi cabeza al documento. Pero hice el intento y esto fue lo que salió. Espero sus comentarios, ya sean buenos o malos. Soy critico, joder, soy bastante flexible con esas cosas xD. Besotes, gente hermosa.





Si alguien podía decir que tenía mala suerte, ese era Damian; o por lo menos eso era lo que pensaba él. Él, a pesar de todas las características buenas y envidiables que tenía a su favor, no era alguien engreído ni presumido. Él sólo quería que lo dejasen en paz.

Sus amigos decían que él tenía un conflicto de intereses bastante interesante. Siendo atractivo, famoso y uno de los actores jóvenes más codiciados y cotizados del país, era de suponer que no iba a lograr conseguir su tan anhelada paz. Mucho menos pasar percibido en una escuela repleta de jovencitas con un desbordante exceso de hormonas.

Por eso, cuando entró a la Escuela San Juan de Ávila el primer día y vio que una horda de fans se reunía alrededor suyo, se sintió defraudado y timado. Él se había inscrito en esa escuela por el simple hecho de que era una escuela para personas como él: chicos famosos, algunos de ellos con el suficiente dinero como para ser considerados ricos, chicos atractivos e inteligentes (algunos, los que no pertenecían al medio artístico, eran solamente inteligentes. La belleza no era el factor dominante en esa escuela). Se había inscrito en la ESJA porque había pensado que no iba a ser acosado por nadie y que iba a tener, por fin, una tranquila y normal vida de estudiante de secundaria.

Pero cada día se daba cuenta de que se había equivocado. Cada día que pasaba se daba topes contra la pared cada vez que escuchaba su nombre entre los gritos de las fans. O cada vez que, como en ese caso, se topaba con una chica que no entendía que no quería ser acosado o que no estaba interesado en ella.

—Si mal no recuerdo, te dije que no te cruzaras por mi camino, chica-momia.

Le dijo a la chica que estaba tendida en el suelo junto a él. Y sabía que era la chica con la que había chocado anteriormente por varias razones: la primera, porque era una de las pocas chicas que vestía otra ropa que no era el uniforme (una ropa bastante fea y simple, debía admitir). Y segundo, porque esa maraña de cabello era imposible de olvidar. La chica era de esas que veías una vez y jamás te sacas de la cabeza; y no por su atractivo físico, precisamente.

La “chica-momia” tenía de atractiva lo que tenía él de común. Era más bajita que él, delgada (aunque no estaba muy seguro debido a que sus ropas eran demasiado anchas como para determinar su complexión física) y con todo el cabello cubriéndole el rostro. Parecía una prima lejana del tío Cosa, de la Familia Adams. Sumándole a eso que era distraída y bastante torpe. Y estúpida, porque nadie cometía el mismo error dos veces en menos de una hora.

—Lo-lo siento. No fu-fue mi inten-tención. —dijo, entre gagueos, lo que agregó una cualidad (o defecto) más a la lista mental que Damian estaba haciendo.

Damian se puso de pie sin siquiera ofrecerle una mano a la chica para ayudarla a hacer lo mismo. Pero al ver que ella, después de varios intentos no lograba hacerlo, la agarró por el antebrazo izquierdo y la puso de pie de un tirón. Ignoró, por supuesto, el quejido de dolor de la chica.

—No me interesa que lo sientas, me interesa que me hagas caso y te desaparezcas de mi vista. — dicho esto, la soltó y siguió con su camino. Giselle se agachó para recoger su libro, soltó un profundo suspiro y emprendió la marcha.

— ¿Por qué demonios me estás siguiendo?

—No-no lo sigo. Po-por aquí está mi aula. — él le dirigió una mirada feroz pero no le dijo nada más. Sólo aceleró el paso, como si de esa forma pudiese librarse de ella.

Giselle, cuando lo vio entrando al aula 38, sintió que el mundo le caía encima. No podía creer su mala suerte. No podía creer que el chico con el que había tenido tantos problemas sin siquiera buscárselos, estuviese en la misma aula que ella. Ahora no sólo tenía que preocuparse por el que dirán sus compañeros de aula cuando la viesen, sino también por el hecho de que tenía a su némesis en la misma aula que ella.

Que Dios la ayudase.

Después de persignarse y rezar una breve oración que su madre le había enseñado y dicho que rezase cuando estuviese en problemas, entró al aula.


***


—Buenos días, chicos— saludó la profesora cuando entró al aula, cortando de una vez el molesto murmullo que había en el salón.

Hubo expresiones de alegría y satisfacción al ver a la maestra. Y, como era de esperarse, unas cuantas caras de sorpresas. Esa profesora en particular no era el tipo de persona que se hacía querer por todo el mundo; al contrario. La razón fundamental de esto es su favoritismo para con los alumnos no becados. Ella sentía una cierta fascinación por ellos, a tal punto de dejarle pasar muchas de las fechorías que estos cometían. Era, por obvias razones, la consentida de los más adinerados de la escuela.

Después de dejar sus cosas sobre el escritorio, se sentó en una de las esquinas de este y tomó el listado.

—A la mayoría de ustedes los conozco —dijo, echándole una rápida hojeada al curso— pero hay una carita nueva que no me es familiar. —Algunos estudiantes rieron al percibir el trasfondo que se ocultaba en esa frase. Otros, simplemente, por el tono burlón que la maestra había empleado.

Todos sabían exactamente lo que iba a pasar en esos momentos. La profesora iba a empezar con uno de sus rituales mañaneros: burlarse de los becados. Y en esta ocasión, había una alumna nueva que era un blanco fácil para las burlas.

Sin la menor delicadeza, señaló a Giselle.

—Lindura, ¿cuál es tu nombre?

—Gi-Giselle— La maestra abrió el folder en el que estaba el listado y buscó el nombre de la chica con parsimoniosa lentitud. Cuando llegó a su nombre, puso una expresión burlona.

—Giselle, aquí dice que no eres becada. Supongo que debe ser un error.

—No, no lo es, profesora. Yo no soy becada.

—Ya. Debemos suponer que tu familia tiene el suficiente dinero y la posición social como para inscribirte aquí. —Giselle no dijo absolutamente nada, esperando que de esa forma la profesora cambiase de tema. Pero, al parecer, ella no era una mujer que se cansase fácilmente —O puede darse el caso de que tu familia haya pedido una astronómica suma de dinero al banco para poder inscribirte aquí. Y digo astronómica porque la cantidad que se paga en esta escuela es una suma millonaria para los de la clase baja.

Hubo más risitas y palabras burlonas. En esos momentos todos los ojos estaban posados en Giselle y la profesora, esperando no perderse el más mínimo detalle de lo que pasaba. Incluso los becados estaban disfrutando el momento ya que ellos siempre eran el blanco de las burlas y bromas en la escuela. Que le pasase a un no becado era algo antinatural… y deliciosamente divertido. Los hacía sentir igual de poderosos que ellos. Los hacía sentir importantes. Algunos, debido a la emoción del momento, se sintieron tentados de opinar, acto que no sería para nada inteligente pero que les daría una pequeña y momentánea satisfacción.

— ¿No piensas decirnos cómo fue que tu padre logró inscribirte en la escuela? — preguntó una alumna. Estaba sonriendo y la expresión de su rostro era una mezcla entre maldad y burla. — Nos morimos de curiosidad por saberlo.

—A mi me interesa mucho más saber qué hace su padre para ganarse la vida.

—Oh, buena pregunta, Michelle— elogió la profesora a una chica rubia, tan plástica y superficial como una muñeca.

Giselle no necesitó mirarla dos veces para saber que era la típica chica popular de toda escuela. La alumna que consigue todo lo que quiere sólo con un cruce de piernas, la que tiene a todos los chicos detrás de ella. Y por la expresión de su rostro (no es que la de los demás fuese diferente) supo que era una persona cruel y sin escrúpulos. En resumidas cuentas, era el tipo de chicas de la cual te querías y tenías que mantener alejada todo el tiempo.

La profesora se cruzó de brazos y se acomodó sobre el escritorio. Se le notaba feliz y muy satisfecha, como si estuviese haciendo su primera buena obra del día.

Giselle, después de un gran suspiro, se dispuso a hablar.

—Mi papá es dueño de una agencia publicitaria.

—Oh, que interesante— musitó con un falso tono de interés— ¿Y cómo se llama esa agencia publicitaria, Giselle? Quizá alguno de nosotros haya pasado por el frente del local alguna vez en nuestras vidas. Además, te aseguro, que a todos nos interesa saber dónde está. Uno nunca sabe cuando pueda necesitar de sus servicios, ¿verdad?— mas risitas y frases burlonas.


Giselle dudó. Ella estaba segura de lo que iba a pasar después de que dijese el nombre de la agencia. Y la verdad era que no quería nada de eso. Ella sólo quería que la dejasen en paz y que empezase la clase. Pero como era nueva y todo ese interrogatorio empezó gracias a la profesora, no podía decir ni hacer nada; sólo tratar de responder las preguntas y no salir muy lastimada al final.

—Esto… El nombre de la agencia es Attix.

— ¿Attix? ¿Cómo la famosísima agencia publicitaria de Anthony Wright? — todos rieron cuando ella asintió. — Que poco original de parte de tu padre utilizar un nombre ya existente. ¿Acaso no sabe que por cosas como esa envían a personas a la cárcel?

—Creo, profesora, — añadió Michelle— que su padre le puso ese nombre porque pensaba que de esa forma iba a atraer más clientes. —rió— Pobre iluso.

Giselle se mordió la lengua para no decir nada. Le había molestado mucho la forma en la que Michelle se había referido a su padre, mucho más de lo que le había molestado que se burlaran de ella. Anthony era la mejor y más maravillosa persona que ella hubiese conocido en toda su vida. El padre ideal. No era un pobre iluso con una compañía mediocre, que soñaba con empapelar su casa con oropel, sino el dueño de la publicitaria más famosa e importante del país.

Ella estaba segura de que, en cuanto lo supiesen, las odiosas sonrisas que adornaban sus rostros desaparecerían en el acto. En una escuela llena de artistas y personas relacionadas con el medio, estar en contra de la hija del dueño de Attix era como ponerle fin a tu contrato. Si Giselle fuese otro tipo de persona, alguien más parecido a ellos, hubiese vivido feliz sus años de escuela amenazando a la gente con “decírselo a su padre” como hacían los otros. Pero, lamentablemente, su madre no la educó de esa manera.

—Seguramente, Michelle. —Suspiró, fingiendo sentir una enorme pena— Pobre hombre. Debe estar en estos momentos decaído, endeudado hasta el cuello, rogándole a Dios que su hija sea buena estudiante y que no pierda la beca. —le dirigió una mirada cargada de burla, mientras una sonrisita malévola bailaba en sus finos labios pintados de rojo. — Más te vale que te pongas las pilas, Giselle. En esta escuela nada es tan fácil como parece y los profesores suelen ser muy malos con los alumnos que no les caen bien.

La profesora se dio la vuelta y se encaminó hacia la pizarra. Con trazos rápidos escribió su nombre, Luisa Almonte, y luego se sentó detrás del escritorio, con un bolígrafo en una mano y el listado en la otra.

Cuando empezó a pasar la lista Giselle suspiró aliviada. Al final no había sido tan malo. En la otra escuela en la que había estado, desde el primer momento que puso un pie allí, había sido el blanco de burlas y bromas. Había sufrido más de un accidente y había sido castigada sin haber hecho absolutamente nada en incontables ocasiones. Y al final del día, cuando llegaba a su casa y se encerraba en su habitación, se preguntaba por qué le pasaban todas esas cosas. Por qué la gente se empecinaba en hacerla sufrir. Pero siempre, día tras día, se iba a la cama sin encontrar la respuesta.

Un gritito de sorpresa la sacó de sus cavilaciones. Alzó la cabeza y dirigió su vista hacia la profesora la cual tenía una expresión mezcla de miedo y sorpresa en el rostro. Parecía que lo que había encontrado en la lista no le había gustado en lo absoluto. Abrió la boca para decir algo pero las palabras no salieron, parecían haberse quedado atascadas en su garganta. Lo intentó un par de veces más hasta que logró articular unas palabras que salieron con una voz totalmente distinta de la de ella.

—Wright, Giselle.

Giselle levantó la mano entre dubitativa y asustada y en el acto todos los ojos se posaron en ella. Todos, incluso el chico con el que había chocado dos veces esa misma mañana y que se había mantenido al margen del asunto, muy concentrado en el libreto que estaba estudiando.

— ¿Wright? ¿Está segura de que eso es lo que dice? —Preguntó Michelle, con un tono de indignación en la voz. La profesora asintió. — Esta chica tiene de Wright lo que yo tengo de pobre. ¿Cómo es posible eso? ¿Cómo...?

Iba a seguir hablando pero la profesora carraspeó, llamando la atención de todos. Michelle resopló y se encogió en su asiento con los brazos cruzados y una expresión de molestia en el rostro.

—Bien, después de estos momentos de…—volvió a carraspear. Damian rió por lo bajo, bastante divertido con el bochorno de la profesora— Mejor comencemos la clase. —Tomó uno de los libros más gruesos que había dejado sobre la mesa y lo abrió— Abran su libro en la página 48. Tom, empiezas tú con la lectura.

Giselle giró la cabeza y buscó a su némesis con la mirada. El verlo sonreír de esa forma le produjo una extraña sensación en el pecho. Pero no le dio tiempo a descifrarla porque se encontró con sus ojos, los cuales le dirigían una mirada desdeñosa. Parecía que el enojo no se le había pasado todavía, lo cual no era algo para favorable para ella. Giró la cabeza rápidamente y se concentró en el libro que tenía en frente. Era lo mejor que podía hacer en esos momentos. Además, esperaba que la lectura la ayudase a controlar los desbocados latidos de su corazón.


***


Cuando la clase terminó Giselle tomó sus cosas y rápidamente se encaminó hacia la salida del aula. Como siempre, iba con la cabeza baja y el rostro cubierto por una indomable maraña de cabello oscuro. Avanzaba con pasos rápidos, sin siquiera fijarse hacia donde se dirigía pero tratando de no chocar con nadie. Una tarea bastante difícil teniendo en cuenta el hecho de que era cambio de hora y todos los alumnos salían de un aula para entrar en otra.

Se detuvo a mitad de un pasillo y sacó el horario que la secretaria le había dado. Dio gracias a Dios al ver que tenía dos horas libres. En esos momentos en los que su mente estaba empeñada en bombardearla con información que no quería analizar, no podía tomar ninguna clase. Porque a pesar de haber intentado con todas sus fuerzas concentrarse en lo que decía el libro, no pudo.

Damian, su sonrisa y sus palabras cargadas de desprecio no salían de su mente. Tampoco podía dejar de pensar en el hecho de que, a pesar de que era evidente el desprecio que sentía por ella, no había hecho ni un solo comentario sarcástico o burlón sobre ella. Se había mantenido alejado de la situación, muy concentrado en sus cosas. Y aunque eso podía ser algo bueno, aunque podía significar que ella no le importaba en lo más mínimo, Giselle no lo veía de esa forma. Pensaba que él, quizás, estaba esperando el momento idóneo para hacerle alguna maldad. Una enorme maldad.

Cuando llegó al final de un pasillo y se encontró con Damian sentado en la baranda, no pudo evitar maldecir. Se dio la vuelta rápidamente tratando de huir sin que él reparase en su presencia. Mala idea. Al girar de manera tan brusca, teniendo en cuenta su carácter torpe y descuidado, pisó una de las agujetas de sus zapatos tenis y terminó en el suelo.

Damian, al ver a su “acosadora personal” en el suelo y quejándose, no pudo evitar reír. Se bajó de la baranda y caminó hacia ella dispuesto, esta vez, a ayudarla. Cuando llegó hacia ella y le tendió la mano se dio cuenta de que la chica dudaba, incluso escuchó un ligero gemido salir de sus labios. Ese gesto lo sorprendió ya que, si hubiese sido cualquier otra chica, se hubiese lanzado a sus brazos a la menor oportunidad. Pero esta, que lo acosaba desde tempranas horas de la mañana, estaba dudando de si aceptar o no su ayuda. Incluso parecía temerle. Su actitud le pareció bastante particular.

Ignorando esto completamente, la agarró por los antebrazos y la puso de pie. Al hacerlo, quedaron muy cerca; tanto que pudo ver parte de su escondido rostro. Sin tomar en cuenta lo que la chica pensase, le apartó todo el pelo del rostro y lo recogió en la parte de atrás con la goma que había estado recogiendo sus cabellos segundos antes. Giselle no dijo ni hizo nada. Estaba demasiado nerviosa y aterrada como para quejarse por su atrevimiento o para dar un paso y alejarse de él. Además, pensaba que si reaccionaba, independientemente de la forma en la que lo hiciese, las cosas se pondrían peor. Pero al verlo mirar su rostro con curiosidad, no pudo evitar llevarse las manos al pelo para tratar de soltárselo. Damian se lo impidió.

—Que sea la última vez que te veo con el cabello de esa forma, chica-momia. —musitó, aun con las manos de ella entre las suyas y sus cuerpos muy juntos. — Quiero ver el rostro de la persona que me está acosando. Siempre.

—Yo no-no lo estoy acosa-sando. —se quejó.

En esos momentos ella era la que se sentía acosada. Nunca nadie se había atrevido a hacer lo que él estaba haciendo, ni siquiera Anthony. Nadie había irrumpido en su espacio personal de esa forma. Y, como era de esperarse, ningún chico se había acercado tanto a ella. Por eso sentía su corazón latir desbocado dentro de su pecho. Por eso sus piernas temblaban como si fuesen de gelatina, amenazando con hacerla caer ya sea en el suelo o en los brazos de Damian. Por eso, cada vez que lo veía y estaba cerca de él, no podía evitar gaguear, algo que no hacía con regularidad.

—No lo niegues. Además, no serías la primera en hacerlo. —se encogió de hombros, restándole importancia al asunto. Pero en realidad ese hecho lo molestaba a sobremanera.

—Yo-yo no lo estoy acosando, ya se lo dije. —dio unos cuantos pasos hacia atrás para confirmar sus palabras. —Ahora, si-si me lo permite, voy a comprarme el u-uniforme. — se dio la vuelta y emprendió el camino de regreso al pasillo central.

Pero como la suerte nunca estaba de su parte, Damian no la dejó escapar. La tomó del brazo y la arrastró con él hacia la otra dirección. Por más que se quejó y le pidió que la soltase, no lo hizo. Y por más que ella trató de soltarse tampoco logró librarse del agarre que ejercía su mano sobre su muñeca derecha.

Él la arrastró por un sin número de pasillos, ignorando por completo la mirada curiosa de uno que otro alumno que aun no había entrado a su clase. Dejaron atrás el área en donde estaban las aulas y se adentraron por el área de los salones especializados. Giselle no pudo evitar quedar deslumbrada ante la decoración del lugar.

La escuela, que tenía cierto aire barroco, perdía algo de este estilo para volverse algo más rococó en esta zona. El pasillo por el que caminaban, estaba bordeado por reconocidas pinturas que Giselle se tomó la molestia de reconocer y nombrar en voz baja. Al final de uno de los tantos pasillos (Giselle nunca se hubiese imaginado que esa escuela era tan grande), doblaron a la derecha y esta vez llegaron a un pasillo que unía las dos zonas del campus. Este estaba decorado con arcos de medio punto y columnas con capiteles corintios a ambos lados. Al final del mismo, había una enorme puerta de caoba de doble hoja con una aldaba dorada en cada una.

Damian tocó la puerta y esta se abrió en el acto. Giselle, que ya no cabía en sí de su asombro, vio como dos hombres vestidos con unos impolutos trajes negros cerraban la puerta después de que ellos hubiesen entrado. Todo eso parecía propio de un castillo. Incluso esperaba ver a una princesa bajando las enormes escaleras dobles que decoraban el vestíbulo.

No tuvo que esperar mucho. Una chica preciosa, de largo y lacio cabello rubio, bajó las escaleras con todo el glamur con el que lo bajaría la dueña de un palacio. Parecía una muñeca a tamaño real. Giselle se quedó boquiabierta al darse cuenta de que, incluso usando el uniforme del colegio, la chica lucia espectacular.

— Damian, ¿qué se supone que es esto?

El aludido solo rodó los ojos.

—Te dije que dejases de decolorarte tanto el cabello. Estas cada día más tonta. —La chica frunció los labios— ¿Acaso no ves que es una chica?

—Eso lo sé, pedazo de idiota. Me refiero al hecho de que está aquí… contigo. —La chica se cruzó de brazos en una posa altanera— Tú nunca traes ninguna chica. Es más, tu nunca estas con ninguna chica.

—Susan…

—Vuelvo a preguntarte, querido, ¿qué se supone que es esto? ¿Por qué vienes con una chica?— ladeó un poco la cabeza y recorrió el cuerpo de Giselle de pies a cabeza con la mirada. Hizo un gesto de desagrado. — Una bastante desarreglada, debo decir.

—Es mi esclava.

— ¿Tu qué? — preguntaron Giselle y Susan al mismo tiempo, cada una con expresiones diferentes en su rostro.

—Mi esclava. ¿Es que aparte de tonta también eres sorda?

Las palabras salieron de sus labios con tanta seguridad y calma que le provocaron un escalofrío a Giselle. Porque una cosa era bromear con que ella era su esclava y otra muy diferente era creer que era cierto. Lo mismo pasaba con ese asunto de que ella lo estaba acosando cuando era más que obvio que era una jugarreta del destino el hecho de que ellos se encontrasen cada pocos minutos. Pero claro, una persona que piensa que otra es su esclava de buenas a primeras jamás llegaría a esa conclusión.


Susan ignoró el insulto y se dirigió rápidamente hacia una de las habitaciones que había en el primer piso. Salió a los pocos minutos con un chico alto, esbelto y guapo hasta decir basta, refunfuñando detrás de ella.

—Alex, Alex. —decía con apuro, zarandeando a su novio entre palabras. — Dime que no estoy loca y que Damian está aquí con una chica. Dime, dime, dime.

Alex miró a Giselle (la cual seguía fuertemente agarrada por el chico) y después a Damian para luego esbozar una sonrisita picara y divertida. Se lanzó a los brazos de su amigo hecho un mar de felicidad.

—Ya era hora, compañero. Ya era hora. —Damian se lo quitó de encima con brusquedad, haciendo que el modelo refunfuñase como un niño pequeño.

—Ya déjense de estupideces. Tampoco es para que hagan un escándalo por esto.

—Damian— dijo Susan, como si él fuese un niño pequeño que necesita que le expliquen lentamente las cosas— Viniste aquí agarrado de la mano con una chica y luego me dices que ella es tu esclava. ¡Tenemos todo el derecho del mundo para hacer un escándalo!

—Yo no soy su esclava. Es más, no sé ni siquiera por qué estoy aquí.

—No tienes por qué sentirte avergonzada, lindura— musitó Alex mientras se acercaba a ella. A Giselle se le paró la respiración en el acto al ver la forma en la que él caminaba. Alex era arrebatadoramente atractivo y masculino. El tipo de hombre que ves en las revistas y que sueñas tener cerca, aunque no fuese como pareja. Meneó la cabeza para despejarse un poco, pero tener a Damian cerca y el ver al otro acercarse a ella no era bueno para su salud mental— No es nada del otro mundo que te guste Damian y que quieras estar con él.

—Yo no… —Alex posó un dedo sobre sus labios para callarla. Si no hubiese sido porque Damian aun la sostenía, estaba segura de que hubiese terminado en el suelo.

—Deja de molestar a la chica, Alex. ¿Es que acaso no ves como está?

Susan, la cual se había sentado en la escalera le reclamó a su novio con un tono de voz entre cansado y aburrido. Con Alex las cosas siempre eran así. Él no perdía la más mínima oportunidad que tuviese para deslumbrar a una mujer, sin importar quien fuese. Ese era un pasatiempo que él adoraba y que a ella le producía muchos dolores de cabeza.

Su novio se encogió de hombros y después de guiñarle un ojo a Giselle y lazarle un beso a Susan, se dirigió a la habitación de la que lo habían sacado instantes antes.

—De acuerdo, haré de cuentas como que es cierto eso que dices de que esta chica es tú “esclava”. —Representó las comillas con los dedos— Ahora explícame, ¿por qué la trajiste para acá?

Damian adelantó a Giselle y la agarró por los hombros. Soltó su cabello y lo puso exactamente como Giselle lo había tenido antes de que él se los hubiese recogido.

— ¿Es que acaso no es obvio? Quiero que te encargues de ella. Quiero que la conviertas en alguien decente.

A Susan le brillaron los ojos de la emoción. Giselle refunfuñó por lo bajo.

— ¿Estás-hablando-en-serio? — Damian asintió. Susan se puso de pie rápidamente y se acercó a él, presa de la misma emoción que la embargaba cada vez que quería jugar con su cabello o diseñarle un nuevo guardarropa. — Oh, es fabuloso. ¡Me encanta la idea! Es como si tuviese una muñeca a tamaño real.

Daba saltitos y aplausos debido a la felicidad. Damian solo rodó los ojos al tiempo que soltaba a Giselle y la empujaba hacia su amiga. Su celular empezó a sonar justo en esos momentos por lo que él desapareció tras otra puerta dejando a las dos chicas solas en medio del vestíbulo. Susan, que aun lucía una enorme sonrisa en su rostro, estaba inspeccionando su nuevo juguete con ojo crítico.

—No estás tan mal. —dijo, alargando la palabra tan. — Tu cabello es un completo desastre y tu ropa no se queda atrás pero eres salvable. Oh, va a ser tan divertido…

Se detuvo al no recibir la más mínima reacción por parte de la chica. Cualquier otra persona que estuviese en su lugar estaría saltando de la emoción. No todos los días la famosa modelo Susan Reynolds acogía a una pobre y desamparada chica bajo su manto y decidía transformarla en alguien decente. Es más, era algo totalmente extraño el hecho de que ella le estuviese hablando a una persona como Giselle. La chica debería de sentirse agradecida. Mucho. Mucho más después de haber sido llevada hasta allí por el propio Damian.

— ¿Cómo que su esclava? —Dijo Giselle con un hilo de voz, aun presa de la impresión — ¿Cómo que su esclava?

Giselle, por su parte, se sentía en medio de una extraña pesadilla. No podía creer que en tan pocas horas hubiesen pasado tantas cosas, todas ellas malas para ella. Quería irse a casa, recostarse y descubrir al despertarse que todo había sido un mal sueño y que ella aun no había entrado a esa escuela. Es más, quería que su ingreso en esa escuela no fuese algo real. Ella le había dicho a su padre que no era una buena idea inscribirla allí pero Anthony, testarudo como siempre, había dicho que era bueno para ella y había ignorado por completo sus suplicas. Como lo hubiese hecho cualquier padre.

Si él le hubiese hecho caso, quizás, no hubiesen pasado todas esas cosas y ella no hubiese terminado atrapada por un loco que se creía dueño de ella.

Esclava. Sólo a ese chico se le podía ocurrir decir semejante cosa.

—Oye—Susan la agarró por el hombro y la movió un poco. — Oye, ¿cuál es tu nombre, chica rara?

— ¿Eh? Ah, Giselle. —respondió cuando salió de su asombro. Susan la miraba con una expresión en su rostro que no le gustaba en lo más mínimo. —Giselle Wright.

—Bien, Giselle, yo soy Susan Reynolds, pero supongo que eso ya lo sabías. —Sonrió, pero al ver la expresión en el rostro de Giselle su sonrisa desapareció. — ¿No sabes quién soy?

—No, lo siento. —negó con un movimiento de cabeza.

A Susan casi le dio un ataque. Casi.

—Bien, no importa. Lo averiguaras después. Aquí lo importante es que vas a estar unida a este grupo hasta que a Damian le dé por cansarse de ti. O hasta que yo termine de hacer de ti alguien digno de ver. —a Giselle no le gustaron ninguna de las dos opciones, pero no dijo nada. — Ahora dime, ¿ya tienes tu uniforme?

—No. Iba a comprarlo, pero justo en esos momentos, Damian… digo, su amigo me arrastró hacia acá.

Susan sonrió. Se le notaba bastante complacida por algo que Giselle no sabía identificar. Lo cual la asustaba profundamente, debía admitir.

—No importa, querida. —Tomó a Giselle de la mano y la arrastró hacia la salida— ¡Siguiente parada, la tienda!
1 Response
  1. Mortrel Says:

    Lizzy, hija, tanto tiempo sin saber nada de ti.
    ESpero que estés bien =(
    Te quiero


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