Titulo: De Caza
Fandom: La Premonición
Palabras: 2423
Claim: Mi adorada Anne Foster. Un personaje que tendrán que amar. Luke Brown. Adrian Nightingale
Comentario: Aun me cuesta escribir sobre esto a pesar de que tengo miles de ideas revoloteando en mi cabeza como mariposas en una pradera. O como las moscas que aparecen después de la lluvia. Molestas ideas que mis amadas musas (o tal vez es una sola musa hiperactiva) me piden a gritos que atrape con mis cansadas manos. XP ¿Poético? Que va. Es solo que estoy algo aburrida.
En fin, tratare de hacer lo mejor que pueda, y espero que ustedes disfruten de lo que con tanto trabajo salió de mi cabecita.
Besos.
PD: todos los personajes y todo lo referente a esta historia me pertenecen. Si ves esto en algún sitio, me gustaría que me lo dijeras. Gracias.
Corría por el campo por primera vez en mucho tiempo. Por fin la habían dejado salir de la prisión en la que la habían mantenido durante tanto tiempo y que tenían la osadía de llamar casa. Vamos, eso no era un hogar por más que te esforzaras en creer que lo era. Ellos sabían que por más que se lo repitieran ella no iba a creerlo y tampoco iba a dejar de sentir ganas de salir y sentir la fría brisa nocturna acariciando su piel, pero igual lo hacían, tal vez para molestarla, quien sabe.
Ella había pataleado, gritado, amenazado de muerte a muchas personas y después de colmarle la paciencia a más de uno, logró que la dejaran salir. Sabía que algo se traían entre manos pero igual no le importaba. Estaba afuera, era libre (medianamente libre, pero libre al fin).
Llegó a un campo acompañada de uno de los molestos guardias que no le quitaba un ojo de encima. Tal vez pensaban que todo eso de querer salir a tomar aire no era más que un plan para escaparse. Que pocos confiados eran esos hombres del reino. Ella no quería huir, porque sabía que no tenía ningún lugar a donde ir. Así que la idea de pasarse los días y las noches vagando por el Hellaven no se le antojaba muy atractiva. Era mucho más divertido y beneficioso para ella permanecer dentro del castillo, molestando a los guardias.
—Hey, tu. ¿Podrías dejar de seguirme? Necesito privacidad.
—Si, claro.
—Si no lo haces, juro que te morderé— le dijo seria, poniendo su más terrorífica expresión facial.
El guardia pareció reconsiderar las posibilidades de ganar en un enfrentamiento con la chica y al caer en la cuenta de que perdería al primer golpe suyo, pensó que lo mejor era hacerle caso. Esa mujer era de temer, él lo sabía muy bien.
—Está bien. Pero que no se te ocurra escapar porque te las veras negras— ella le sonrió y casi dando saltos de alegría vio como el hombre se daba la vuelta para volver al castillo.
El hecho de que él hiciera eso no significaba que no tendría a toda la guardia pendiente de cada cosa que hiciera. Solo significaba que no tendría a una persona pisándole los talones.
Ya sola en medio del bosque, empezó a caminar por los alrededores, conociendo la zona; recordando como había acabado así, porque todo había comenzado justo en ese bosque hacía unos meses. Había ido al castillo a salvar a Edna y en el camino se había topado con la única persona en todo el Hellaven que le provocaba un terror tan grande capaz de hacerla gritar y desfallecer en el acto; era el hombre que la había llevado a ese mundo por error. Un hombre cuya belleza sobrepasaba los limites de lo real, de lo humanamente posible.
Pero toda esa perfección y belleza que lo rodeaba no le impidió que la atacara y la convirtiera en lo que ahora era. Una especie de monstruo detestable al que todos le tenían miedo aunque no lo quisieran aparentar. Algunos decían “es solo una chica. ¿Qué podría hacernos?” pero cuando estaba en su etapa de transición descubrieron que la pobre chica indefensa era capaz de acabar con todos los guardias del castillo de un solo golpe. Si no hubiese sido por el príncipe, en esos momentos el Hellaven estaría reclutando nuevos guardias.
Sacudió su cabeza tratando de que esos pensamientos desaparecieran y siguió caminando por el bosque, con la brillante y enorme luna plateada alumbrando su camino. Caminó sin rumbo fijo, deteniéndose algunas veces al escuchar el ruido que producían los escurridizos animales del bosque, hasta que llegó a una parte del bosque que estaba bloqueada. Ella no recordaba haber visitado ese sitio nunca, y eso que había ido a muchos sitios en compañía del Equipo de Limpieza.
Los árboles en esta zona eran más bajos que en los alrededores del castillo, y había menos espacio entre ellos. Formaban una cerrada muralla que parecía proteger algo importante. Muerta de curiosidad, se acercó para averiguar que era lo que se encontraba allí. Al darse cuenta de que el espacio entre los árboles era demasiado estrecho para que ella pudiera pasar, trepó el árbol hasta llegar a una de las ramas más altas y de un salto se lanzó hacia el otro lado, cayendo sin provocarse el más mínimo daño. Sonrió. Pero este gesto le duró muy poco.
Un olor fuerte, claro, delicioso, llegó hasta ella mareándola, haciéndola perder el sentido de las cosas. La aún incontrolable bestia que llevaba dentro se agitó y rompió las cadenas que la ataban, dominando el cuerpo de la chica. Ya no era la tranquila Anne que había ido a dar un paseo por el bosque, ahora era una feroz depredadora capaz de acabar con todo y con todos si no la detenían a tiempo. Y todo por culpa del olor de la sangre de un terrano.
Caminó por el bosque, siendo guiada por su poderoso sentido del olfato, tratando de hacer el menor ruido posible para sorprender a su presa. Trepó árboles, arrancó de un tirón algunos arbustos que le estorbaban hasta que llegó a la linde del bosque. Estaba oscuro en esta parte del Hellaven, por lo que tenía ventaja.
Siguió caminando, extasiada porque el olor a sangre era cada vez más fuerte. A muy pocos metros de distancia estaba su objetivo, podía sentirlo. Y ahora que estaba más cerca, pudo percibir otro aroma, mucho más débil y menos delicioso, pero que le resultaba altamente atractivo. Se olvidó del humano, ese ya no era su objetivo. Su meta ahora era el hellaveniano que lo acompañaba.
Se acercó lenta y sigilosamente hasta el lugar en el que el hellaveniano (que era del Equipo de Limpieza) realizaba su trabajo con suma concentración. Trepó un árbol, mucho más alto que el anterior, y fue saltando de rama en rama hasta llegar a uno que estuviera más cerca de él. Cuando vio su rostro todo dentro de ella se agitó. La ansiedad, expectación y deseo que sentía en esos momentos se duplicó haciéndola gruñir. Era doloroso sentirse así, pero esa sensación desaparecería cuando lo tuviera entre sus pequeños brazos y mordiera su frágil cuello. ¡Oh, cuánto lo deseaba!
De un saltó se bajó del árbol y cayó muy cerca de él, sobresaltándolo. La expresión de su rostro al verla fue de puro pánico y sorpresa, por lo que retrocedió unos cuantos pasos.
“Esa no podía ser ella. Esa no era ella”, se decía una y otra vez como si de esa forma pudiese convencerse de que era cierto. Pero sabía que no lo lograría. Esa mujer de brillantes ojos rojos y largos y filosos colmillos era Anne, su Anne. Y ella ahora quería atacarlo. Devorarlo como si fuese un animal salvaje y él, su presa.
Se dio la vuelta y salió corriendo rumbo a su casa, que era el único lugar seguro que conocía. Estaba demasiado nervioso, asustado y anonadado como para aparecerse, pero por suerte su casa estaba cerca. Ella corría detrás de él, saltando de rama en rama algunas veces, pero siempre detrás de él. Era rápida, mucho, pero por suerte no más que él.
Llegó a la casa e inmediatamente se encerró en ella, poniendo todos los seguros y hechizos de protección que conocía. Si se hubiese concentrado solo en los seguros de la puerta, hubiese perdido la batalla. Ella era lo suficientemente fuerte como para derribar la puerta de una sola patada. Pero los hechizos, en especial el de fuego, eran realmente efectivos y poderosos. Los seres como ella —porque no se atrevía a llamarla monstruo— odiaban el fuego.
Ella aulló como un animal herido cuando se quemó al tratar de acercarse a la casa. El escudo de fuego era invisible, por eso no lo había visto. Siguió gritando y gruñendo, esta vez de furia, al descubrir que su presa, esa que tanto ansiaba tener, se había escapado de entre sus dedos y que, por más que tratase, no podría conseguirla. Por lo menos no de esa forma.
Ella, ahora que era una hellaveniana, podía hacer cualquier tipo de magia. Pero como no era Anne la que estaba actuando, sino la bestia, no podía recurrir a la magia porque no estaba actuando como un ser racional, sino como un animal. Si ella hubiese estado en pleno uso de sus facultades, hubiese conjurado un escudo, cruzado la barrera de fuego y entrado a la casa sin problemas. Pero no podía, y Luke le daba gracias a todos los seres mágicos de ese mundo porque eso era así.
El quejido de dolor que salió de la boca de la chica al tratar de traspasar la barrera nuevamente, alertó a los guardias, los cuales salieron corriendo en su búsqueda. Cuando se había transformado, le habína perdido la pista, pero al escucharla, habían podido localizarla sin problemas.
Los guardias al tratar de salir a buscarla, chocaron con una barrera invisible que los lanzó varios metros hacia atrás. Sin saber muy bien que había pasado, se pusieron de pie, y los que estaban más atrás pudieron ver a la figura que había creado el escudo y había impedido que ellos salieran; era el príncipe.
Inmediatamente cayeron en la cuenta de que era él, hicieron una profunda reverencia que duró hasta que él atravesó la barrera y despareció frente al castillo. Todos sabían para que había salido. Él pretendía solucionar las cosas, a su manera, por su puesto.
Adrián se apareció justo en el lugar en el que Anne golpeaba una y otra vez la barrera, hiriéndose. Sin perder el tiempo, se acercó a ella y la tomó por la cintura, tirando de ella hacia atrás. Luke veía todo desde la ventana de su casa.
Con profundo horror vio como Anne se retorcía y luchaba para tratar de soltarse y llegar a él. Vio como gruñía y le enseñaba los dientes, a él, porque ella sabía que él la estaba mirando a través de la ventana. Y por ultimo, vio como el príncipe, con solo susurrarle algo al oído, había logrado calmarla.
Anne, o la bestia (Luke ya no sabia cual de las dos era) se dio la vuelta para quedar frente a Adrian. Con manos temblorosas debido a la ansiedad, tomó una de las manos del príncipe y se la llevó a la boca, para morderla y así saciar la dolorosa sed que la consumía. Ese gesto le pareció algo demasiado intimo y a la vez demasiado repugnante, pero no podía dejar de ver; estaba aterrado, tanto, que sus piernas no le respondían a la orden de moverse, de alejarse de esa ventana.
Cuando Anne soltó la mano del príncipe pensó que ya toda esa pesadilla había acabado, pero no era así. Ella, con una rapidez sorprendente, se apoderó de su cuello y lo mordió con voracidad, succionando, lamiendo, tomando de su sangre como si eso fuese la cosa más maravillosa del mundo. Luke sintió asco y si por algún momento pensó que Anne podría volver a ser la misma de antes alguna vez, perdió las esperanzas con solo ver esa escena.
También se fijó en algo realmente importante: el príncipe lo miraba y la expresión de su rostro demostraba que realmente estaba disfrutando al verlo sufrir de esa manera. Sin quitar esa maligna sonrisa de su rostro, separó a la chica de sí, le susurró algo al oido, y le señaló el lugar en el que él estaba. Luego chasqueó los dedos y con un movimiento de su mano la instó para que se acercara. Ella dudó unos instantes, pero al ver que él seguía insistiéndole y le prometía que le iba a dar más sangre si lo hacía, se acercó.
Ella alargó la mano para cerciorarse de que la barrera de fuego ya no estaba ahí; su mano atravesó el espacio sin problemas. Sonrió complacida, enseñando los colmillos en el acto. Siguió caminando, esta vez más deprisa, y se acercó a la ventana. Luke estaba estático, más horrorizado que antes al ver que la chica había atravesado la barrera sin problemas y que ahora estaba cerca de él, a punto de matarlo. Pero Anne no hizo eso.
Ella solo se limitó a acercarse a la ventana y a poner sus manos en el mismo lugar en el que estaban las de él al otro lado del cristal. Lo miraba fijamente, con esos diabólicos ojos rojos que él tanto odiaba y lo aterraban, tratando de adivinar quien o qué era él. Parecía confundida, pero a medida que el color de sus ojos iba pasando del rojo al azul, la expresión de su rostro iba a cambiando, dejando atrás de confusión para pasar a la sorpresa y al desconcierto.
La bestia, satisfecha ya, había vuelto a su celda, dejando solo a una muy desconcertada Anne frente a la casa. No entendía por qué estaba en ese lugar, cómo había llegado ahí, ni el hecho de que Luke la mirara con tanto espanto y rechazo. Se miró las manos y al verlas llenas de sangre comprendió que había hecho algo terriblemente malo.
Quiso hablarle, explicarse, pedirle perdón por lo que había hecho —aunque no sabía como iba a hacerlo—. Quería hacer algo, lo que fuese, con tal de que él quitara esa fea expresión de su hermoso rostro. Adrian se acercó a ella y le puso una mano sobre el hombro, diciéndole que tenían que volver ya al castillo. Ella no quería irse, no sin antes explicarse; pero al parecer Luke no quería escuchar sus razones ni seguir viéndola. ¡Había estado a punto de matarlo! Era lo menos que él podía hacer.
Él, ya más tranquilo y por fin dueño de sus actos, empezó a dar pasos hacia atrás, para alejarse de esa ventana. Ella golpeaba el cristal, como si de esa forma pudiera impedir que él se alejara de ella. Él seguía retrocediendo, alejándose de ella, poniendo una muralla entre los dos.
Al final, Anne dejó de golpear el cristal, resignada ante la idea de que él ya no quería saber nada de ella. Lo había herido, eso estaba más que claro. Y después que se llegaba al extremo de lastimar a un ser amado, cualquier cosa podría pasar.
Sintiendo como el cansancio y el dolor hacían mella en su cuerpo, se puso de pie y tomó la mano que Adrian le tendía. Ahora lo tenia a él y aunque le doliese pensarlo, no podía ni debía preocuparse por nadie más. Y eso incluía a Luke.
Fandom: La Premonición
Palabras: 2423
Claim: Mi adorada Anne Foster. Un personaje que tendrán que amar. Luke Brown. Adrian Nightingale
Comentario: Aun me cuesta escribir sobre esto a pesar de que tengo miles de ideas revoloteando en mi cabeza como mariposas en una pradera. O como las moscas que aparecen después de la lluvia. Molestas ideas que mis amadas musas (o tal vez es una sola musa hiperactiva) me piden a gritos que atrape con mis cansadas manos. XP ¿Poético? Que va. Es solo que estoy algo aburrida.
En fin, tratare de hacer lo mejor que pueda, y espero que ustedes disfruten de lo que con tanto trabajo salió de mi cabecita.
Besos.
PD: todos los personajes y todo lo referente a esta historia me pertenecen. Si ves esto en algún sitio, me gustaría que me lo dijeras. Gracias.
Corría por el campo por primera vez en mucho tiempo. Por fin la habían dejado salir de la prisión en la que la habían mantenido durante tanto tiempo y que tenían la osadía de llamar casa. Vamos, eso no era un hogar por más que te esforzaras en creer que lo era. Ellos sabían que por más que se lo repitieran ella no iba a creerlo y tampoco iba a dejar de sentir ganas de salir y sentir la fría brisa nocturna acariciando su piel, pero igual lo hacían, tal vez para molestarla, quien sabe.
Ella había pataleado, gritado, amenazado de muerte a muchas personas y después de colmarle la paciencia a más de uno, logró que la dejaran salir. Sabía que algo se traían entre manos pero igual no le importaba. Estaba afuera, era libre (medianamente libre, pero libre al fin).
Llegó a un campo acompañada de uno de los molestos guardias que no le quitaba un ojo de encima. Tal vez pensaban que todo eso de querer salir a tomar aire no era más que un plan para escaparse. Que pocos confiados eran esos hombres del reino. Ella no quería huir, porque sabía que no tenía ningún lugar a donde ir. Así que la idea de pasarse los días y las noches vagando por el Hellaven no se le antojaba muy atractiva. Era mucho más divertido y beneficioso para ella permanecer dentro del castillo, molestando a los guardias.
—Hey, tu. ¿Podrías dejar de seguirme? Necesito privacidad.
—Si, claro.
—Si no lo haces, juro que te morderé— le dijo seria, poniendo su más terrorífica expresión facial.
El guardia pareció reconsiderar las posibilidades de ganar en un enfrentamiento con la chica y al caer en la cuenta de que perdería al primer golpe suyo, pensó que lo mejor era hacerle caso. Esa mujer era de temer, él lo sabía muy bien.
—Está bien. Pero que no se te ocurra escapar porque te las veras negras— ella le sonrió y casi dando saltos de alegría vio como el hombre se daba la vuelta para volver al castillo.
El hecho de que él hiciera eso no significaba que no tendría a toda la guardia pendiente de cada cosa que hiciera. Solo significaba que no tendría a una persona pisándole los talones.
Ya sola en medio del bosque, empezó a caminar por los alrededores, conociendo la zona; recordando como había acabado así, porque todo había comenzado justo en ese bosque hacía unos meses. Había ido al castillo a salvar a Edna y en el camino se había topado con la única persona en todo el Hellaven que le provocaba un terror tan grande capaz de hacerla gritar y desfallecer en el acto; era el hombre que la había llevado a ese mundo por error. Un hombre cuya belleza sobrepasaba los limites de lo real, de lo humanamente posible.
Pero toda esa perfección y belleza que lo rodeaba no le impidió que la atacara y la convirtiera en lo que ahora era. Una especie de monstruo detestable al que todos le tenían miedo aunque no lo quisieran aparentar. Algunos decían “es solo una chica. ¿Qué podría hacernos?” pero cuando estaba en su etapa de transición descubrieron que la pobre chica indefensa era capaz de acabar con todos los guardias del castillo de un solo golpe. Si no hubiese sido por el príncipe, en esos momentos el Hellaven estaría reclutando nuevos guardias.
Sacudió su cabeza tratando de que esos pensamientos desaparecieran y siguió caminando por el bosque, con la brillante y enorme luna plateada alumbrando su camino. Caminó sin rumbo fijo, deteniéndose algunas veces al escuchar el ruido que producían los escurridizos animales del bosque, hasta que llegó a una parte del bosque que estaba bloqueada. Ella no recordaba haber visitado ese sitio nunca, y eso que había ido a muchos sitios en compañía del Equipo de Limpieza.
Los árboles en esta zona eran más bajos que en los alrededores del castillo, y había menos espacio entre ellos. Formaban una cerrada muralla que parecía proteger algo importante. Muerta de curiosidad, se acercó para averiguar que era lo que se encontraba allí. Al darse cuenta de que el espacio entre los árboles era demasiado estrecho para que ella pudiera pasar, trepó el árbol hasta llegar a una de las ramas más altas y de un salto se lanzó hacia el otro lado, cayendo sin provocarse el más mínimo daño. Sonrió. Pero este gesto le duró muy poco.
Un olor fuerte, claro, delicioso, llegó hasta ella mareándola, haciéndola perder el sentido de las cosas. La aún incontrolable bestia que llevaba dentro se agitó y rompió las cadenas que la ataban, dominando el cuerpo de la chica. Ya no era la tranquila Anne que había ido a dar un paseo por el bosque, ahora era una feroz depredadora capaz de acabar con todo y con todos si no la detenían a tiempo. Y todo por culpa del olor de la sangre de un terrano.
Caminó por el bosque, siendo guiada por su poderoso sentido del olfato, tratando de hacer el menor ruido posible para sorprender a su presa. Trepó árboles, arrancó de un tirón algunos arbustos que le estorbaban hasta que llegó a la linde del bosque. Estaba oscuro en esta parte del Hellaven, por lo que tenía ventaja.
Siguió caminando, extasiada porque el olor a sangre era cada vez más fuerte. A muy pocos metros de distancia estaba su objetivo, podía sentirlo. Y ahora que estaba más cerca, pudo percibir otro aroma, mucho más débil y menos delicioso, pero que le resultaba altamente atractivo. Se olvidó del humano, ese ya no era su objetivo. Su meta ahora era el hellaveniano que lo acompañaba.
Se acercó lenta y sigilosamente hasta el lugar en el que el hellaveniano (que era del Equipo de Limpieza) realizaba su trabajo con suma concentración. Trepó un árbol, mucho más alto que el anterior, y fue saltando de rama en rama hasta llegar a uno que estuviera más cerca de él. Cuando vio su rostro todo dentro de ella se agitó. La ansiedad, expectación y deseo que sentía en esos momentos se duplicó haciéndola gruñir. Era doloroso sentirse así, pero esa sensación desaparecería cuando lo tuviera entre sus pequeños brazos y mordiera su frágil cuello. ¡Oh, cuánto lo deseaba!
De un saltó se bajó del árbol y cayó muy cerca de él, sobresaltándolo. La expresión de su rostro al verla fue de puro pánico y sorpresa, por lo que retrocedió unos cuantos pasos.
“Esa no podía ser ella. Esa no era ella”, se decía una y otra vez como si de esa forma pudiese convencerse de que era cierto. Pero sabía que no lo lograría. Esa mujer de brillantes ojos rojos y largos y filosos colmillos era Anne, su Anne. Y ella ahora quería atacarlo. Devorarlo como si fuese un animal salvaje y él, su presa.
Se dio la vuelta y salió corriendo rumbo a su casa, que era el único lugar seguro que conocía. Estaba demasiado nervioso, asustado y anonadado como para aparecerse, pero por suerte su casa estaba cerca. Ella corría detrás de él, saltando de rama en rama algunas veces, pero siempre detrás de él. Era rápida, mucho, pero por suerte no más que él.
Llegó a la casa e inmediatamente se encerró en ella, poniendo todos los seguros y hechizos de protección que conocía. Si se hubiese concentrado solo en los seguros de la puerta, hubiese perdido la batalla. Ella era lo suficientemente fuerte como para derribar la puerta de una sola patada. Pero los hechizos, en especial el de fuego, eran realmente efectivos y poderosos. Los seres como ella —porque no se atrevía a llamarla monstruo— odiaban el fuego.
Ella aulló como un animal herido cuando se quemó al tratar de acercarse a la casa. El escudo de fuego era invisible, por eso no lo había visto. Siguió gritando y gruñendo, esta vez de furia, al descubrir que su presa, esa que tanto ansiaba tener, se había escapado de entre sus dedos y que, por más que tratase, no podría conseguirla. Por lo menos no de esa forma.
Ella, ahora que era una hellaveniana, podía hacer cualquier tipo de magia. Pero como no era Anne la que estaba actuando, sino la bestia, no podía recurrir a la magia porque no estaba actuando como un ser racional, sino como un animal. Si ella hubiese estado en pleno uso de sus facultades, hubiese conjurado un escudo, cruzado la barrera de fuego y entrado a la casa sin problemas. Pero no podía, y Luke le daba gracias a todos los seres mágicos de ese mundo porque eso era así.
El quejido de dolor que salió de la boca de la chica al tratar de traspasar la barrera nuevamente, alertó a los guardias, los cuales salieron corriendo en su búsqueda. Cuando se había transformado, le habína perdido la pista, pero al escucharla, habían podido localizarla sin problemas.
Los guardias al tratar de salir a buscarla, chocaron con una barrera invisible que los lanzó varios metros hacia atrás. Sin saber muy bien que había pasado, se pusieron de pie, y los que estaban más atrás pudieron ver a la figura que había creado el escudo y había impedido que ellos salieran; era el príncipe.
Inmediatamente cayeron en la cuenta de que era él, hicieron una profunda reverencia que duró hasta que él atravesó la barrera y despareció frente al castillo. Todos sabían para que había salido. Él pretendía solucionar las cosas, a su manera, por su puesto.
Adrián se apareció justo en el lugar en el que Anne golpeaba una y otra vez la barrera, hiriéndose. Sin perder el tiempo, se acercó a ella y la tomó por la cintura, tirando de ella hacia atrás. Luke veía todo desde la ventana de su casa.
Con profundo horror vio como Anne se retorcía y luchaba para tratar de soltarse y llegar a él. Vio como gruñía y le enseñaba los dientes, a él, porque ella sabía que él la estaba mirando a través de la ventana. Y por ultimo, vio como el príncipe, con solo susurrarle algo al oído, había logrado calmarla.
Anne, o la bestia (Luke ya no sabia cual de las dos era) se dio la vuelta para quedar frente a Adrian. Con manos temblorosas debido a la ansiedad, tomó una de las manos del príncipe y se la llevó a la boca, para morderla y así saciar la dolorosa sed que la consumía. Ese gesto le pareció algo demasiado intimo y a la vez demasiado repugnante, pero no podía dejar de ver; estaba aterrado, tanto, que sus piernas no le respondían a la orden de moverse, de alejarse de esa ventana.
Cuando Anne soltó la mano del príncipe pensó que ya toda esa pesadilla había acabado, pero no era así. Ella, con una rapidez sorprendente, se apoderó de su cuello y lo mordió con voracidad, succionando, lamiendo, tomando de su sangre como si eso fuese la cosa más maravillosa del mundo. Luke sintió asco y si por algún momento pensó que Anne podría volver a ser la misma de antes alguna vez, perdió las esperanzas con solo ver esa escena.
También se fijó en algo realmente importante: el príncipe lo miraba y la expresión de su rostro demostraba que realmente estaba disfrutando al verlo sufrir de esa manera. Sin quitar esa maligna sonrisa de su rostro, separó a la chica de sí, le susurró algo al oido, y le señaló el lugar en el que él estaba. Luego chasqueó los dedos y con un movimiento de su mano la instó para que se acercara. Ella dudó unos instantes, pero al ver que él seguía insistiéndole y le prometía que le iba a dar más sangre si lo hacía, se acercó.
Ella alargó la mano para cerciorarse de que la barrera de fuego ya no estaba ahí; su mano atravesó el espacio sin problemas. Sonrió complacida, enseñando los colmillos en el acto. Siguió caminando, esta vez más deprisa, y se acercó a la ventana. Luke estaba estático, más horrorizado que antes al ver que la chica había atravesado la barrera sin problemas y que ahora estaba cerca de él, a punto de matarlo. Pero Anne no hizo eso.
Ella solo se limitó a acercarse a la ventana y a poner sus manos en el mismo lugar en el que estaban las de él al otro lado del cristal. Lo miraba fijamente, con esos diabólicos ojos rojos que él tanto odiaba y lo aterraban, tratando de adivinar quien o qué era él. Parecía confundida, pero a medida que el color de sus ojos iba pasando del rojo al azul, la expresión de su rostro iba a cambiando, dejando atrás de confusión para pasar a la sorpresa y al desconcierto.
La bestia, satisfecha ya, había vuelto a su celda, dejando solo a una muy desconcertada Anne frente a la casa. No entendía por qué estaba en ese lugar, cómo había llegado ahí, ni el hecho de que Luke la mirara con tanto espanto y rechazo. Se miró las manos y al verlas llenas de sangre comprendió que había hecho algo terriblemente malo.
Quiso hablarle, explicarse, pedirle perdón por lo que había hecho —aunque no sabía como iba a hacerlo—. Quería hacer algo, lo que fuese, con tal de que él quitara esa fea expresión de su hermoso rostro. Adrian se acercó a ella y le puso una mano sobre el hombro, diciéndole que tenían que volver ya al castillo. Ella no quería irse, no sin antes explicarse; pero al parecer Luke no quería escuchar sus razones ni seguir viéndola. ¡Había estado a punto de matarlo! Era lo menos que él podía hacer.
Él, ya más tranquilo y por fin dueño de sus actos, empezó a dar pasos hacia atrás, para alejarse de esa ventana. Ella golpeaba el cristal, como si de esa forma pudiera impedir que él se alejara de ella. Él seguía retrocediendo, alejándose de ella, poniendo una muralla entre los dos.
Al final, Anne dejó de golpear el cristal, resignada ante la idea de que él ya no quería saber nada de ella. Lo había herido, eso estaba más que claro. Y después que se llegaba al extremo de lastimar a un ser amado, cualquier cosa podría pasar.
Sintiendo como el cansancio y el dolor hacían mella en su cuerpo, se puso de pie y tomó la mano que Adrian le tendía. Ahora lo tenia a él y aunque le doliese pensarlo, no podía ni debía preocuparse por nadie más. Y eso incluía a Luke.
Post a Comment