Titulo: Dos caras
Fandom: La Premonición
Claim: Anne Foster
Palabras: 897 palabras.
Notas: esta es la primera vez que escribo algo como esto. Está raro, algo sadico y todo lo demás, pero fue lo que salió. Espero sus comentarios, sugerencias, quejas, criticas y tomatazos (espero que estos ultimos no sean tan fuertes xD). Participa en el dekasem.
Sola. Atrapada. Encerrada entre esas altas paredes de concreto. Atizada por un frío que le carcomía hasta los huesos.
Oscuridad. Oscuridad y unos pocos muebles la rodeaban y al mismo tiempo se burlaban de su condición, de su soledad.
Pobre criatura, que fuiste relegada a un frío y mugriento rincón porque nadie te quería a su lado. Pobre criatura indefensa, olvidada y humillada por tu condición de terrana.
El silencio, que era a veces roto por el golpeteo de la lluvia en el techo y las ventanas; por el crujir de los árboles al mecerse de un lado al otro por el fuerte viento; por los acelerados latidos de su lastimado corazón; la rodeaban como una espesa neblina, mareándola, aturdiéndola.
Y el dolor, ese maldito y despiadado dolor, se apoderaba de su ser recorriendo cada rincón de su cuerpo como si fuese una planta trepadora, una mancha de tinta que se esparcía por la blanca tela del mantel.
Tenia frío y estaba cansada. Estaba sola y deprimida. Hastiada de vivir esa patética vida. Cansada de aguantar humillaciones y malos tratos. Estaba cansada de vivir. Cansada de ver su demacrado reflejo en el espejo. Cansada de llorar, de sufrir, de amar sin ser correspondida.
Estaba cansada, agotada, y por eso no impidió que las lágrimas rodaran libres por sus mejillas. Quizás esas lágrimas, las últimas que derramaría en su vida, lograrían limpiar y borrar el dolor de su corazón. Quizás lograrían arrastrar consigo el tormento de su alma. Quizás abogarían por ella ante Dios para que la perdonase.
Levantó el rostro y vio nuevamente su reflejo en el espejo. Esbozó una pequeña sonrisa, lo que le confirió a su rostro un aspecto demente. Quería ver su rostro todo el tiempo, quizás como una medida para infundirse valor. O quizás como recordatorio de por qué hacía eso.
Levantó la mano derecha en donde tenía las tijeras y la llevó a la altura de su cabeza. Con ayuda de su mano libre, cortó de raíz su alta cola de caballo. Vio a través del espejo (porque estaba decidida a no dejar de mirarlo) cómo sus largos cabellos caían al suelo, casi en cámara lenta.
“Tienes el cabello más hermoso que hubiese visto, Anne”.
Volvió a levantar la vista hasta su rostro, para ver el tormento que mostraban sus ojos. Cuántas frases como esa no había escuchado a lo largo de su vida. Cuántos pares de ojos no la habían mirado con fascinación y curiosidad. Cuántas personas no habían mirado sus ojos fijamente, deseando perderse en sus brillantes pupilas azules, tan brillantes y azules como el mar visto desde una playa paradisíaca.
La gente se había acercado a ella por curiosidad. Por ser la novedad en una escuela plagada de gente común y sin gracia. Por ser bonita. Nadie nunca había sentido verdadero afecto por ella. No había tenido amigas de verdad porque éstas la envidiaban por ser más bonita que ellas.
Juliette, su supuesta mejor amiga, sólo había estado a su lado porque eso la convertía en el blanco de miradas. Y a ella le encantaba ser el centro de atención (contrario a Anne), en especial de los hombres.
Estaba sola y siempre lo había estado.
Sin dudarlo ni un segundo, hizo dos limpios y rápidos cortes, uno en cada mejilla. La sangre corría por su rostro, uniéndose con las lágrimas en ese extraño recorrido hacia el suelo. El dolor de su alma y el de sus heridas mezclándose, fundiéndose, cayendo al suelo en gruesos goterones carmesí junto con estas.
Ella reía por su hazaña, aunque su reflejo en el espejo lloraba y se retorcía de dolor.
“Eres tan hermosa, Anne...”.
Ya nadie la consideraría hermosa. Nunca más. Ya nadie se acercaría a ella buscando ser más popular. Ya nadie se acercaría a ella por interés.
Pero aún así, se sentía mal. Se sentía desdichada; y la muchacha en el espejo era una clara muestra de ello. Esos simples cortes no la ayudarían a ser feliz. Ya nada lo haría.
Entonces lo supo. Ella no tenía derecho a ser feliz. No había nacido bendecida. Había estado toda su vida luchando por un imposible. Había estado buscando una quimera. Había estado sufriendo y padeciendo por nada.
“Ella no debería estar aquí”
“No vales nada”
“Debería estar muerta”
“Muerta”
“¡Muerta!”
Esas palabras, ecos silenciosos que salían de su cabeza y parecían retumbar en las paredes, la golpeaban por todos lados, aferrándose fuertemente a sus brazos y empujándola a cortar lenta y profundamente sus muñecas.
La sangre se deslizaba hacia el suelo, haciendo puente en sus dedos. La tijera había hecho lo mismo segundos antes, cuando sus brazos cayeron inertes a sus costados. Se sentía débil y cansada, pero, por alguna extraña razón, se sentía bien. Relajada, como si todo su dolor se escurriese de su cuerpo con cada gota de sangre.
Antes de quedarse sin fuerzas y caer al suelo, donde la sangre y sus rojos cabellos le hacían alfombra, pudo ver a la muchacha en el espejo. Estaba hermosa, resplandeciente, y en vez de caer como ella lo hacía, parecía flotar, envuelta en un calido y hermoso resplandor. Ya nada podía herirla. Ya nadie jugaría con ella. Ya las cosas mundanas no la afectarían. Ahora era libre. Ahora ella era feliz.
Y en sus últimos momentos, sintió envidia de ella. De la muchacha en el espejo. De su propio reflejo.
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Gracias Amelie por el beteo *la estruja*
Fandom: La Premonición
Claim: Anne Foster
Palabras: 897 palabras.
Notas: esta es la primera vez que escribo algo como esto. Está raro, algo sadico y todo lo demás, pero fue lo que salió. Espero sus comentarios, sugerencias, quejas, criticas y tomatazos (espero que estos ultimos no sean tan fuertes xD). Participa en el dekasem.
Sola. Atrapada. Encerrada entre esas altas paredes de concreto. Atizada por un frío que le carcomía hasta los huesos.
Oscuridad. Oscuridad y unos pocos muebles la rodeaban y al mismo tiempo se burlaban de su condición, de su soledad.
Pobre criatura, que fuiste relegada a un frío y mugriento rincón porque nadie te quería a su lado. Pobre criatura indefensa, olvidada y humillada por tu condición de terrana.
El silencio, que era a veces roto por el golpeteo de la lluvia en el techo y las ventanas; por el crujir de los árboles al mecerse de un lado al otro por el fuerte viento; por los acelerados latidos de su lastimado corazón; la rodeaban como una espesa neblina, mareándola, aturdiéndola.
Y el dolor, ese maldito y despiadado dolor, se apoderaba de su ser recorriendo cada rincón de su cuerpo como si fuese una planta trepadora, una mancha de tinta que se esparcía por la blanca tela del mantel.
Tenia frío y estaba cansada. Estaba sola y deprimida. Hastiada de vivir esa patética vida. Cansada de aguantar humillaciones y malos tratos. Estaba cansada de vivir. Cansada de ver su demacrado reflejo en el espejo. Cansada de llorar, de sufrir, de amar sin ser correspondida.
Estaba cansada, agotada, y por eso no impidió que las lágrimas rodaran libres por sus mejillas. Quizás esas lágrimas, las últimas que derramaría en su vida, lograrían limpiar y borrar el dolor de su corazón. Quizás lograrían arrastrar consigo el tormento de su alma. Quizás abogarían por ella ante Dios para que la perdonase.
Levantó el rostro y vio nuevamente su reflejo en el espejo. Esbozó una pequeña sonrisa, lo que le confirió a su rostro un aspecto demente. Quería ver su rostro todo el tiempo, quizás como una medida para infundirse valor. O quizás como recordatorio de por qué hacía eso.
Levantó la mano derecha en donde tenía las tijeras y la llevó a la altura de su cabeza. Con ayuda de su mano libre, cortó de raíz su alta cola de caballo. Vio a través del espejo (porque estaba decidida a no dejar de mirarlo) cómo sus largos cabellos caían al suelo, casi en cámara lenta.
“Tienes el cabello más hermoso que hubiese visto, Anne”.
Volvió a levantar la vista hasta su rostro, para ver el tormento que mostraban sus ojos. Cuántas frases como esa no había escuchado a lo largo de su vida. Cuántos pares de ojos no la habían mirado con fascinación y curiosidad. Cuántas personas no habían mirado sus ojos fijamente, deseando perderse en sus brillantes pupilas azules, tan brillantes y azules como el mar visto desde una playa paradisíaca.
La gente se había acercado a ella por curiosidad. Por ser la novedad en una escuela plagada de gente común y sin gracia. Por ser bonita. Nadie nunca había sentido verdadero afecto por ella. No había tenido amigas de verdad porque éstas la envidiaban por ser más bonita que ellas.
Juliette, su supuesta mejor amiga, sólo había estado a su lado porque eso la convertía en el blanco de miradas. Y a ella le encantaba ser el centro de atención (contrario a Anne), en especial de los hombres.
Estaba sola y siempre lo había estado.
Sin dudarlo ni un segundo, hizo dos limpios y rápidos cortes, uno en cada mejilla. La sangre corría por su rostro, uniéndose con las lágrimas en ese extraño recorrido hacia el suelo. El dolor de su alma y el de sus heridas mezclándose, fundiéndose, cayendo al suelo en gruesos goterones carmesí junto con estas.
Ella reía por su hazaña, aunque su reflejo en el espejo lloraba y se retorcía de dolor.
“Eres tan hermosa, Anne...”.
Ya nadie la consideraría hermosa. Nunca más. Ya nadie se acercaría a ella buscando ser más popular. Ya nadie se acercaría a ella por interés.
Pero aún así, se sentía mal. Se sentía desdichada; y la muchacha en el espejo era una clara muestra de ello. Esos simples cortes no la ayudarían a ser feliz. Ya nada lo haría.
Entonces lo supo. Ella no tenía derecho a ser feliz. No había nacido bendecida. Había estado toda su vida luchando por un imposible. Había estado buscando una quimera. Había estado sufriendo y padeciendo por nada.
“Ella no debería estar aquí”
“No vales nada”
“Debería estar muerta”
“Muerta”
“¡Muerta!”
Esas palabras, ecos silenciosos que salían de su cabeza y parecían retumbar en las paredes, la golpeaban por todos lados, aferrándose fuertemente a sus brazos y empujándola a cortar lenta y profundamente sus muñecas.
La sangre se deslizaba hacia el suelo, haciendo puente en sus dedos. La tijera había hecho lo mismo segundos antes, cuando sus brazos cayeron inertes a sus costados. Se sentía débil y cansada, pero, por alguna extraña razón, se sentía bien. Relajada, como si todo su dolor se escurriese de su cuerpo con cada gota de sangre.
Antes de quedarse sin fuerzas y caer al suelo, donde la sangre y sus rojos cabellos le hacían alfombra, pudo ver a la muchacha en el espejo. Estaba hermosa, resplandeciente, y en vez de caer como ella lo hacía, parecía flotar, envuelta en un calido y hermoso resplandor. Ya nada podía herirla. Ya nadie jugaría con ella. Ya las cosas mundanas no la afectarían. Ahora era libre. Ahora ella era feliz.
Y en sus últimos momentos, sintió envidia de ella. De la muchacha en el espejo. De su propio reflejo.
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Gracias Amelie por el beteo *la estruja*
Lo adoré~
Siempre he amado la sangre y este relato la contiene en su punto exacto *w*
No lo ´se, casi tiemblo en los últimos cuatro párrafos. Amé la última frase.
Quiero leer más de tus historias.
No puedo creer que esto haya gustado, de verdad. Yo sigo encontrandolo... raro xD Pero, los lectores son los que saben ^^
Gracias por pasar y por comentar, guapura (?). Espero verte por aquí pronto xD
Besos.