La Premonición
Titulo: Capítulo 1
Claim: Giselle, Damián, Alex, Susan, Anthony.
Fandom: That's my life (Original)
Palabras: 2,285 palabras
Tema: Principalemente, vida escolar. Pero no me hagan mucho caso.
Notas: Ah, por fin me he empezado a escribir esto. Es una idea que viene rondando mi cabeza desde hace tiempo, desarrollándose sola como si fuese una de las series de televisión que tanto me gustan. Veo a Giselle y todo lo que tiene que pasar en esta escuela repleta de personas talentosas, molestas y engreídas. Veo sus intentos por salir ilesa de todas las cosas por las que tiene que pasar. En pocas palabras, me estoy volviendo loca. Así que decidí empezar a escribirla para ver si consigo algo de mi cordura perdida. Espero que este nuevo proyecto les guste. Y recuerden, si tienen dudas, quejas, sugerencias, no duden en decírmelo. Besotes.


Fue en la mañana del primero de septiembre cuando a Giselle le cambió la vida. No de una manera muy radical ni muy trascendental, pero si lo suficiente como para darle dolores de cabeza durante mucho tiempo.

Esa mañana, se había levantado de la cama con la certeza de que algo malo iba a pasar. No es que fuese supersticiosa ni mucho menos, sólo tenía la sensación de que iba a pasar algo que no iba a gustarle. Con eso en mente, se dispuso a arreglarse para asistir al colegio. No tardó mucho ya que ella no era una jovencita muy adepta a arreglarse. Sólo se vistió con unos pantalones y un sweater holgado y sus zapatillas deportivas favoritas. Su pelo se encontraba exactamente igual a como estaba cuando se había levantado de la cama: enmarañado, totalmente similar a un nido de aves. Era un desastre, pero así era feliz.

Su padre al verla en ese estado, cuando ella bajó a desayunar, no hizo más que negar con la cabeza. Ya sabía que esa chica no tenía remedio, y que no había forma de hacerla cambiar. Giselle era desaliñada, mucho, pero él igual la quería porque era una estupenda hija. La mejor en todo lo que hacía. Y él, como hombre de negocios al fin, interesado solamente en lo buena que podía ser su hija en cualquier empresa, se sentía muy orgulloso de ella.

— ¿Piensas ir así a la escuela en tu primer día de clases?— Le preguntó, antes de llevarse la taza de café a los labios.

— ¿Qué tengo? — Preguntó con inocencia, mirándose por todos lados. Ella aun no asimilaba el hecho de que una señorita no suele vestirse de la forma en la que ella lo hace.

—Nada, Giselle, nada. —Volvió a negar con la cabeza, resignado— Anda, ven a tomar el desayuno.

Después de tomar el desayuno juntos, Anthony y ella salieron de la casa y se adentraron en el coche que los llevaría a cada uno a su destino. Giselle, aunque trataba de negarlo, estaba muy nerviosa, tanto, que aferraba fuertemente en su regazo su vieja mochila. Ella siempre había odiado llamar la atención, y ser la nueva estudiante en una escuela repleta de niños adinerados, era algo que la aterraba a sobre manera.

La Escuela San Juan de Ávila, era una prestigiosa escuela secundaria, donde sólo ingresaban los mejores y más talentosos estudiantes. Como en todos los lugares de este tipo, habían excepciones: los estudiantes becados. Estos eran chicos que, gracias a su talento, inteligencia (o ambas cosas a la vez), lograban captar la atención del comité que se encargaba de dar las becas. Sólo unos pocos estudiantes, no más de diez, salían agraciados cada año.

Pero, ser becado en esa escuela no es algo que alguien desee realmente. Los alumnos adinerados, como siempre, se encargan de hacerles la vida imposible a esos chicos que no tienen recursos para entrar al colegio. Y si eres una persona que en apariencia física no cumples con los requisitos, te va mucho peor.

Por suerte para Giselle, su padre tenía el suficiente dinero como para inscribirla en esa escuela. Pero ni todo el dinero del mundo, ni las influencias, ayudarían a Giselle a sobrevivir en esa jauría de hienas hambrientas.

Y aunque ella dijese que lo que los demás dicen de ella no le molesta en lo mas mínimo, si lo hace, mucho, porque los insultos hacia las personas con apariencia extraña siempre son más creativos y vergonzosos que los demás. Ella ya tenía experiencias de ese tipo.

En su otra escuela (que no era tan exclusiva como esta), había sido molestada y acosada desde el primer año que cursó ahí. Pero cuando supieron quién era su padre, las molestias cesaron… un poco. Los que de alguna forma u otra estaban relacionados con las empresas de su padre, tenían miedo de que ella los acusara. Y si eso pasaba en una escuela de clase media, no quería ni imaginarse lo que pasaría en una escuela de ricos.

Cuando el auto se detuvo, Giselle sintió como su corazón hacia lo mismo. La escuela era mucho más grande e imponente de lo que esperaba. El lugar estaba bordeado por altos muros de piedra, rematados por un espinoso alambrado para impedir que cualquier pillo se colase allí. Aunque era muy poco probable que una persona con sentido común se aventurase en aquella empresa, debido al tamaño de los muros.

Las puertas que daban acceso a la escuela eran de hierro forjado, con las letras “ESJA” en el tope, como si fuesen la corona de un gran e imponente rey. Ella estaba sorprendida, ya que su anterior escuela no era ni la mitad de grande que esa. Acostumbrada como había estado a estar rodeada de cosas humildes y sencillas, esa escuela se le antojaba demasiado para ella. Y eso, que todavía no había entrado.

— Giselle, ya llegamos. ¿Qué estas esperando para bajar? — le preguntó su padre, al verla arrellanarse aun mas en el asiento. Parecía querer hacerse más pequeña, confundirse con el asiento del auto.

— ¿Es muy necesario que entre a ese lugar? ¿No puedo ir contigo al trabajo?

Anthony sólo rió.

—No, linda, no puedes. Tienes que quedarte aquí. —Ella lo miró como si él le estuviese diciendo que irían a Marte ese fin de semana— No te dejes llevar por las apariencias, Giselle. Este es un buen colegio. Sé que te va a gustar. Ahora baja, que se nos hace tarde.

Ella, a regañadientes, resignada ante el hecho de que no podía hacer nada más que obedecer a su padre, se deslizó en el asiento y salió del auto. Después de despedirse de él con un movimiento de su mano, y de tomar una profunda bocanada de aire, se encaminó hacia las enormes puertas de hierro, donde un guardia de seguridad vigilaba la entrada.

El hombre, después de dirigirle una mirada extraña de pies a cabeza, abrió una puerta más pequeña que había en medio de la enorme puerta corrediza, y la dejó entrar.

En el pórtico de entrada no había nadie, por lo que se sintió un poco más tranquila. En la recepción, una señora mayor de sonrisa fácil y cara amigable, le dio la bienvenida y le indicó en cual aula tenia clases y cuáles eran las oficinas administrativas. Luego la instó a que diera una vuelta por los alrededores hasta que tocaran la campana para ir a la primera clase.

Después de agradecerle a la amable mujer, se acomodó su mochila en el hombro y se adentró en la escuela.

Todo estaba extrañamente tranquilo y silencioso, y ella pensó que se debía al hecho de que la oficina de la directora estaba en una zona en la que era fácil saber si se armaba algún alboroto en las aulas. No estaba en un área céntrica ni mucho menos, pero estaba lo suficientemente expuesta como para que los alumnos y profesores pudieran llegar rápidamente a ella.

Contrario a otras escuelas que tenían el edificio administrativo aparte de los edificios donde estaban las aulas, la escuela San Juan de Ávila tenía todos los edificios juntos, unidos por una serie de largos pasillos de muros bajos. Los edificios eran de dos pisos cada uno, y entre cada uno de ellos había un hermoso y cuidado jardín. Todos ellos, excepto la parte de la escuela que tenía las oficinas administrativas (que, junto al comedor y el salón de actos, era la única parte de un solo piso) llevaban al patio.

Ella, mientras se dirigía al aula que la recepcionista le había indicado, pudo ver partes del patio, como el enorme comedor-cafetería y la cancha de vóleibol. También miraba con interés los pequeños jardines que separaban los edificios, y los letreros que había en los tablones de anuncios de cada edificio.

Tan concentrada estaba en su inspección que no se fijó en un joven que salía con ímpetu y a toda prisa de uno de los tantos pasillos circundantes, terminando en el suelo debido a su descuido. Él, alto, atlético, de largo cabello oscuro recogido en una semi-coleta de caballo algo desaliñada, la miró desde su posición como si fuese un bicho que hubiese ensuciado el parabrisas de su auto nuevo.

—Fíjate por donde andas, momia. —le espetó, mientras se sacudía su impoluto uniforme.

—Lo-lo siento— le dijo, mientras se ponía de pie— Es-es que no-no lo vi.

—Pues mas te vale que empieces a ver, chica-momia, porque la próxima vez que te vea te va a ir muy mal.

Y sin decir o hacer nada mas, se fue.

Giselle, algo adolorida por el golpe que se había dado en el brazo al caer, tomó su mochila del suelo y, después de sacudirse la ropa, se encaminó hacia su aula. Ya se le habían quitado las ganas de seguir inspeccionado la escuela. Ya tendría tiempo para verla completa.

Pasados cinco minutos, y después de subir y bajar unas cuantas escaleras, llegó al aula 38. Como esperaba, el lugar estaba vació, por lo que no tuvo que soportar las miradas curiosas que siempre acarreaba cuando llegaba a un curso nuevo. Con un suspiro de alivio, dejó su mochila en una de las mesas que estaban cerca de la puerta y, después de tomar el libro de historia antigua, salió del aula para sentarse en uno de los bancos de metal que había visto al final del pasillo central.

Ella agradecía el hecho de que la escuela tenía muchos espacios abiertos, que tenían una muy buena vista de los alrededores. Desde el segundo piso del edificio cinco (que era donde se encontraba su aula), ella tenía una vista completa del patio, lo cual le encantó. Además de eso, el colegio era un lugar totalmente fresco y perfectamente iluminado, como una cabaña en la playa. No importaba el lugar en el que encontrases, siempre te sentirías a gusto allí.

Sintiéndose extrañamente relajada, se sentó en el frio y reluciente suelo, se apoyó en la pared más cercana y se dispuso a leer. No es que tuviese mucho tiempo, pero quería aprovechar el rato libre que tenia para terminar de leer el capitulo que había dejado a medias la noche anterior.


***


— ¿Vas a explicarnos ahora por qué llegaste tarde, Damián?— preguntó Susan, cuando salieron del salón de actos. Su amigo ignoró por completo la pregunta, como si el hecho de hablar sobre lo que había pasado le aburriese.

—Ya deja de acosarlo, Sue. ¿No ves que está molesto?— alegó otro chico, mientras le pasaba un brazo por los hombros a la chica.

Los tres, chicos altos y atractivos, caminaban por los pasillos de la escuela como si fuesen los dueños del mundo, sin siquiera detenerse a darle una hojeada a las personas a su alrededor. Personas que, como era de esperarse en estos casos, los idolatraban. Algunos, incluso, los amaban en silencio. Algo muy típico de las escuelas de este tipo.

Ellos eran parte de uno de los dos grupos de personas populares de la escuela. Pero eran, sobre el otro, el más popular y codiciado. Todos querían ser sus amigos, todos querían recibir el más mínimo gesto por parte de ellos. Todos querían ser como ellos.

El grupo lo conformaban Damián, quien era uno de los mejores actores jóvenes con los que contaba el país. El segundo miembro del grupo era Alex, quien era uno de los más codiciados modelos de revista y pasarela del país. Junto a él estaba Susan, su atractiva novia, que también era una codiciada modelo de pasarela. Y por ultimo estaba Ángel, el más atractivo y perseguido de los cuatro, el cual era el cantante y líder de una banda.

Todos ellos se conocían desde que eran pequeños, y habían sido los líderes de todas las escuelas a las que habían asistido (juntos, porque no solían separarse). En San Juan de Ávila, no era la excepción.

— ¿Quién ha dicho que estoy molesto? — cuestionó, tratando de que su voz no denotase que en realidad sí estaba un poco molesto.

—Nadie. Pero es bastante obvio, amigo mío. Digo, yo también estaría molesto si tuviese a una horda de chicas ansiosas detrás de mí todo el día.

—Tienes una horda de chicas detrás de ti todo el día, cariño— le dijo su novia, como si esa fuese la cosa más normal del mundo. Alex sonrió.

—Sí, es cierto. Pero, contrario a Damián, yo ya estoy acostumbrado a ellas.

—No estoy molesto, ¿vale? Y no tiene nada que ver con ninguna chica. —Se detuvo a mitad de la escalera y se dio la vuelta para mirar a sus amigos— Y ya dejen de preguntar y dedíquense a intercambiar saliva, como suelen hacer siempre.

—Alguien está susceptible, además de molesto— murmuró Alex, con una risita— Oye, Damián, no digas esas cosas. ¿Qué pensarán los demás de nosotros?

—Como si les importara.

Cuando llegó al segundo piso, aceleró el paso y se encaminó hacia su aula. Quería llegar antes de que todos los estudiantes lo hicieran, para evitarse los gritos y cuchicheos en el pasillo. Realmente odiaba cuando eso pasaba. Giró la cabeza para ver si sus amigos lo seguían, y descubrió con placer que le habían hecho caso. Bien, eso significaba unos minutos de paz extra antes de que llegase el profesor al aula.

Pero no logró esa paz que tanto ansiaba porque cuando se disponía a doblar una esquina para ir al pasillo donde se encontraba su aula, volvió a chocar con alguien, haciendo que esta vez él terminase también en el suelo.

— ¿Qué demo…?— preguntó, azorado.

La única respuesta que obtuvo a su inconclusa pregunta fue un quejido, proveniente de la persona con la que había chocado. Y, para mala suerte, había sido con la misma chica con la que había chocado hacia poco más de media hora.
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